Emilio de Miguel Calabia el 08 sep, 2022 Efectivamente, la inteligencia y el desconocimiento del país eran tan grandes que los norteamericanos se metieron en Afganistán sin saber nada sobre su cultura y su Historia. Puestos a ignorar, ni tan siquiera sabían nada sobre el Islam, aunque en eso no iban a la zaga del Presidente Bush. Alguien me contó que fue sólo en vísperas de la invasión de Iraq que Bush descubrió que el Islam se dividía en sunníes y chiíes. En el fondo todo daba igual. Cuenta Whitlock que en una clase de formación cultural a los soldados, el instructor comenzó a decir: “Muy bien, cuando lleguéis a Iraq…” En esto un oficial le interrumpe y le indica que esos soldados van a Afganistán. El instructor replica: “Ah, bueno, Afganistán, Iraq… es lo mismo.” Al menos a esos soldados les tocó asistir a la conferencia equivocada. Peor fueron aquéllos a los que les enseñaron rudimentos de árabe, idioma absolutamente inútil en Afganistán. Otro despropósito: yendo a un país montañoso como Afganistán, hubo tropas a las que se entrenó en las llanuras de Kansas; también las hubo que se entrenaron en los pantanos de Luisiana, para mandarles a un país que se caracteriza por su sequedad. Aunque inicialmente EEUU había dicho que no se embarcaría en programas de reconstrucción nacional, eso fue lo que acabó haciendo. En abril de 2002 el presidente Bush se desdijo y anunció un Plan Marshall para Afganistán. En los siguientes 18 años, EEUU asignaría 143.000 millones para la reconstrucción del país y sus fuerzas de seguridad. Más de lo gastado en el Plan Marshall original. El juicio de Craig sobre la construcción nacional en Afganistán es durísimo: “… fue una chapuza desde el principio y fue descontrolándose más y más a medida que avanzó la guerra. En lugar de traer paz y estabilidad, Estados Unidos creó sin quererlo un gobierno corrupto y disfuncional que dependía del poder militar estadounidense para sobrevivir. Incluso en el mejor de los escenarios, nuestros líderes calculaban que el país necesitaría miles de millones de dólares en ayudas, cada año y durante décadas.” Exactamente lo mismo que había sucedido en Vietnam del Sur. El gran problema, según Whitlock, es que el poder se concentraba en Kabul y en un solo hombre, Hamid Karzai. EEUU se olvidó de que Afganistán es un país tradicionalmente descentralizado y quiso replicar el sistema presidencial norteamericano. Un alto dignatario del Departamento de Estado se preguntó: “¿Por qué creamos un gobierno centralizado en un lugar donde nunca lo había habido?” Por si las cosas no fueran lo suficientemente complicadas, desde finales de 2002 toda la atención norteamericana estuvo centrada en Iraq. Se olvidó Afganistán y lo peor es que se encontraron justificaciones para ese olvido: había tanta seguridad, que de las operaciones de combate se iba a pasar al mantenimiento de la paz y la construcción nacional. En un exceso de hybris, Tommy Franks dijo que podía gestionar las guerras de Afganistán y de Iraq desde su despacho de Tampa (Florida). O era un superdotado que sabía algo que los demás ignoramos sobre gestión multitareas, o era un fanfarrón. Según el diplomático James Dobbin, que ayudó a negociar los acuerdos de Bonn, se había violado una regla básica de la política exterior: “intenta invadir los países de uno en uno”. Un problema de EEUU es que le gustan las cosas claras y que se puedan definir en blanco y negro. No termina de asumir que la realidad tiene muchos matices de gris. EEUU nunca supo bien lo que hacer con Pakistán, un país que teóricamente era su aliado, pero que también daba santuario a los talibanes. Un día, un alto oficial norteamericano confrontó al teniente general Ashfaq Kayani, jefe de los servicios de inteligencia pakistaníes, por el hecho de que su país diese refugio a los talibanes. Su respuesta fue: “A ver, ya sé que pensáis que nos estamos cubriendo las espaldas. Y no os equivocáis. Llegará un día en el que os volveréis a ir y en Afganistán pasará lo mismo que la otra vez. Os hartaréis de nosotros, pero nosotros seguiremos aquí. No podemos mover el país. Y con todos los problemas que ya tenemos, lo último que queremos es convertir a los talibanes en un enemigo mortal. O sea que sí, nos estamos cubriendo las espaldas.” Una observación: ahora mismo estoy leyendo “La Anarquía” de William Dalrymple, que cuenta cómo la Compañía de las Indias Orientales inglesa llegó a hacerse con el control de la India. Pues bien, Kayani no hacía más que aplicar una lógica diplomática que se viene practicando en el Subcontinente indio desde hace lo menos quinientos años. Historia Tags Craig WhitlockEEUUGeorge W. BushGuerra de AfganistánHamid KarzaiTommy Franks Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 08 sep, 2022