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Caer desde tan alto

Emilio de Miguel Calabia el

Existe casi un género literario que consiste en presentar al protagonista en lo más alto de su poder, su éxito y su arrogancia y mostrar su caída. Unas veces esa caída es gradual y otras veces se produce de sopetón. No es de extrañar que este género se haya desarrollado, toda vez que la Historia nos presenta infinidad de ejemplos. Los griegos tenían una expresión,- la hybris-, que describía esa sensación arrogante de que has triunfado y estás por encima del bien y del mal, incluso por encima de los mismos dioses. Uno de los temas favoritas de las tragedias griegas era cómo el héroe afectado por la hybris era castigado por los dioses, la denominada “némesis”.

En la Historia contemporánea, los dos casos de hybris que se vienen inmediatamente a la cabeza son Napoleón y Hitler. Napoleón había sido el dueño de Europa y llevaba años pecando de hybris. Un primer ejemplo fue cuando invadió innecesariamente España. Cambió un aliado servil por una guerra de guerrillas a la que muchos años más tarde denominaría “la úlcera española”. Otro ejemplo ocurrió en noviembre de 1813 cuando los aliados le ofrecieron la propuesta de Frankfurt: le permitirían seguir siendo Emperador de los franceses, a cambio de que Francia volviera a sus fronteras naturales, que serían la Francia actual, más Bélgica, la orilla oeste del Rhin y Saboya. Increíblemente un Napoleón que tenía que enfrentarse a Ejércitos que como poco le duplicaban los suyos, dijo que se lo pensaría en lugar de preguntar dónde había que firmar. El resultado final de tanta hybris fue el exilio en Santa Elena, una isla de 121 kilómetros cuadrados azotada por los vientos y en medio de ninguna parte.

El caso de Hitler fue casi más dramático. Ensoberbecido por sus triunfos en Polonia, Dinamarca y Noruega y Francia, dobló la apuesta y atacó a la URSS. De allí en adelante fue un camino hacia el hundimiento y la contemplación de cómo su imperio se desmoronaba (Oliver Hirschbiegel eligió muy apropiadamente ese título para su película sobre los últimos días de Hitler). Hitler pasó sus últimos días desesperado y guarecido como una rata (no es que hubiera sido algo muy diferente antes) en el búnker de la Cancillería en Berlín y terminó suicidándose.

En literatura, tal vez quien mejor haya contado una historia de derrumbamiento, sea Chinua Achebe en “Todo se desmorona”. La novela cuenta la historia de Okonkwo. Su padre fue un borrachín, bueno para nada. Okonkwo se dijo que no sería como él y a base de esfuerzo y coraje llegó a convertirse en un notable respetado de la aldea. Entonces llegan los blancos y todo cambia. Los más bajos en la escala social- incluido el hijo mayor de Okonkwo- se convierten a la religión de los bancos, que imponen su ley. Incapaz de soportar en ese nuevo mundo de los blancos y viendo por tierra todo aquello por lo que se había esforzado con denuedo, Okonkwo se suicida al final de la novela.

Otro ejemplo literario es “Barry Lindon”, una novela de Thackeray que Stanley Kubrick llevó al cine. El pícaro, autosatisfecho, creído y amoral de Barry se casa con una viuda, la condesa de Lyndon, y lleva una existencia aristocrática despilfarrando la fortuna de su mujer. Hasta que su némesis le alcance. La película Kubrick es mejor que la novela, que se demora demasiado en la caída de Barry. Kubrick la resuelve con más agilidad y refinamiento.

En literatura española, el ejemplo que se me viene a la cabeza es “Mi idolatrado hijo Sisí” de Miguel Delibes. Un hombre egoísta, sin principios y autocomplaciente, ve cómo su mundo se derrumba cuando su idolatrado hijo único muere en la Guerra Civil.

Todo lo anterior viene a propósito de una novela maravillosa que leí estas Navidades: “Suisen” de Aki Shimazaki, editada por Nórdica. Es la tercera novela de la pentalogía “La sombra del cardo”.

Cuenta la historia de Goro, un hombre autocomplaciente y superficial, que se cree muy importante. Preside la compañía que fundó su padre, tiene una mujer sumisa, tiene dos amantes; una es una actriz de cine bellísima y otra es la viuda de un subordinado suyo a la que tiene como el descanso del guerrero. Desde esa altura caerá y saldrá a la luz lo que fue desde siempre: un niño herido, que sigue con la herida abierta de la muerte de su madre por cáncer cuando era niño, un niño sensible que no estaba hecho para ser presidente de empresa.

Algo que diferencia a la novela de Shikamazi de otras novelas de caídas, es que la autora deja la puerta abierta para que el protagonista cambie. Hay dos hechos que permiten pensarlo. Tiene una pared de su casa decorada con fotos suyas en compañía de celebridades; las retira, las mete en una bolsa y las lleva al trastero. Hay un gato callejero que ha hecho del jardín de la casa su guarida. Goro lo atrapa, lo mete en una caja y lo lleva al veterinario. Quién sabe, tal vez todavía haya esperanza para él.

 

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