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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El Kaiser Guillermo II (2)

Emilio de Miguel Calabia el

(El Kaiser era un experto en posar de tal manera que en la foto no se apreciase que tenía un brazo defectuoso)

La Constitución alemana de 1871 era un galimatías. Era el fruto de un acuerdo en el que se trataba por un lado de salvaguardar los intereses de las entidades estatales que se habían unido para formar el Reich alemán y por otro de establecer una coordinación federal que reconociera la primacía abrumadora de Prusia en lo económico y militar. Bismarck había gestionado muy bien este sistema complejo, pero es que Bismarck era Bismarck.

En principio el emperador gozaba de amplios poderes. En él recaían los nombramientos en el Reich y en la administración prusiana (pero si el canciller y los ministros se coaligaban en contra, era casi imposible que el emperador pudiera imponer a sus designados o pudiera frenar nombramientos que le disgustasen). Era comandante en jefe de las FFAA. Su aprobación era imprescindible para la aprobación de la legislación imperial y de la legislación prusiana. Suena bastante impresionante, ¿verdad? La realidad es que mucho dependía de la relación entre el emperador y su canciller y del apoyo que éste tuviera en el Reichstag. Un canciller que contase con el apoyo del Reichstag podía enfrentarse al emperador; uno que lo tuviese en contra necesitaría apoyarse mucho más en el soberano y sería más maleable.

No se puede afirmar que Guillermo II tuviera demasiada fortuna con sus cancilleres. Von Bülow, canciller de 1900 a 1909 llevó al puesto recomendado por el confidente del Káiser, Philipp Eulenburg. Bülow accedió al poder haciendo grandes proclamas de fe monárquica, presentándose como un paladín del poder imperial, que se proponía restaurar, y haciéndole una coba descarada al Kaiser, al que comparaba con los grandes emperadores alemanes del medioevo y del que decía que mezclaba “una peculiar energía y una prudente consideración, con una perspicacia notable de los tiempos que vivimos”.

Podemos imaginarnos lo que valían esas loas. Clark comenta: “Ya antes de su nombramiento como secretario de Estado para Asuntos Exteriores [cargo que había ocupado antes de ser canciller] había indicios reveladores de que una vez en el poder, Bülow no solo engatusaría al monarca, sino que también lo manejaría e incluso lo manipularía”. Bülow era un maestro del doble lenguaje. Al monarca le adulaba, pero a otros les hacía ver el carácter insensato y explosivo de Guillermo II y la suerte de que él estuviese allí para controlarlo. Una afirmación especialmente osada fue la de que la manera de ayudar a Alemania durante el reinado de Guillermo II era “limitando todo lo posible los peligros derivados de la personalidad de este mandatario.”

Bülow se convirtió en el centro de la política alemana e impuso la mayor parte de las veces sus ideas incluso en contra de lo que pensaba el Káiser. Inevitablemente Bülow y el Káiser tenían que chocar. El primer desencuentro serio ocurrió en el verano de 1905. El Káiser se reunió con el zar Nicolás II y firmaron un tratado de defensa mutua, el Tratado de Björkö. Bülow había dado el visto bueno al texto del Tratado, pero en las negociaciones con el zar Guillermo II introdujo alguna enmienda significativa. Bülow montó en cólera, dijo que el Tratado en su nueva redacción no respondía a los intereses de Alemania y amenazó con dimitir. Guillermo II se la envainó, pero el incidente envenenó indeleblemente las relaciones entre el Káiser y el canciller.

El año siguiente Guillermo II lo pasó tratando de socavar la posición de Bülow y, aunque le hizo algo de pupa, no consiguió su objetivo. Como en otras ocasiones, el problema de Guillermo II era su dificultad para seguir una línea política coherente. No obstante, el margen de maniobra de Bülow se vio recortado; además, Guillermo II le había visto el plumero y la manipulación ya no resultaría tan sencilla. Los años siguientes serían años de zancadillas mutuas. Al final, después de un revés político al no conseguir la aprobación de su reforma fiscal, Bülow y Guillermo II acordaron su salida discreta en 1909.

Irónicamente el siguiente canciller que nombró Guillermo II fue alguien que le propuso Bülow, Theobald von Bethmann Hollweg. Bethmann era un hombre estricto y funcionarial, que siempre quería respetar los procedimientos al uso. Aunque no había cordialidad, consiguieron desarrollar una relación de trabajo satisfactoria. Ayudó que Bethmann era muy impopular en el Reichstag, con lo que era mucho más dependiente del Káiser. Además, era un monárquico convencido y defendía con sinceridad los poderes del soberano.

Tal vez el peor perjuicio que Bethmann causó al Káiser y a Alemania fue la designación de Alfred von Kiderlen-Wächter como secretario de Estado de AAEE. Kiderlen era autoritario, testaduro y tenía tendencias belicistas. Durante los dos años que ocupó el cargo, digirió la política exterior de manera muy personalista, pasando del Káiser y haciendo poco caso a Bethmann. Lo mejor que pudo hacer fue morirse inopinadamente el 30 de diciembre de 1912, aunque para entonces ya había provocado la segunda crisis marroquí, que acentuó el aislamiento de Alemania y su imagen como potencia belicista.

 

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