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Los Idus de marzo y lo que vino después (y 3)

Emilio de Miguel Calabia el

El 1 de enero del 43 a.C. el Senado designó a los dos Cónsules para el año entrante: Cayo Vibio Pansa y Aulo Hircio. También hizo algo más importante: nombró a Octaviano propretor, con lo que legalizó el ejército privado que había constituido. El nombramiento se saltaba a la torera todas las normas sobre el nombramiento de cargos. Una de las características de la República tardía fue que empezaron a dejar de respetarse las reglas tradicionales sobre duración de los cargos o requisitos necesarios para alcanzarlos. La expectativa era que el jovenzuelo Octaviano, que tantas simpatías despertaba entre los cesaristas, sería la herramienta que el Senado utilizaría para acabar con Marco Antonio; luego, ya vendría el momento de deshacerse de él. Cicerón lo expresó, diciendo: “el joven debe obtener elogios, honores y el impulso”. Lo del “impulso” había que entenderlo con doble sentido. También podía leerse como “la patada en el culo”. Octaviano no era tan tonto como para no darse cuenta de por dónde iban los tiros.

Cicerón hubiera querido que en esa misma sesión se hubiese declarado a Marco Antonio enemigo público, pero otros senadores prefirieron la vía de la prudencia. Les había entrado el sudor frío ante la perspectiva de otra guerra civil. Le enviaron a unos emisarios para parlamentar. Marco Antonio respondió que sólo abandonaría la Galia Cisalpina si se le entregaba la Galia Comata (básicamente toda la parte central y occidental de la actual Francia, más Bélgica, que había sido conquistada por Julio César) y se le dejaba conservar el mando de las tres legiones que tenía, así como el de las tres legiones que Publio Ventidio estaba reclutando. Se observará que, en ese contexto, mandar legiones importaba más que la provincia sobre la que ejercieras la autoridad. A Marco Antonio, no le interesaban realmente Macedonia, la Galia Cisalpina o la Galia Comata; lo que le interesaba eran las legiones allí estacionadas. La República, en sus últimas boqueadas, había caído en manos de los señores de la guerra.

La negativa de Marco Antonio hizo la guerra inevitable. El Senado, a instancias de Cicerón, le declaró enemigo público y encargó a los Cónsules y a Octaviano que marchasen contra Marco Antonio. La campaña de Mutina se dirimió en dos batallas, que tuvieron lugar el 14 y el 21 de abril. Pansa murió en la primera de las batallas e Hircio en la segunda. Marco Antonio fue derrotado en ambas y se vio obligado a levantar el asedio.

Cicerón pensaba que la destrucción de Marco Antonio estaba al alcance de la mano y que con su final la causa senatorial triunfaría. Encargó a Décimo Bruto que lo persiguiese y acabase con él antes de que hubiera podido reagrupar sus tropas. Décimo pidió a Octaviano su colaboración, pero éste replicó que no ayudaría a uno de los asesinos de su padre adoptivo. Dentro de los valores romanos, que Décimo fuera uno de los asesinos de César, que le había designado como a uno de sus herederos y le había considerado como amigo, tenía mal pase. Posiblemente Décimo supiese que su supervivencia dependía del apoyo del Senado y de tener algún mando que le diese protección.

Marco Antonio se retiró hacia la Galia Transalpina, confiando en enlazar con otras fuerzas cesarianas. Décimo le persiguió, pero una inteligencia defectuosa le hizo creer que Marco Antonio se dirigiría hacia el norte, cuando en realidad estaba siguiendo la línea de la costa.

El 29 de mayo finalmente, en la Galia Cisalpina, sus tropas se encontraron con las de Lépido. Mientras parlamentaban, sus soldados confraternizaron. No en vano muchos habían luchado hombro con hombro en el pasado. Cuando Lépido se quiso dar cuenta, Marco Antonio le había echado una opa a sus legionarios y la había ganado. Marco Antonio era mejor general y tenía más carisma que Lépido. Lépido fue lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que no le quedaba otra que poner a mal tiempo buena cara y se unió a Marco Antonio.

En este tipo de situaciones siempre hay un tipo de personaje que me resulta especialmente simpático: el que sabe nadar y guardar la ropa y cae siempre de pie. Son personajes que no pasan a la Gran Historia y que se quedan en meros pies de página en los libros, pero a cambio consiguen morir de viejos. Uno de esos personajes era Lucio Munacio Planco. Planco era amigo de Cicerón y había luchado con César en la Galia. En el momento de la batalla de Mutina, se encontraba con tres legiones en la Galia Comata. El Senado le encargó que uniese fuerzas con Décimo y marchase contra Marco Antonio. Planco se puso en marcha con una increíble lentitud y cuando se vio a “sólo” 60 kilómetros de las tropas de Marco Antonio y Lépido, dio media vuelta y se retiró a un ritmo tres veces más rápido que el de la ida. Más tarde, en cuanto tuvo ocasión, unos pocos meses después se sumó a Marco Antonio y a Lépido.

Para junio, la única esperanza que le quedaba al Senado era que Octaviano le plantase cara a Marco Antonio y le derrotase o, mejor, que ambos se destrozasen mutuamente. Esa esperanza pronto desaparecería. El Senado había otorgado mayores honores a Décimo que a Octaviano por la derrota de Marco Antonio en Mutina, algo que sólo se explica porque todavía no le habían tomado la medida a Octaviano. Encima le ordenaron que entregase el mando de sus legiones a Décimo, o sea, que regalase la gran baza que tenía a cambio de nada.

Octaviano no sólo no se sometió, sino que se negó a participar en más operaciones contra Marco Antonio. Octaviano estaba decidido a vengarse de los asesinos de su padre adoptivo y sabía de sobra que muchos en el Senado los apoyaban. Marco Antonio, un antiguo lugarteniente de César, era el mal menor. Octaviano exigió al Senado que le designasen para uno de los dos puestos de Cónsul que habían quedado vacantes con la muerte de Pansa e Hircio, que se cancelase la declaración de Marco Antonio como enemigo público y que se anulase la amnistia otorgada a los conjurados contra César. El Senado se negó y Octaviano esgrimió lo que realmente importaba en esos momentos: sus legiones. Con ellas se presentó ante Roma. Al Senado le faltó tiempo para cumplir con las exigencias que les había hecho poco tiempo antes.

El movimiento de Octaviano representó un cambio fundamental en la política romana. Hasta entonces, tanto Sila como César y otros del mismo pelaje, habían utilizado una combinación de poderío militar y político. Era bueno disponer de legiones, pero también era preciso contar con el apoyo de la mayoría en el Senado. Octaviano mostró que los tiempos habían cambiado. El Senado era prescindible. Lo que contaba de verdad eran las legiones.

El primero que sufrió con el cambio de situación fue Décimo Bruto. Sus legiones le abandonaron y se pasaron al campo de Lépido y Marco Antonio; algo que también hizo ya sin ningún rubor Planco. Viéndose atrapado, Décimo marchó a toda velocidad hacia el sur, con el objetivo de pasar a Macedonia, donde Bruto y Casio, otros dos de los conjurados, estaban levantando un ejército para oponerse a los cesaristas. A mitad de camino fue capturado y ejecutado.

La situación a comienzos del otoño era: un gran ejército comandado por Marco Antonio y Lépido marchaba hacia el sur. Octaviano poseía otro gran ejército con el que hubiera podido hacerles frente. Octaviano hizo un cálculo ajustado de la situación. Su prioridad era vengar a César y, por el momento, era más lo que le unía políticamente a Marco Antonio y a Lépido que al Senado. Por otro lado, Marco Antonio era mejor general que él. Jugárselo todo al albur de una gran batalla era demasiado arriesgado.

En octubre, Marco Antonio, Lépido y Octaviano se encontraron en Bononia (Bolonia). Durante dos días conferenciaron y acordaron repartirse Occidente. Galia sería para Marco Antonio, Hispania y la Narbonense para Lépido y África, Cerdeña y Sicilia para Octaviano. Se atribuyeron el derecho a promulgar y anular leyes y a designar magistrados sin consultar al Senado ni al pueblo y se arrogaron el derecho a proscribir y sentenciar a muerte a ciudadanos, sin darles la posibilidad de apelar a las asambleas populares.

Había nacido el segundo triunvirato. La República estaba muerta, como muerto estaría menos de dos meses después el principal representante del ethos republicano, Cicerón.

 

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