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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El primer soldado del Reich (2)

Emilio de Miguel Calabia el

(Soldados alemanes invadiendo Polonia el 1 de septiembre de 1939, sin darse cuenta de la que acababan de liar)

Para comienzos de 1939, Hitler empezó a sentir que se le acababan las opciones. El rearme avanzaba a toda máquina, pero había llegado al límite por falta de hombres y de recursos. Inglaterra habia comenzado a rearmarse y era cuestión de tiempo que alcanzase a Alemania. Hitler estimaba que tenía como mucho una ventana de oportunidad de año y medio, durante la que Alemania sería superior armamentísticamente. Si la dejaba pasar, el poderío económico de Francia, Reino Unido y EEUU,- cuya entrada en guerra del lado británico consideraba ineludible a medio plazo-, aplastaría a Alemania.

La invasión de Checoslovaquia en marzo de 1939, violando los Acuerdos de Munich del otoño anterior, tuvo una motivación básicamente económica. Checoslovaquia tenía recursos que Alemania necesitaba y una industria armamentística potente. Las armas y municiones rapiñadas en Checoslovaquia sirvieron para armar a 30 divisiones. Si en términos económicos, la invasión fue un éxito, en términos diplomáticos fue un desastre. Hizo comprender a los británicos que el apaciguamiento no funcionaba con Hitler, que era insaciable, y empezó a extenderse la idea de que no se le podía pasar ni una más.

En la primavera de 1939 Hitler trató de atraerse a Polonia como un socio menor. Con su espalda asegurada, podría concentrarse mejor en la guerra en el oeste, que veía inevitable. Pero Polonia se resistió, al haber recibido garantías del Reino Unido de que defendería su independencia. En abril Hitler ordenó al OKW (Alto Mando de las Fuerzas Armadas) que preparasen los planes para la invasión de Polonia. Hitler era consciente de que la invasión le podía llevar a una guerra con Inglaterra y de que había el peligro de que la guerra fuese larga, algo para lo que Alemania no tenía los recursos necesarios. Además, los programas de nuevas armas en marcha no se prevía que dieran fruto hasta 1942-43. Su apuesta era una guerra victoriosa contra Polonia y tan breve que no diera posibilidad de reaccionar a las potencias occidentales. He dicho precisamente “apuesta”, porque todo tenía un aire a juego de la ruleta; Hitler estaba apostándolo todo al negro, sin tener claro lo que haría si salía rojo.

Hitler consideraba que el Pacto Ribbentrop-Molotov, firmado el 23 de agosto, le garantizaba que la guerra se limitaría a Polonia. Pensaba que ahora que Alemania y la URSS habían acordado no agredirse, las potencias occidentales renegarían de sus compromisos con Polonia.

La invasión de Polonia comenzó el 1 de septiembre de 1939. Durante los dos primeros días las tropas alemanas avanzaron a buen ritmo, sin que hubiera reacción aliada. Parecía que había salido negro y la apuesta había funcionado. Entonces el 3 de septiembre, Inglaterra y Francia le declararon la guerra. Hitler montó en cólera y la pagó con su Ministro de Asuntos Exteriores, Joachim Ribbentrop, que le había asegurado que las potencias occidentales no reaccionarían después de que Alemania y la URSS hubieran firmado el Pacto de no Agresión. Bueno, lo de que las potencias occidentales habían reaccionado es mucho decir. Tras haber declarado la guerra, se quedaron paralizadas, sin saber bien qué hacer a continuación y sin ser conscientes de que la frontera oeste de Alemania estaba desguarnecida y que Alemania no estaba en condiciones de resistir un ataque decidido en la misma.

La guerra relámpago contra Polonia duró cinco semanas. Hitler salió convencido de que había encontrado la fórmula para noquear a Francia e Inglaterra. Sus generales, en cambio, estaban mucho menos convencidos. Una cosa era el Ejército polaco y otra el francés. Además, los franceses, que ya habían visto cómo funcionaba la guerra relámpago, no se dejarían sorprender. Muchos generales pensaban que la victoria sobre Polonia debía aprovecharse para negociar con Francia e Inglaterra. Aun así, en el otoño de 1939, siguiendo órdenes de Hitler, se pusieron a planificar el ataque contra Occidente, en el que no creían. El plan que diseñó el Alto Mando del Ejército (OKH) era un plan inimaginativo. Hitler lo vio y ordenó que el punto principal de ataque se desplazase más hacia el sur. Esta idea de Hitler sería la base del plan victorioso definitivo. Fritz apuntilla que Hitler había demostrado tener una intuición estratégica al menos tan buena como la de sus generales. El propio Manstein, que ultimaría el plan definitivo, dijo: “[Hitler] tenía un ojo agudo para el arte de lo posible a nivel táctico y pasaba mucho tiempo estudiando mapas”. No obstante, Manstein pensaba que la intuición de Hitler tenía que ser dirigida por la experiencia militar de un oficial profesional.

La campaña de Francia fue un éxito que superó con mucho los sueños más descabellados de los oficiales alemanes. Lo curioso es que Hitler, que solía jugar al filo de la navaja, en esta ocasión se asustó, perdió los nervios y se preguntó si sus generales no estarían demasiado osados y se estarían exponiendo a una catástrofe.

Esto nos lleva al episodio de Dunquerque, cuando los alemanes tuvieron cercado al Ejército inglés y lo dejaron escapar. Este error generalmente se ha puesto en la cuenta de Hitler. Fue un error tan garrafal que algunos han querido ver un cálculo político detrás: Hitler no quería destruir el Ejército británico porque aún pensaba que era posible un entendimiento con Inglaterra. Fritz cuenta las cosas de manera distinta a como se han venido contando. Es cierto que como en tantas ocasiones, los nervios le jugaron una mala pasada a Hitler en el momento álgido de la campaña. No se había dado cuenta de lo precaria que era la posición aliada y todavía pensaba que el Ejército francés era más eficiente de lo que lo era en la realidad. Pero muchos otros generales alemanes compartían esa opinión. Unos pocos ataques ingleses en la zona de Arras, hicieron creer a los alemanes que iba a repetirse el “milagro del Marne” y que por un exceso de osadía iban a perder la campaña. El responsable de la orden de alto, que permitió la evacuación de los británicos, no fue Hitler, sino von Rundstedt, el Comandante del Grupo de Ejércitos A.

Leyendo a Liddell Hart, uno advierte algo que dice Fritz: los generales alemanes se ponían todas las medallas de la guerra relámpago contra Francia, olvidándose de las aportaciones de Hitler, y, en cambio, le ponían en el Debe el error de Dunquerque, que en puridad fue de von Rundstedt. Hay que reconocer que el análisis de la situación de Hitler era semejante al de von Rundstedt y al de otros generales, con lo que en el mejor de los casos cabría hablar de una responsabilidad compartida en la cagada.

 

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