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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

La India conquistada (4)

Emilio de Miguel Calabia el

La I Guerra Mundial, según Wilson, “transformó la soberanía imperial británica sin objeto en la India en una fuente vital de poder global”, cambiando de paso las ideas que tenían los británicos sobre cómo gobernar la India. Es una afirmación de Wilson que pongo entre paréntesis. Yo creo que mucho antes de la I Guerra Mundial los británicos ya eran conscientes de lo que representaba la India para su estatura internacional.

Durante la guerra, 800.000 indios fueron movilizados como combatientes y otros 400.000 como no-combatientes. El 60% de los combatientes no-británicos que lucharon por el Imperio eran indios. Grandes partes de la red de ferrocarriles india fueron desmontadas para reinstalarlas en Iraq. Los contribuyentes indios aportaron 100 millones de libras al esfuerzo de guerra, una cantidad que era casi el doble de los ingresos anuales del gobierno indio. El gobierno indio además suscribió otros cien millones de libras en bonos de guerra. El propio Virrey Hardinge se quejó de que la India estaba siendo explotada por el Ministerio de la Guerra.

La guerra obligó a los británicos a incorporar a los indios plenamente a la Administración, porque no había suficientes europeos a los que recurrir. Los británicos dieron más autoridad a los terratenientes locales, porque necesitaban su colaboración en las labores de reclutamiento. Los británicos se veían tan apretados por la guerra que el 20 de agosto de 1917 el Secretario de Estado Edwin Montagu declaró en la Cámara de los Comunes que el gobierno quería “una asociación incrementada de los indios en cada rama de la Administración” con el objetivo a largo plazo de que la India tuviera “un gobierno responsable dentro del Imperio británico”. Eso era lo que las autoridades decían en público. En privado los decisores británicos reconocían que todo era una cháchara destinada a asegurar la paz social en el Subcontinente y no malquistarse con el Presidente norteamericano Woodrow Wilson, cuya ayuda era imprescindible para ganar la guerra, aunque bien poca gracia que les hacían a los británicos sus discursos sobre la lucha contra los gobiernos autocráticos y la libertad de los pueblos.

La ejemplo de la revolución soviética, con sus llamamientos a los pueblos del mundo, y los discursos de Wilson hicieron imposible seguir manteniendo un régimen autocrático en el Subcontinente. Los líderes indios así lo veían y más después de cómo habían colaborado en el esfuerzo de guerra británico. En diciembre de 1919 se promulgó la Ley sobre el Gobierno de la India, que introducía un elemento democrático a todos los niveles. A nivel local habría consejos rurales y urbanos elegidos y presididos por indios. A nivel provincial se estableció un sistema dual: algunos asuntos serían competencia de los ministros provinciales, que deberían rendir cuentas ante las asambleas provinciales, y otros serían competencia de los burócratas imperiales que sólo rendirían cuentas ante el Virrey y el gobierno británico. En Delhi habría un consejo bicameral, que debatiría las acciones del gobierno. El Virrey conservaba un derecho de veto y la posibilidad de promulgar leyes que el consejo hubiera rechazado. Las reformas decepcionaron a los indios. Más allá de la supuesta democratización del sistema, todos los asuntos de enjundia, como la fiscalidad o los temas militares, quedaban en manos exclusivas de los ingleses.

Esta decepción se vio agudizada por la matanza de Amritsar del 13 de abril de ese mismo año y por la manera en que los británicos reaccionaron a la misma. En marzo los británicos habían aprobado la Ley Rowlatt, que reforzaba los poderes extraordinarios que se habían concedido a los tribunales durante la Guerra. Las protestas contra la nueva Ley desbordaron a los británicos. El gobernador del Punjab, Sir Michael O’Dwyer, pensó que tenía entre las manos un motín como el de 1857 y mandó a Amritsar al General Dyer, un tipo paranoico, a calmar la situación. El 13 de abril se celebraba un festival sikh. Dyer se puso nervioso, cogió dos autoametralladoas y cincuenta hombres y fue a poner orden en lo que creía que era una manifestación peligrosa. El resultado de su paranoia fueron 379 muertos y 1.200 heridos, según las cifras oficiales; las reales fueron mucho mayores.

Lo que enfureció a los indios fue la reacción del poder ingles. El telegrama que desde Nueva Delhi informó a Londres de lo sucedido, concluía con la frase: “El efecto de los disparos fue saludable”. En la investigación que siguió Dyer se manifestó muy satisfecho con lo que había hecho y en privado se permitió alardear de su masacre. Fue tan torpe, que hasta el propio gobierno indio se dio cuenta de que tenía una patata caliente entre las manos y en abril de 1920 le concedió una baja por enfermedad a disfrutar en el Reino Unido. Muchos en el Reino Unido le recibieron como un héroe, al que se había sacrificado para satisfacer “las susceptibilidades de los agitadores nativos”, y abrieron un cuestación popular para agradecerle por su acción. Después de Amritsar las cosas ya no podrían ser iguales.

A todas estas causas de descontento vino a sumarse una situación económica complicada. Durante la guerra se había incentivado la producción de cultivos y manufacturas vinculadas al esfuerzo bélico, mientras que la producción de alimentos para la población y de bienes de consumo había quedado relegada. El resultado fue una inflación de los precios de los alimentos básicos y de los bienes de consumo. La hambruna subsiguiente se unió a los efectos de la gripe española y, según los demógrafos hubo entre 11 y 13 millones más de muertos de lo habitual. Y para rematar, estaba el recuerdo de los 100 millones de libras esterlinas que el contribuyente indio había prestado al Imperio para que financiase la guerra.

A partir de 1920 se aceleró la campaña de no-colaboración con las autoridades imperiales y de fomento de la autosuficiencia india, cuyo principal impulsor fue Gandhi. Muy significativo fue que entonces, los hijos de la élite, gente como Rajendra Prasad, Abul Kalam Azad y Jawaharlal Nehru, abandonaron las aspiraciones de hacer carrera en el Raj y dedicaron lo mejor de sus esfuerzos a la causa nacionalista. Aun así, una parte importante de las clases medias no se sumó a la campaña de no-colaboración. El mensaje del gobierno imperial representaba el orden frente al caos y la anarquía, había hecho mella en ellas.

En febrero de 1922 Gandhi suspendió la campaña de no-colaboración, al ver que las clases medias no le seguían y que el Raj estaba más que dispuesto a hacer uso de la violencia. Fue una victoria parcial para los británicos. El edificio del Raj se estaba resquebrajando y la mejor prueba es que entre las nuevas generaciones de británicos había mucho menos interés en ingresar en el Indian Civil Service (ICS) y hacer carrera en él. Peor todavía, no pocos funcionarios veteranos del ICS añoraban los tiempos de antaño y, en cuanto podían, se jubilaban y volvían a Gran Bretaña.

Para mediados de la década de los 20 resultaba evidente que las reformas por la Ley sobre el Gobierno de la India habían fracasado. Los nostálgicos del Imperio aún abogaban por la firmeza y hasta el uso de la violencia para mostrar la fortaleza del Raj, pero los políticos más sensatos entendían que los tiempos de las exhibiciones de fuerza habían pasado. Ahora era el momento del nombramiento de comisiones para que determinaran lo que andaba mal: la Comisión Lee para descubrir por qué tan pocos británicos querían convertirse en funcionarios del ICS, la Comisión Mudiman para estudiar por qué no habían funcionado las reformas de 1919, la Comisión Linlithgow para analizar la crisis de la agricultura india… En fin, que los británicos estaban aplicando la vieja máxima de que, cuando dudes sobre el camino a seguir, nombra una comisión.

A medida que los británicos iban mostrando una mayor disposición a compartir de verdad el poder con los indios, fue revelándose una falla entre indios y musulmanes. El líder del Congreso, Jawaharlal Nehru, defendía un Estado centralizado y fuerte que interviniese en la economía. Los musulmanes, de los que muchos abandonaron el Congreso para integrarse en la Liga Musulmana de Muhammad Ali Jinnah, comenzaron a temer quedar en minoría en una India independiente. Si Nehru hubiera prestado atención a sus temores y hubiera estado abierto a una India federal cuyos estados dispusiesen de amplios poderes, la ruptura entre hindúes y musulmanes habría podido evitarse y posiblemente Pakistán no habría llegado a crearse.

La Gran Depresión golpeó duramente a la India, bueno la verdad es que golpeó duramente a todo el mundo. Los productores agrícolas dependían de los prestamistas locales quienes a su vez dependían de los bancos. Con los precios en caída libre y sin compradores, muchos granjeros se hundieron, arrastrando consigo a prestamistas y bancos. Las industrias británicas en la India sufrieron más que las locales; dependían del mercado británico, que se hundió, al verse afectadas por las campañas de boicot indias. A las industrias indias, en cambio les fue mejor, ya que su principal mercado era el doméstico.

Las protestas de los años 20 habían tenido un tinte nacionalista. Ahora se les unieron los que protestaban por el hundimiento de sus niveles de vida. La disrupción que estas protestas causaban en la economía y el sistema fiscal hacía que financieramente el Raj fuera cada vez menos viable. No quedaba más remedio que aceptar que los indios cogobernasen la India con los ingleses si se quería que el Raj sobreviviera. Después de tres años de conferencias y mesas redondas, en 1935 los británicos alumbraron una nueva reforma.

 

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