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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Otro delfín que no fue

Emilio de Miguel Calabia el

Los dictadores suelen estar tan convencidos de que sin ellos el universo no es nada y de que son inmortales, que demoran hasta el final la búsqueda de un sucesor. Generalmente, para cuando están agonizando, descubren que todos los hombres de valía que se cruzaron en su camino, están criando malvas y que sólo quedan vivos las mediocridades y los turiferarios. 

Hitler hizo creer durante años que su sucesor sería el incompetente y corrupto de Göring y a última hora, casi mientras cargaba la pistola con la que se suicidaría, designó al oscuro almirante Dönitz para hacer lo que pudiera con lo que quedaba de Alemania. Eso es pasarle el marrón a otro y lo demás son tonterías. Stalin, en vísperas del ictus (envenenamiento, según algunos) que acabó con su vida estaba pensando en cepillarse a casi todo el Politburó y preparar a largo plazo a alguien de las jóvenes generaciones para sucederle. ¿Optimismo o ceguera en un hombre de 75 años y salud en declive, el pensar que todavía iba a tener diez o quince años más para disponer su sucesión? Mao también pertenece a este club de simpáticos autócratas que sólo piensan en la sucesión cuando la Parca entra por la puerta. 

A comienzos de los setenta, parecía que el sucesor de Mao sería el Primer Ministro y Ministro de Asuntos Exteriores Zhou En-lai. Moderado, pragmático y cinco años más joven que Mao, al cual era absolutamente fiel, parecía el mejor candidato para pilotar la transición post-Mao. Pero el cáncer de próstata no entiende de planes humanos; el 8 de enero de 1976, ocho meses antes que Mao, Chou En-lai murió. 

Con la Revolución Cultural aún reciente y el enfrentamiento entre los radicales que luego se conocerían como la Banda de los Cuatro y los reformistas, Mao realizó una curiosa elección: designó a Hua Guofeng como Primer Ministro, convirtiéndole así en su sucesor más probable. Hua Guofeng era un líder provincial de Hunan. A finales de los 50 había atraído la atención de Mao, al apoyarle lealmente en la lucha que tuvo contra el Ministro de Defensa Peng Dehuai. Durante los 60, Hua se mantuvo apoyando fielmente a Mao y sus políticas agrícolas. El premio de tanta fidelidad fue que a comienzos de los 70 fue llamado a Pekín, donde trabajó a las órdenes de Zhou En-lai. Allí pronto se le encargó un tema espinoso: la investigación del asunto de Lin Biao, de quien se decía que en 1970 había intentado organizar un golpe de estado con ayuda soviética. Hua lo resolvió a satisfacción y en 1975 fue designado Ministro de Seguridad Pública. Cuando murió Zhou En-lai, tal vez fuera el mejor colocado para sucederle. Algunos piensan que en aquellos días Hua era casi el único candidato posible: firmemente maoísta, en un momento en el que resultaba decisivo esgrimir la bandera de la legitimidad maoísta; un candidato poco definido, que no estaba claramente ni con los reformistas de Deng Xiaoping ni, desde luego, con la Banda de los Cuatro. 

Parece que Mao habría dicho en sus días finales: “Con Hua a cargo, me quedo tranquilo”. Hua replicó a ese cumplido con su famosa declaración: “Mantendremos resueltamente cualesquiera decisiones políticas que haya adoptado el Presidente Mao y seguiremos sin desviarnos cualesquiera instrucciones que el Presidente Mao haya dado”. Esta frase hizo que su línea se denominase la “Política de los Dos Cualesquiera” y no le granjeó demasiadas simpatías entre los ciudadanos chinos que estaban hartos de experimentos revolucionarios y querían reformas que mejorasen sus vidas y abriesen la sociedad. 

Al mes escaso de haber asumido el poder, se produjo el acontecimiento clave del postmaoísmo: la detención de la Banda de los Cuatro, que defendían políticas radicales y estaba detrás de la Revolución Cultural. No está claro el papel que jugó Hua. La mayor parte de las fuentes indican que simplemente dejó hacer y que la iniciativa real en los arrestos procedió del Ministro de Defensa Ye Jianying, quien actuó concertado con el general Xu Shiyou, quien protegía a Deng Xiaoping, y el comandante de las fuerzas de élite Wang Dongxing. Es evidente que al liderazgo chino posterior le interesaba minimizar el papel de Hua Guofeng en el fin de la Banda de los Cuatro. Puede que Hua tuviera un papel algo mayor que el que luego se le ha atribuido. Parece que en las semanas previas al arresto, había tenido serios enfrentamientos con la viuda de Mao, Jiang Qing, que quería hacerse con el control del Comité Central. No hay testimonios de que se hubiera sentido especialmente apenado por el arresto de la Banda. 

Si se atiende a las fuentes habituales, parecería que lo más interesante durante los dos años que Hua dirigió el país ocurrió en su primer mes de mandato, cuando la Banda de los Cuatro fue detenida. Por lo demás, se diría que su período fue un mero interregno, en el que no pasó nada, en espera de que los reformistas se hicieran con las riendas y empezara de verdad el postmaoísmo. 

El 24 de octubre de 1976, veinte días después de la caída de la banda de los Cuatro y seis semanas después de la muerte de Mao, tuvo lugar en la Plaza de Tiananmen una manifestación multitudinaria para apoyar al nuevo líder. Se elaboró toda la parafernalia típica de retratos, solo que esta vez el retratado era Hua y no Mao. Incluso se le dio un apodo: “El Líder Sabio”, que suena muy bien, aunque impresiona menos que “El Gran Timonel”, que era el apodo de Mao. Ese incipiente culto a la personalidad, unido a su discurso de los Dos Cualesquiera, parecía apuntar a más de lo mismo, pero sin los peores excesos de la Revolución Cultural. Sospecho que Hua se estaba jugando todo al único as que tenía en la mano: que era el sucesor ungido de Mao. 

La impresión que deja el poco tiempo que estuvo en el poder es que era un reformador moderado y un poco torpe, al que le faltaban el carisma, la ambición y la visión de Deng Xiaoping. Tal vez sea un poco injusto, pero la desgracia de Hua es que siempre le acabaremos juzgando en contraposición a Deng Xiaoping y siempre tendremos que comparar lo que el segundo efectivamente hizo con lo que el primero no tuvo tiempo de hacer. En alguna medida me recuerda al primer Presidente del Gobierno en la Monarquía, Carlos Arias Navarro: un hombre colocado ante una tesitura histórica, que le pedía reformas y que no estuvo a la altura de su papel y acabó siendo arrumbado por los verdaderos reformistas. 

Hua revirtió las políticas que quedaban de la Revolución Cultural y permitió mayor libertad de expresión, sobre todo en la cultura, en el mundo académico y en el arte. Quiso mejorar la educación y permitió que regresaran a las ciudades quienes habían sido desplazados al campo durante la Revolución Cultural. En cuestiones económicas estuvo algo menos acertado. Quería volver a las políticas anteriores al Gran Salto Adelante de finales de los 50. Quería que la agricultura colectivizada y las industrias extractivas proporcionaran los superávit que permitirían la industrialización y el desarrollo tecnológico. No se oponía a una cierta apertura a las inversiones extranjeras. 

He leído un artículo de 1977 de la revista “Time” que describe cómo era China bajo Hua Guofeng. Se notaba una cierta apertura. Había gran presión para que se trabajara con renodado esfuerzo. La ley y el orden se mantenían con severidad. Se intuía una cierto renacer cultural. Tal vez fuera un sitio un poco más agradable para vivir que unos años antes, pero seguía siendo mucho menos de lo que esperaban los chinos. 

No he encontrado una buena descripción de cómo se le fue escapando el poder de entre los dedos. La sensación es que, careciendo de buenas redes de contactos y de un programa realmente visionario, su poder fue erosionándose lentamente, mientras Deng Xiaoping y su facción le iban comiendo terreno. 

El final le llegó durante el XI Congreso del Partido Comunista Chino en diciembre de 1978, que tuvo lugar después de meses de ataques velados y no tan velados contra Hua por parte de la prensa oficial, controlada por Deng. En ese Congreso clave se fijaron como prioridades la modernización socialista (lo de “socialista” era para suavizar el golpe para la vieja guardia), las reformas economicas y la apertura al exterior, al tiempo que se reconocía que Mao había cometido errores. Tras ese Congreso, quedó tan claro que Hua había quedado relegado a la irrelevancia política, que aún tardaron dos años en hacerle dimitir de sus puestos de Primer Ministro y de Presidente del Partido y hasta 1997 fue miembro del Comité Central del partido Comunista. Cuando murió en 2008 en plenas Olimpiadas de Pekín, los que escriben las necrológicas tuvieron que hacer ejercicios de memoria para recordar quién había sido aquel sucesor de Mao que andaba por los desaguaderos de la Historia. 

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