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Cuando la gente se moría por ser amiga de Hitler (2)

Emilio de Miguel Calabia el

(El siglo XX nos ha proporcionado muchas imágenes chocantes. Una de ellas es la de un estandarte nazi al lado de una bandera norteamericana)

Hitler también tuvo sus admiradores en EEUU. Bradley W. Hart escribió en 2019 “Hitler’s American Friends: The Third Reich’s Supporters in the United States”, que muestra que en los años 30 en EEUU Hitler y los nazis tenían muchos más simpatizantes de los que ahora nos gusta recordar.

El más notorio fue Charles Lindbergh. Charles Lindbergh era en la década de los treinta un hombre muy popular en EEUU. Era el prototipo del héroe norteamericano. En 1927 había realizado el primer vuelo en solitario sin escalas entre Nueva York y París. Además le rodeaba el halo de una gran tragedia. En 1932 su hijo de 20 meses fue secuestrado en su casa y dos meses después fue encontrado su cadáver en descomposición.

Lindbergh hizo la ruta que todos los filonazis hacían. Visitó Alemania, donde fue agasajado y condecorado por Göring. Lindbergh tuvo palabras elogiosas para los diseños de cazas y bombarderos alemanes, los mismos que dos años después bombardearían Inglaterra. Lindbergh proclamó con alivio que “Europa y el mundo entero tienen la fortuna de que una Alemania nazi se interponga, en la actualidad, entre una Rusia comunista y una Francia desmoralizada.” Aun después de la invasión nazi de Francia, Lindbergh sostuvo que los ingleses, los judíos y la Administración Roosevelt estaban conspirando para empujar a EEUU a una guerra con Alemania.

El novelista Philip Roth escribió en 2004 una ucronía, “La conjura contra América”, en la que imagina que en las elecciones de 1940 Lindbergh derrotó a Roosevelt. Roth imagina un mundo en el que EEUU se hubiera abstenido de entrar en la II Guerra Mundial e incluso hubiera alcanzado una cierta entente con las potencias del Eje y el antisemitismo se hubiera normalizado en la vida norteamericana. Todo ello visto a través de los ojos de un Philip Roth niño (Philip Roth tenía 7 años en 1940).

Lindbergh no fue una anomalía en el panorama norteamericano. En aquellos años tuvo mucha importancia el grupo “América Primero” (por cierto, ¿resulta familiar el eslogan? Muchos años después un tan Donald lo retomó). Una de las ideas clave del grupo es que la guerra en Europa era un conflicto lejano y que a EEUU no le merecía la pena entrar en ella para defender a un Imperio británico decadente. Era un movimiento que agrupaba a tendencias muy diversas: aislacionistas, enemigos del New Deal Rooseveltiano, simpatizantes del nazismo… Una cosa que todos ellos compartían un fiero antisemitismo.

Uno de sus propagandistas más destacados fue el sacerdote católico Charles Coughlin. Coughlin, que en sus mejores momentos llegó a tener 30 millones de oyentes regulares, utilizaba el mismo tipo de retórica que había ayudado a los nazis a auparse en el poder. Defendía a los pobres, atacaba a las grandes corporaciones y denunciaba la indiferencia del gobierno ante los problemas económicos del ciudadano medio. Era un tipo de discurso que llegaba muy bien a la clase media baja norteamericana. Aunque inicialmente había apoyado las políticas de Roosevelt, con el tiempo se distanció de éste y fue adoptando posturas más derechistas. Hacia finales de los 30, derivó en un antisemitismo abierto. Como otros, interpretó la Noche de los Cristales Rotos como algo que los judíos alemanes se habían buscado.

Los de America First eran unos moderados comparados con la más pequeña German American Bund, creada en 1936 con ayuda de la Alemania nazi. La presidía Fritz Kuhn y sus miembros tenían que declarar que eran de ascendencia aria y que no tenían sangre judía, ni negra. Su momento de mayor gloria fue cuando en 1939 convocaron en el Madison Square Garden de Nueva York una manifestación en favor de América, en la que las banderas norteamericanas se codearon con las cruces gamadas.

La Legión de Plata de William Dudley Pelley se creó en 1933 y cualquier norteamericano se podía afiliar a ella a condición de que no fuera ni judío ni afroamericano. La Legión nunca fue excesivamente popular y en su momento de mayor esplendor apenas tuvo más de 15.000 miembros. Su ideología era racista, anticomunista, antidemocrática, pro-fascista y antisemita. Su mayor logro fue que inspiró a Sinclair Lewis su novela “Eso no puede pasar aquí”, en la que imagina la llegada al poder de un presidente fascista con unas ideas muy semejantes a las de los nazis.

La base social de los movimientos que he tratado hasta ahora era la clase media baja con miedo a la pauperización, una base social bastante similar a la que aupó a los nazis en Alemania. Pero en EEUU parte del gran capital también miró con buenos ojos a Hitler y sus muchachos. El más notorio,- pero no el único-, fue Henry Ford.

Henry Ford editó en 1920 el libro “El judío universal: el mayor problema mundial”, que recopilaba los artículos antisemitas que había publicado en su periódico The Dearborn Independent. El antisemitismo de Ford tiene mucho en común con el de Hitler. En ambos casos el odio hacia los judíos no es religioso, sino racial. La idea de que son un germen nocivo que hay que controlar en aras de la higiene social les es común, aunque Ford nunca habría pensado en la aniquilación física de los judíos. La similitud de pensamientos era tan grande que Ford es el único norteamericano mencionado, y elogiosamente, en el Mein Kampf. Aunque hay quienes afirman que Ford influyó sobre el antisemitismo de Hitler, yo lo dudo. Para cuando Hitler leyó a Ford su antisemitismo ya estaba conformado en todos sus detalles. Hitler debió de ver en el antisemitismo de Ford simplemente una confluencia de ideas que le reafirmaba en sus creencias. Donde Ford sí que influyó sobre Hitler fue en la idea del Volkswagen, el coche accesible al pueblo, algo similar a lo que había sido el Ford T.

 

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