Hace poco me encontré con un libro de canciones y poemas de José Antonio Labordeta que me prestó hace muchos años mi amigo Chema y al que nunca se lo devolví. El libro era de sus hermanos mayores, que no tenían tantos años como para haber corrido delante de los grises, pero sí los suficientes para hacer una lectura marxista de la realidad española y determinar que tras la muerte de Franco, España sería un paraíso de soviets, fábricas autogestionadas y amor libre.
En su día fui un gran admirador de Labordeta. Me fascinaban esa voz tan especial que tenía y esa rabia contenida de muchas de sus canciones. Hoy que releo sus canciones y poemas, me doy cuenta de lo mal que han envejecido.
Los temas esenciales de sus canciones y poemas son tres: el lamento por el campo, que se va despoblando y donde la vida es miserable; la rabia por la opresión y el anhelo por la libertad; y la añoranza. Los dos primeros de los temas han envejecido bastante mal. El campo ya no es miserable y su despoblación no parece importar mucho, ahora que la mayor parte somos urbanitas. Hablar de opresión resultaba mucho más fácil cuando había una dictadura y sabíamos quién nos oprimía. En la sociedad actual seguimos igual de oprimidos, pero los mecanismos de control se han vuelto al mismo tiempo omnipresentes y difusos. ¿Quién te está oprimiendo? ¿Los mercados, que te ven como una merca tuerca de la máquina? ¿Las redes sociales, que controlan tu vida y han conseguido que mires tu móvil 60 veces al día? ¿Tú mismo, que tratas de mantenerte en el sistema sin saber si realmente es eso lo que quieres?… En fin, que era más fácil hacer canción protesta cuando teníamos un dictador.
Los poemas que más me llegan de Labordeta son los que hablan de añoranza y nostalgia. Esos son sentimientos que nunca pasan de moda. Tal vez el mejor poema de todos sea el que dedica a su hermano Miguel, muerto prematuramente. El poema se titula “Nos haces una falta sin fondo” y transcribo algunas de sus partes más emocionantes:
“Miguel: Y caminamos
Aunque se hizo el silencio
Y no viniste, seguimos caminando.
Atruena la ciudad.
Los verduleros- sus voces tan hirientes
Ya no hieren- bajo tu ventanal
Suavizan a desgarros la mañana
Atruena la ciudad
Y en su silencio, tu nombre lo ha evocado
Un joven escritor
De menos de mil años
Al preguntar por dónde te has marchado.
(…)
Miguel:
Mamá te vuelve a descubrir
Cada mañana
Y mira tus camisas,
Tus viejos pantalones,
Tu boina de domingo,
Tus zapatos de campo y de paseo
Y te gesta de nuevo,
Esta vez a lágrimas y llanto.
Mi hija
-Ana pequeña ahijada tuya-
Me pregunta cuándo vas a nacer
De nuevo,
Para volver aquí, a nuestro lado…”
Literatura