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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Shah Shuja, el rey gafe (3)

Emilio de Miguel Calabia el

(Precursores de los talibanes, esperando a que los soldados británicos se dejen ver)

Al año siguiente pareció que las ambiciones de Shah Shuja podrían hacerse realidad. En Afghanistán las cosas volvían a estar revueltas. Varios jefes tribales le mandaron mensajes a Ludhiana, invitándole a que reclamara su trono. Shah Shuja no era persona que se hiciera de rogar cuando se le pedía que volviera a ser rey. A la carrera buscó dinero y juntó un pequeño ejército. En unas pocas semanas se puso en marcha y conquistó Peshawar.   

En Peshawar Shah Shuja demostró que él podía ser su peor enemigo. Desde su punto de vista, él era el rey legítimo y pretendió que se le tratase con todo el ceremonial debido a un rey. No se daba cuenta de que para los líderes tribales él era un candidato más al trono, si acaso aquél que en esos momentos les caía más simpático y con el que pensaban que vivirían mejor. Así pues, Shah Shuja aprovechó la pausa de Peshawar para alienarse las simpatías de aquellos jefes cuya ayuda necesitaría para recuperar Kabul. 

Shah Shuja y su ejército emprendieron la marcha hacia Kabul y nuevamente la mala suerte se cruzó en su camino. Un proyectil enemigo cayó en su polvorín. Hubo una gran explosión y en un momento Shah Shuja se quedó sin municiones y sin la mitad de su ejército, que quedó esparcido en varios kilómetros a la redonda. Para finales 1818 Shah Shuja estaba de regreso en Ludhiana, sin ejército, con deudas y con fama de cenizo entre todos los banqueros indios que hubieran podido financiarle. 

Shah Shuja se instaló en Ludhiana y comenzó a llevar la triste vida de un rey en el exilio, que consiste en añorar mucho el trono perdido, rodearse de sicofantes y personajillos de dudosa reputación, escribir cartas a todo el mundo en busca de ayuda para recuperar la corona, comportarse con pompa y boato como si la solemnidad pudiera reemplazar a lo que de verdad mola, que es mandar. Siendo un rey afghano, Shah Shuja pudo entregarse a alguna otra afición que reyes de otras latitudes no suelen practicar: cortar algún miembro a los miembros de su servicio cuando no cumplían sus funciones a plena satisfacción. Un ejemplo ocurrió con el jefe de sus eunucos, que se convirtió en tal cuando un golpe de viento derribó el biombo tras el que estaban las mujeres del harén y pudo contemplar sus encantos. El castigo fue la amputación del miembro viril, aunque el verdugo fue compasivo y sólo le cortó la punta. Cuando más adelante le cortaron las orejas por otra falta, el castigo hasta le pareció suave.  Y es que el pobre Shah Shuja se aburría tanto que de alguna manera tenía que divertirse. 

Los años empezaron a transcurrir y Shah Shuja parecía condenado a convertirse en uno de esos patéticos reyes en el exilio, que no cesan de llorar “mi corona, mi corona”. Y así habría sucedido si no hubiera intervenido la geopolítica. 

Durante los años 20 y 30 del siglo XIX, los británicos empezaron a volverse paranoicos con los avances rusos por Asia Central y con sus tejemanejes diplomáticos con la corte persa. Ya veían a hordas de cosacos salvajes invadiendo la India desde el norte. Para evitar ese escenario resultaba clave que quienquiera que gobernase en Afghanistán fuera amigo de los británicos. Desde la segunda mitad de la década de los 20, se había afianzado en Afghanistán Dost Mohammad Khan a quien los británicos atribuían simpatías rusófilas. De pronto las acciones de Shah Shuja empezaron a revalorizarse.

A comienzos de los 30, Ranjit Singh comenzó a albergar designios de apoderarse de Peshawar y encontró que Shah Shuja podía ser un compañero de aventuras aceptable. Mientras su ejército sikh atacaba la ciudad, Shah Shuja podría dirigir una expedición por el sur hacia Kandahar. Ranjit Singh le vendió a Shah Shuja que el ataque a Peshawar serviría para distraer a las tropas de Dost Mohammad, mientras que Shah Shuja avanzaba por el sur. Sospecho que la realidad era la contraria: que Ranjit Singh esperaba que Shah Shuja entretuviera a Dost Mohammad mientras él conquistaba Peshawar. Shah Shuja se tragó el anzuelo, pero él también tenía su dosis de astucia. Pidió ayuda a los británicos asegurándoles que cuando accediese al trono haría lo que estuviera en su mano para parar la amenaza de rusos y persas a su país. 

Los británicos picaron y proporcionaron discretamente ayuda a Shah Shuja para que montase la expedición. Shah Shuja logró reunir una fuerza de unos 3.000 jinetes y en enero de 1833 se puso en marcha. La campaña empezó con buen pie. Entró en Shikarpur, donde exprimió a los banqueros locales para allegar fondos. Poco después derrotó a unos baluchis que intentaron frenar su avance. Ahora que parecía que su estrella estaba en alza, los reclutas empezaron a  acogerse a sus banderas. 

La campaña iba desarrollándose a pedir de boca. Debiendo enfrentarse a dos amenazas, sus enemigos se vieron obligados dividir sus fuerzas. El éxito parecía al alcance de la mano, pero nuevamente intervino la mala estrella de Shah Shuja. 

El ejército del casi rey llegó ante los muros de Kandahar, cuyos defensores habían tenido tiempo para prepararse. Shah Shuja carecía de artillería de asedio y ni él ni sus hombres tenían experiencia en asedios. Las únicas opciones parecían ser o el ataque suicida contra las murallas o rendir la ciudad por el hambre. La primera opción fue intentada con el éxito acostumbrado de las empresas en las que Shah Shuja estaba envuelto. Los sitiadores que tenían que acercarse a la torre principal y colocar las escalas para asaltarla, se quedaron dormidos y el ataque terminó como el rosario de la aurora. 

Pasaron dos meses y llegaron noticias de que Dost Mohammad se aproximaba con un ejército para socorrer a los sitiados. Shah Shuja perdió los nervios: su ejército sufría deserciones casi a diario y apenas tenía fondos para financiar la campaña. Sí, su ejército era mayor y se encontraba en posiciones sólidamente atrincheradas, pero no parecía suficiente. Además existía el riesgo de que  Dost Mohammad le cortase las líneas de abastecimiento y el acceso al agua. Había dos posibilidades: presentar batalla a Dost Mohammad, dejando una pantalla de tropas ante Kandahar, y jugarse el todo por el todo en un solo combate, o retirarse. Se diría que Shah Shuja tenía el don de escoger siempre la opción más desfavorable: optó por retirarse al río Arghandab. 

Para que la cagada fuese completa, Shah Shuja se confió, creyendo que el ejército enemigo estaba todavía lejos. Dost Mohammad atacó el campamento real con 3.000 de sus mejores jinetes, mientras los soldados de Shah Shuja estaban aún instalando el campamento y haciéndose pajillas en las tiendas de campaña. En medio del ataque, un aliado de Dost Mohammad que se había infiltrado con sus hombres en el ejército de Shah Shuja comenzó a gritar: “¡El rey ha huido! ¡El rey ha huido!” y comenzó a atacar a los soldados reales por la espalda. El pánico y el desconcierto cundieron. Shah Shuja acabó haciendo aquello que mejor sabía hacer: huir con el rabo entre las piernas. 

Ahora sí que parecía que Shah Shuja se había ido por el desaguadero de la Historia. Intentar recuperar tu Trono cuatro veces y cagarla tan abrumadoramente cada una de las veces, es para nota. Los británicos tomaron nota y lo consignaron a la lista de “reyes depuestos con los que no sabemos qué hacer.” Hasta su propio hijo Timur, le dio la espalda, porque lo de que tu padre sea un ex-rey endeudado no mola nada.

 

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