
El que fuera Vicesecretario de Estado y presidente del Banco Mundial, Robert B. Zoellick, escribió en 2020 “America in the World. A History of U.S. Diplomacy and Foreign Policy” que pasa revista a la historia de las relaciones exteriores norteamericanas desde los inicios en la guerra de independencia hasta la presidencia de George H.W. Bush. La historia no sigue un modelo lineal, sino que cada capítulo gira en torno a un personaje que marcó los acontecimientos que Zoellick nos quiere contar en ese capítulo determinado. Yo he echado de menos que hubiera seguido un esquema más lineal. Por ejemplo, ni la guerra hispano-norteamericana, ni la guerra con México y la anexión de casi la mitad de su territorio son abordadas en el libro. El tono general es bastante nacionalista y providencialista y completamente acrítico.
La obra comienza con Alexander Hamilton, el primer Secretario del Tesoro de la joven República. Hamilton era muy consciente de la importancia del dinero para mantener la guerra. En una famosa carta que escribió al financiero Robert Morris en 1780, Hamilton afirmó que la guerra entre los nacientes EEUU y el Reino Unido era ante todo una guerra de desgaste (cierto) y que la victoria dependería tanto la movilización de los recursos norteamericanos como de la erosión del crédito y la voluntad inglesas. Su observación más perspicaz fue que un Estado necesita del crédito para combatir una guerra larga con éxito.
Tras la guerra, Hamilton advirtió que un país tan abundantemente dotado de riquezas naturales, necesitaría poder financiero, capital líquido e instituciones económicas firmes para desarrollarlas. Hamilton ya preveía que la economía proporcionaría la base del poderío norteamericano. Hamilton utilizó la deuda federal para ampliar la masa monetaria del país y lo hizo de tal manera que los sectores financieros y comerciales tuvieran un interés en la buena marcha de la nueva República. Zoellick aprecia lo que hizo Hamilton para encarrilar la economía de la joven República. Lo que no parece advertir es que sus iniciativas y su búsqueda del apoyo de financieros y comerciantes pusieron a EEUU en el camino de convertirse a largo plazo en una plutocracia.
Más de una vez, Hamilton sobrepasó sus atribuciones y se inmiscuyó,- con acierto, hay que reconocerlo-, en la diplomacia norteamericana. Para Hamilton el aislacionismo no era una opción. EEUU era parte del mundo atlántico y al otro lado del océano estaban las potencias europeas compitiendo por tener influencia en Europa y América. EEUU tenía que impedir que surgiese un hegemón en Europa y que potencias europeas se hiciesen con el valle del Mississippi, lo que en esos momentos suponía expulsar a España de la Luisiana.
Otro movimiento inteligente de Hamilton fue establecer una suerte de diálogo estratégico (así lo llamaríamos hoy) con Inglaterra apenas seis años después de la finalización de las hostilidades. EEUU era una nación agrícola, que podía complementarse bien con una Inglaterra manufacturera (resulta curioso que en el siglo XX esta misma fórmula ha conducido al neocolonialismo). Hamilton ofreció a Inglaterra colaborar en el sistema comercial global e incluso ayudarla en la lucha por el equilibrio del poder (había líderes como Jefferson o Madison que detestaban a Inglaterra y preferían la conexión francesa). Eso sí, una cosa era echar una manita a Inglaterra y otra romper la neutralidad norteamericana. Hamilton estuvo detrás del Mensaje de Despedida de Washington, en el que éste instó a sus compatriotas a evitar forjar alianzas permanentes, un consejo que EEUU seguiría hasta la I Guerra Mundial.
Otro elemento de la política exterior norteamericana, o casi del carácter norteamericano, ha sido la vis expansiva. Ya el Tratado de París de 1783, por el que el Reino Unido reconoció la independencia de EEUU, duplicó el territorio original de EEUU. Sus nuevas fronteras serían: al norte, los Grandes Lagos; al este el Océano Atlántico; al sur, la Florida española; al oeste, el río Mississipi, tras el cual comenzaba la Luisiana española.
Thomas Jefferson apenas un año después de la firma del Tratado de París, ya había elaborado un plan para la administración de los territorios transapaláchicos, que veía que podían servir de tapón frente a las colonias europeas que rodeaban a la joven República. Una de sus ideas fue organizar ese territorio en Estados semejantes a las trece colonias originales. Esa idea fue acompañada de otra en la práctica, que tendría mucho futuro por delante: la desposesión de los nativos americanos que vivían en esos territorios.
En 1800 Francia y España firmaron el Tratado secreto de San Ildefonso, por el cual España cedía la Luisiana a su propietario original, Francia. La reciente paz con el Reino Unido parecía ofrecerle la posibilidad de crear un imperio en Norteamérica. Además, vinculándolo a las colonias francesas en el Caribe, podía hacer del Golfo de México un lago francés. El acuerdo era tanto más desastroso cuanto que el puerto de Nueva Orleans, por el que transitaba el comercio norteamericano por el Mississipi, quedaba en manos francesas, que se consideraban más amenazantes que las débiles manos españolas.
EEUU, a través del financiero Pierre Dupont, propuso a Napoleón comprarle el territorio. La oferta llegó justo cuando se empezaban a torcer las cosas para los franceses en la región. La expedición para recuperar Haiti fracasó y las pérdidas en hombres fueron importantes por efecto de la fiebre amarilla. Una expedición que tenía que ir de los Países Bajos a la Luisiana fue postpuesta. España se negaba a ceder las Floridas. Enfrentado a tantos obstáculos y al riesgo de malquistarse a EEUU, Napoleón optó por abandonar sus sueños de un imperio norteamericano y aceptar vender la Luisiana por algo menos de 20 millones de dólares de la época (hoy representarían 500 millones de dólares, un regalo en todo caso). Ya había comenzado a pensar en una campaña europea y los fondos procedentes de la venta serían una buena ayuda.
La evaluación que hace Zoellick de Jefferson es que, aborreciendo los enfrentamientos armados, consiguió llevar a cabo una diplomacia basada en el comercio y la resolución pacífica de los conflictos, al tiempo que exigía a las potencias europeas, empezando por la Francia napoleónica, que se tomasen a EEUU en serio. Jefferson apostó porque Francia no podría resistir la marcha hacia el oeste de los colonos norteamericanos (en su conquista del Oeste la demografía ayudó poderosamente a EEUU).
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