Emilio de Miguel Calabia el 26 may, 2023 (Lo que quedaba de Kabul cuando los talibanes entraron en 1997 Tras la partida de los soviéticos, el interés de norteamericanos y saudíes por Afganistán disminuyó. No ocurrió lo mismo con Pakistán, que pensó que merecía la pena el esfuerzo de instaurar un régimen pashtun pro-pakistaní en Kabul. Su candidato era Gulbudin Hekmatyar, un radical islamista que no se sabía si era más político que asesino o viceversa. Estos tejemanejes produjeron un realineamiento de alianzas basadas en componentes étnicos, por el viejo principio afgano de apostar en cada momento por el caballo que parece que va a ganar. Los jalqis se unieron a Hekmatyar para cohesionar a los pashtunes. Los uzbekos de Dostam se aliaron con los tayikos de Masud y los hazaras se unieron a la coalición. Demasiados cambios para Najibullah, que había dejado de recibir subsidios soviéticos con los que comprar voluntades. Ya no parecía caballo ganador. En abril de 1992 Masud entró en Kabul. Ahora que no había un enemigo común, fue la guerra de todos contra todos por hacerse con el control de Kabul y de ampliar sus bases de poder regionales. En otros tiempos, un líder procedente de la élite y legitimado por su linaje habría aparecido para poner orden. Pero eso ya no era posible. Los últimos veinte años de Historia se habían llevado por delante a las élites y habían dado poner a grupos anteriormente marginados a los que sus rivales consideraban carentes de legitimidad. Además, ninguna potencia extranjera tenía ganas de meterse en ese avispero para poner orden. La Guerra Fría había terminado y Afganistán había dejado de importar. Fue entonces que aparecieron los talibanes. Los talibanes eran jóvenes pashtunes que habían sido educados en las madrasas de Pakistán en la muy radical escuela deobandi. Los talibanes tenían dos ventajas a su favor: 1) Servían de banderín de enganche para jóvenes refugiados sin expectativas ahora que la guerra contra los soviéticos había terminado; 2) Prometían traer una paz y un orden que la población, harta de las interminables luchas entre los señores de la guerra, anhelaba. Los talibanes hábilmente no mostraron sus colores radicales hasta que no se hubieron hecho con el control de Kabul; sólo entonces se vería cuál era su concepto de paz. Los talibanes se hicieron con el país en 1997. Sólo el norte, controlado por las tropas de Masud, quedó fuera de su alcance. Los talibanes instauraron un régimen extremista inspirado en lo que ellos creían que había sido el Islam primitivo. El poder real lo detentaban el mullah Omar y un pequeño consejo de líderes religiosos. El funcionamiento de la Administración y las relaciones internacionales competían a la Shura Central, que rendía cuentas al mullah Omar. Ideológicamente, combinaban el Islam salafista más reaccionario con el código cultural de los pashtunes, el pashtunwali. Uno de los errores que más se han cometido con los talibanes es presumir que encarnaban las tradiciones afganas y no advertir que eran novedosos. No siempre conservadurismo es sinónimo de antigüedad. Los talibanes trajeron algo novedoso en Afganistán: una teocracia. En el pasado había habido clérigos que habían jugado un papel político, pero siempre desde el asiento de atrás y sin pretender hacerse con el control del Estado. Los talibanes eran ignorantes en todo, incluido cómo se comporta un Estado normal en la comunidad internacional. Sólo tres países entablaron relaciones diplomáticas con ellos: Pakistán, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos; con el paso del tiempo los dos segundos las rebajaron de nivel. Los talibanes eran muy buenos alienándose amigos y creándose enemigos. Ir de chulo intransigente por la vida sólo puedes permitírtelo si tienes los bolsillos llenos, lo que no era el caso de los talibanes. Necesitaban desesperadamente ayuda internacional, pero los únicos dispuestos a proporcionársela eran Pakistán y NNUU. Para NNUU el imperativo humanitario era tan fuerte que miró para otro lado, incluso cuando los talibanes asaltaron sus locales en Kabul y sacaron de ellos al ex-presidente Najibullah al que ahorcaron y castraron (no estoy seguro de en qué orden). NNUU siguió proporcionando ayuda humanitaria, lo que salvó a los talibanes de su peor temor: insurrecciones urbanas ocasionadas por el hambre. Los líderes afganos del pasado siempre habían sabido qué líneas rojas no debían cruzar para mantener la paz con las grandes potencias vecinas. Los talibanes violaron todas las líneas rojas cuando optaron por albergar a un grupo terrorista yihadista decidido a golpear a Occidente, al-Qaeda. Cuando Osama bin Laden atacó las Torres Gemelas, el Pashtunwali exigió que no se le retirase el asilo. Los talibanes rechazaron entregarlo a EEUU y así se privaron de la única posibilidad que tenían de evitar una intervención internacional. La rapidísima caída de los talibanes en 2001 puede explicarse por las dinámicas tradicionales de Afganistán. En cuanto los señores de la guerra entendieron que había una nueva potencia con los bolsillos llenos, rompieron sus alianzas con ellos y se pasaron al bando norteamericano. La población afgana, por su parte, suspiró aliviada. Cinco años de talibanes habían sido más que suficientes. Historia Tags AfganistánAhmed Shah MasudTalibanes Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 26 may, 2023