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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El hombre que pudo ser Galdós

Emilio de Miguel Calabia el

Cuenta Andrés Trapiello en “Las armas y las letras” las dificultades que tuvo el bando nacional para atraer talento. Comprar tanques y aviones a italianos y alemanes era más sencillo que convencer a los intelectuales de que se pasasen a la España nacional. Uno de los que lo hizo y uno de los de mayor talento de aquel bando, fue Agustín de Foxá.

En septiembre de 1937, en Salamanca, Foxá terminó de escribir la que seguramente sea la mejor novela sobre la guerra civil escrita en el bando nacional, “Madrid, de corte a checa”. La novela está estructurada en tres partes de decreciente calidad.

La primera parte, “Flores de lis”, narra el final de la Monarquía. Tiene un arranque que recuerda al Valle-Inclán de “La Corte de los Milagros”: “Zambra y revuelo en la cacharrería del Ateneo. Llegaba Don Ramón con sus barbas de padre Tajo, sucio, traslúcido y mordaz. Hablaba a voces contra el general Primo de Rivera”. Así comienza un retablo por el que van pasando los grandes de España, los tertulianos, los teósofos, los estudiantes universitarios, los republicanos y los anticlericales… Foxá los describe desde una distancia irónica, que sospecho que adoptaba hasta con los de su propio bando. Sí, sospecho que Foxá nunca se terminó de fiar de un bando que le había aceptado como uno de los suyos.

La segunda parte, “Himno de Riego”, se ubica en el período de la II República y el tufillo maniqueo ya empieza a asomar. “Atajole Albornoz [está hablando con el Presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora]: Más vale la vida de un republicano que todos los conventos de España”.

“Chico, ¡qué vergüenza! He visto cómo incendiaban los conventos ante la sonrisa de los guardias.

Le interrumpió Molero, el comunista.

– Hay que dar una lección a los católicos.”

Aun así, en esta parte aún hay escenas donde el Foxá descreído y mordaz sale a la luz:

“Los aristócratas españoles invadían Guéthary, San Juan de Luz, Biarritz, Bayona. Jugaban un poco a los desterrados. Imitaban a los grandes duques rusos y fingían catástrofes.

– Sabe usted, madame Tricoire, me va usted a tener que admitir como mozo de comedor.”

Entre los aristócratas diletantes que frivolizan y no adivinan lo que se les viene encima, los políticos advenedizos y vanidosos y los obreros exaltados, violentos y radicales, aquí no se salva casi nadie. Bueno, hay uno que sí se salva, José Antonio Primo de Rivera. Foxá fue falangista e incluso afirma que aportó un par de versos al “Cara al sol”. Sospecho que su etapa falangista debió de ser el momento de su vida en que estuvo más próximo a creer en algo. Y si no, a su propio testimonio me remito: “Todas las revoluciones han tenido como lema una trilogía: libertad, igualdad, fraternidad fue de la Revolución francesa; en mis años mozos yo me adherí a la triloogía falangista que hablaba de patria, pan y justicia. Ahora, instalado en mi madurez, proclamo otra: café, copa y puro.” Sí, me estoy yendo del tema, pero es que el Foxá ocurrente y diletante, me encanta.

El caso es que aquí tenemos a José Antonio Primo de Rivera, que durante algunos días debió de ser el ídolo de Foxá, un hombre que habitualmente sólo idolatraba la comodidad: “Se levantó, por fin, Primo de Rivera. Era un muchacho joven. Guapo, agradable. Tenía la voz un poco nasal y exponía las ideas con justeza jurídica. Usaba metáforas brillantes (…) Aquel muchacho empleaba un lenguaje nuevo, desconocido.”

Comparemos esta descripción con la de un personaje que le cae gordo: Manuel Azaña. “Azaña estaba pálido. Tenía una cara ancha, exangüe, con tres verrugas en el carrillo, y unos lentes redondos, bajo las cejas alzadas. Vestía de oscuro. Hablaba frío, despectivo, extenso. Construía la frase literariamente salpicándola de cinismo, de ironía, de orgullo, porque quería epatar, desconcertar, herir. Era árido y de metáforas apagadas. Se veía la carga enorme de rencor y desilusión, que era su motor y su fuerza. Era un lírico del odio, un polemista de la venganza.”

Creo que lo del maniqueísmo de esta segunda parte queda claro, ¿verdad?

La tercera parte se titula “La hoz y el martillo” y narra los primeros meses de la guerra en Madrid, que es una ciudad por donde campan a sus anchas las turbas obreras y los burgueses se camuflan como pueden, sabiendo que cualquier llamada a la puerta puede ser el anuncio de que vienen a darles el paseíllo. Es la parte más floja de la novela. Puro drama y narración de las atrocidades de uno de los bandos. Desmerece tanto de las otras dos partes, que uno no sabe si la escribió movido por el odio y el miedo que le provocaron el que estuvieran a punto de darle el paseíllo el 21 de julio de 1936, o si fue una concesión a la propaganda de guerra, en la que decir que el bando contrario es el demonio siempre viene bien.

“Madrid,de corte a checa” tiene algo de episodio nacional galdosiano. La novela entremezcla personajes históricos con la trama argumental, que se centra en la complicada historia de amor de José Félix, un joven de familia bien que se hace falangista, y Pilar Rivera. La historia de José Félix y Pilar es un poco melodramática y queda gris y plana comparada con las escenas históricas que describe Foxá con muchísima más gracia.

Parece que que Foxá tuvo intenciones de continuar con la serie en una suerte de nuevos episodios nacionales a la manera de Galdós. Las novelas que tenía planeadas y que no está claro si llegó ni tan siquiera a empezar eran “Misión en Bucarest” (Bucarest es adonde le envió la República en 1936 como Secretario de Embajada y donde se dedicó al doble juego, hasta que se pasó al bando nacional al año siguiente), “Salamanca, cuartel general” y “Napoleonchu”, sobre la guerra separatista en el País Vasco.

No he leído en ningún sitio una explicación de por qué el proyecto quedó inconcluso, pero tengo una idea que me parece irrebatible: era demasiado vago para un proyecto que requería tanto esfuerzo. Mejor que dedicar las sobremesas a escribir, es dedicarlas a café, copa y puro.

 

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