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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El primer soldado del Reich (6)

Emilio de Miguel Calabia el

(Fuerzas soviéticas a punto de mostrar a los alemanes que ellos también saben invadir)

En la primavera de 1943, los alemanes todavía poseían bazas interesantes: los aliados aún no habían desembarcado en el continente; la guerra submarina en el Atlántico parecía estar funcionando; la producción de armamento había crecido y no se veía todavía afectada por los bombardeos aliados. A estas bazas reales, Hitler añadía otra un poco más ilusoria: la llegada de nuevas armas a los campos de batalla, que esperaba que cambiasen la situación militar. Algunos le aconsejaban que buscase una paz separada con la URSS. La posición de Hitler al respecto era inamovible: antes de iniciar negociaciones de paz, necesitaba victorias militares que le colocasen en una posicion de fuerza. En el fondo Hitler aún confiaba en obtener una paz que le permitiera conservar sus conquistas. El problema era que la Wehrmacht ya no disponía de los medios para conseguir una victoria decisiva.

Una muestra de lo limitados que eran los medios a esas alturas es que la Operación Citadel que el Alto Mando planificó para ese verano tenía unos objetivos muy limitados: acortar las líneas alemanas mediante la eliminación del saliente de Kursk; alterar los planes ofensivos soviéticos y destruir gran cantidad de fuerzas enemigas. No era la fórmula para derrotar a la URSS y casi ni tan siquiera para entablar conversaciones de paz desde una posición de fuerza. En realidad, juzgándola fríamente, ni tan siquiera estaba del todo claro qué objetivos militares quería conseguir.

Kursk fue un fracaso. No podía ser de otra manera, dada la disparidad de fuerzas. Ni tan siquiera la llegada al frente de los nuevos modelos de tanques, el Tiger y el Panther, pudo salvar la situación. Peor todavía, mientras se desarrollaba la batalla, los aliados desembarcaron en Sicilia.

En el otoño de 1943 Hitler comenzó a considerar con mayor seriedad la posibilidad de negociar una paz por separado con Stalin, con quien pensaba que sería más fácil llegar a un acuerdo que con los aliados anglosajones. Una vez que hubiera alcanzado un acuerdo con Stalin, podría dedicar toda su atención al frente Oeste. Sin embargo, había dos obstáculos para Hitler: su convicción de que cualquier acuerdo con Stalin sería meramente temporal y su fijación con el espacio vital y la conservación de sus conquistas en el Este. También influía sobre él, la convicción de que cualquier negociación de paz debía entablarse desde una posición de fuerza. Esto no se debía únicamente a consideraciones diplomáticas. También le importaba el frente doméstico: habiendo asumido amplias responsabilidades en la conducción militar de la guerra, temía que las derrotas pudieran mellar su poder. Esto último no era mera paranoia. La propaganda soviética estaba dirigiéndose a los oficiales alemanes sugiriéndoles que actuasen contra el cabo austriaco que les había llevado al desastre.

Lo sorprendente de Hitler en ese estadio de la guerra es que pasaba alternativamente por momentos de euforia en los que veía las cosas con lentes rosadas y sobreestimaba sus posibilidades y momentos de realismo, en los que su ánimo se deprimía al contemplar la pavorosa realidad. Pongamos comienzos de 1944 e imaginémonos a Hitler con las gafas de ver las cosas color rosa. En sus momentos de entusiasmo podía contentarse pensando que los soviéticos no habían conseguido abrir brecha en las líneas alemanas,- aunque eso sí, les habían obligado a retroceder hasta el Dnieper,- además algún día tendría que agotarse las reservas de hombres de la URSS, los aliados habían visto su avance frenado en la península italiana, los aliados no habían conseguido extender sus bombardeos sobre el Reich y además habían perdido muchos aviones, la producción estaba creciendo, pronto habría nuevas armas como las bombas V y los nuevos modelos de submarino y el Muro del Atlántico era cada día más sólido.

El objetivo de Hitler en aquellos momentos era conseguir alguna gran victoria, llevar la guerra a tablas, después de haber mostrado a los aliados que no podían ganar, y esperar a que la coalición aliada se rompiese. Creía, con razón, que la alianza entre EEUU, el Reino Unido y la URSS era demasiado antinatural como para poder mantenerse. Su expectativa era aplastar a los aliados cuando intentasen desembarcar en Francia,- algo que creía posible. Si el desembarco fracasaba, posiblemente los aliados no podrían organizar otro antes de un año y la confianza en Churchill en el Reino Unido se hundiría. Eso, unido a los bombardeos con las bombas V, podría crear en el Reino Unido un estado de ánimo favorable a la paz. EEUU, por su parte, podría volver a dirigir su atención al Pacífico y Stalin podría reconsiderar su alianza con las potencias anglosajonas. Muchas hipótesis y todas dependiendo de algo que aún no se había demostrado: que los alemanes pudieran derrotar el desembarco aliado.

Los planificadores alemanes pensaban que el mejor momento para derrotar el desembarco e infligir duras pérdidas al enemigo, era en los momentos iniciales. Ello implicaba tener fuertes guarniciones en las fortificaciones costeras. Una fuerza móvil de reserva estaría en el interior preparada para acudir allá donde se produjeran rupturas en la línea por parte de las fuerzas aliadas. Inicialmente se había pensado que la Armada y la Luftwaffe acosasen a la Armada aliada en su aproximación a Francia, pero su estado era tal, que los planificadores entendieron que no estaban en condiciones de realizar esa tarea.

No obstante, a medida que la planificación avanzaba surgieron las primeras dudas. El Muro del Atlántico, por muy impresionante que pareciera, estaba defendido por tropas de segunda y de tercera y era de esperar que fuese sometido a un bombardeo brutal. Por otra parte, dada la superioridad aérea aliada, cabía esperar que las tropas de reserva tuvieran problemas para llegar a los puntos donde fueran necesarias. No había una solución satisfactoria para el dilema. Hitler fue quien decidió que parte de las fuerzas móviles estuvieran en las playas, en los puntos donde se considerase más probable la ruptura del frente, y otra parte estuviera concentrada en París en una reserva general. La decisión era muy deficiente teniendo en cuenta la situación real. Lo que hacía era dividir las fuerzas móviles, división empeorada por la confusión que había en torno a la cadena de mando.

 

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