
Una de las pesadillas de la vida diplomática son los días nacionales. Cuando vino el COVID y hubo que cancelar los días nacionales, algunos ingenuos pensamos que desaparecerían. Pues no, los días nacionales no desaparecieron. El COVID no trajo los grandes cambios sociales que habíamos anticipado. Si acaso nos trajo más problemas de salud mental.
Elementos de un día nacional: escuchar uno o dos discursos. La longitud del discurso depende del nivel de inteligencia del que lo pronuncia y aseguro que puede haber diplomáticos muy obtusos. El segundo es la comida y la bebida que se ofrece. Esto puede marcar la diferencia entre “puf” y “puaj”. En el mejor de los casos volverás razonablemente cenado a casa. El tercero son el resto de invitados, que se dividen en dos categorías: los interesantes y los pelmazos. A los primeros pocas veces llegas porque a menudo te corta el paso uno de los pelmazos; además son mucho menos numerosos. Los segundos suelen estar divididos en varias categorías: los enamorados de tu país, que se creen que nos pasamos el día bailando flamenco y matando toros; los que se pirran por codearse con diplomáticos, porque creen que eso les da prestigio; los que quieren colocarte algo (que asistas a la inauguración de sus oficinas a 100 kms de la capital, que participes en una rifa benéfica que van a organizar, que aceptes una invitación a una cena que durará cuatro horas y en la que estarás rodeado de comensales a los que no conoces…). Lo más inteligente que nadie ha dicho sobre los días nacionales es que “son los mismos tontos en distintos hoteles”. Porque ésa es otra. Al 80% de los invitados ya los conocías de otros días nacionales.
He vivido muchos días nacionales, pero dos se han quedado grabados en mi memoria. En el primero yo era un joven y tímido secretario de Embajada. Llegué al Día Nacional de Argentina, que se celebraba en la Residencia de la Embajadora, un sitio de bastante ringorrango con un jardín muy bonito. Según entré, saludé a la fila de bienvenida, cogí una copa y comencé a deambular por el jardín entre diplomáticos y autoridades para las que era invisible. Así anduve todo el rato que me duró la copa. Salí de allí sin haber hablado con nadie.
Hago un paréntesis. En aquellos tiempos llevar una copa en la mano era un buen subterfugio para que no se notase lo aislado que estabas o, al menos, que no se te notase tanto. No hay nada más desairado que estar con las manos en los bolsillos y que nadie se te dirija. Con la copa al menos tienes la esperanza de que alguien vaya a querer brindar contigo y durante tres segundos sientas que tu presencia allí no fue completamente inútil. En la actualidad, aunque las copas siguen realizando la función descrita, los móviles han aparecido con fuerza. Un móvil permite simular que te han llamado o incluso llamar a alguien. Una copa se termina tarde o temprano. La conversación real o fingida con el móvil la puedes alargar todo lo que haga falta. Y, mejor todavía, puedes dar la impresión de que eres una persona tan importante y ocupada que te requieren fuera del horario de oficina.
El otro día nacional que recuerdo con espanto sucedió en Bangkok, en el hotel Mandarín Oriental. Se celebraba el día nacional de un país escandinavo. Había atasco y sólo llegar al hotel me costó una hora. Entre en el salón justo cuando la Embajadora comenzaba su discurso. Su país y Tailandia llevaban 100 años de relaciones diplomáticas y se empeñó en contárnoslas año a año. Cuando hubo terminado, hice lo más razonable: me puse en la cola para una de las mesas de comida. Como fui rápido, estaba muy delante en la cola. Justo entonces, la pizpireta Embajadora nos llamó a todos los Embajadores al escenario para que nos hiciéramos una foto con ella. Perdí mi sitio en la cola en aras de la fotogenia. Cuando bajé del escenario, volví a colocarme en la cola. Ahora estaba a una distancia tal que apenas sí divisaba la comida. Justo en ese momento la Embajadora pizpireta anunció que toda la comida era vegetariana. “Atpc”, pensé. Llamé al chófer y me fui de allí escopetado.
La celebración del día nacional en China adquiere una solemnidad especial. Es como si China no quisiese olvidarse de que fue un imperio durante 2.000 años. Y lo sigue siendo. Sólo se me ocurre otro país que acaso mantenga un protocolo imperial y es Rusia. Durante un breve período, cuando Rusia jugueteó con la idea de la democracia, sus fiestas nacionales tenían un aire entrañable de hermanos que se reencuentran. Allí siempre había el diplomático ruso veterano que con tres vodkas entre pecho y espalda se te pegaba y decía lo mucho que le gustaba Occidente y la ilusión que le haría visitar Disneylandia. Ahora que Rusia vuelve a querer ser imperio y su protocolo ha resucitado los uniformes de los soldados que lucharon en Borodino es posible que sus días nacionales se hayan vuelto pomposos y solemnes y que sean como escuchar la marcha 1812 en bucle.
El Reino Unido sí que sabía de días nacionales ceremoniosos. El Reino Unido ha sido el epítome de los imperios. La combinación de Oxbridge, la casaca roja de los lanceros bengalíes y el té de las cinco es imbatible. Y además tenían a una reina como Isabel II, que era la más reina de las reinas. Con ella en el Trono y en los sellos de cinco peniques uno podía hacerse la ilusión de que Britannia gobernaba sobre los mares y que la independencia de las colonias había sido un accidente de recorrido. Desde que Boris Johnson fue primer ministro británico, ya no he podido seguir creyéndome la mística imperial británica. Es como si con su pelo despeinado le hubiera reventado las costuras a lo que quedaba de imperio y se hubiera visto que por dentro no había más que algodón apelmazado.
¿Y España? Nosotros somos más plebeyos. Nos gustan los días nacionales en los que se corta una pata de jamón y se bebe Rioja. Ni cuando fuimos un imperio donde no se ponía el sol conseguimos creérnoslo. Los Austrias se denominaban reyes de las Españas, porque sabían que aquello era un imperio de mentirijillas, que el imperio no existía. Lo que había era una turbamulta de territorios mal avenidos donde cada uno quería hacer lo que siempre han querido hacer los españoles: su real gana.
Vuelvo a China, que cuando me pongo pedante a lo Federico Palomera no hay quien me pare.
La celebración del día nacional comienza con la llegada del equipo de la FAO y de las autoridades. A poco de llegar a Cantón me sorprendió lo a menudo que los otros Cónsules se referían a la Organización para la Alimentación y la Agricultura en un país que no tiene problemas de hambre. Luego me enteré de que FAO son las siglas de Foreign Affairs Office, que es el departamento que se ocupa de los Cónsules en Cantón.
Pues bien, llega el equipo de la FAO con las autoridades y se retiran a una salita privada para departir con el Cónsul. El Cónsul y la principal autoridad de la comitiva se sientan en dos grandes butacones que presiden la reunión. En otras butacas alineadas en dos filas, se sientan ambas delegaciones, la china en una y la del Consulado correspondiente en otra. Allí, durante un chauchau, que no es un chauchau, el Cónsul y la autoridad hablan. En otros países uno esperaría una conversación insustancial sobre el tráfico y el tiempo. Aquí no. Aquí notas que tu interlocutor chino quiere una conversación más sustancial, hablar de cooperación, de proyectos potenciales… Sentados detrás de las butacas presidenciales están los intérpretes de cada parte.
Yo hablo en español y el intérprete de la otra parte lo traduce al chino; y viceversa. Javier Marías en “Corazón tan blanco” imaginaba una situación en la que uno de los intérpretes se salía del guión y comenzaba a hacer reflexiones íntimas que su interpretado no había dicho. La otra intérprete le seguía el juego tras un momento de sorpresa. Al final los dos mandatarios acababan sincerándose y reconociendo lo que les cansaba la democracia con todas sus servidumbres.
Una observación adicional. El grado de cercanía entre tu país y China o la importancia que China le otorga a tu país determina qué autoridades chinas asistirán a tu día nacional. En el caso de España vinieron una Vicegobernadora de la provincia de Guandong y un Vicegobernador de la ciudad de Guangzhou. Asistí al día nacional de un país irrelevante, que nunca está por encima de la posición 100 en las listas de desarrollo económico y desarrollo humano. Allí los representantes de la FAO eran dos subdirectores, uno por la provincia y el otro por la ciudad. Me quedé con la impresión de que un poco más y les envían al bedel de la Oficina.
El Día Nacional comienza con la ejecución del himno del país y del de China. Luego vienen los discursos. He advertido que hay dos modelos. En el primero el Cónsul General respectivo se centra en hablar de las relaciones bilaterales entre su país y China. La palabra más oída en el discurso es “excelente”. En el segundo de los modelos, reservado para países que se consideran parte del Sur Global, también exaltan las relaciones bilaterales, pero aderezan el discurso de condenas al colonialismo, raíz de todos los males que les afligen. Tanto da que el último colono se hubiera retirado sesenta años antes.
A continuación viene el brindis sobre el escenario del Cónsul con las autoridades Chinas. A continuación bajan del escenario y van brindando con cada uno de los demás Cónsules Generales, que están alineados sobre una alfombra roja. Una vez que se ha brindado con el último de los Cónsules, se rompen filas y, ¿puede el Cónsul empezar a disfrutar de la recepción?
Pues va a ser que no. Las próximas dos horas será un frenesí de personas que quieren conversar con el Cónsul e, indefectiblemente, hacerse una foto con él. Muchos de ellos, además querrán tener el WeChat del Cónsul: “Le escaneo” es el lema del ataque subsiguiente. Lo de explicar ese “le escaneo” me llevaría a tener que explicar el funcionamiento de WeChat y después de dos meses aún no lo entiendo, así que pasemos página.
Muchos de esos simpáticos escaneadores al día siguiente enviarán notificaciones ofreciendo sus servicios en las áreas más diversas: limpieza de oficinas, start up de productos médicos, fabricante de plásticos… Lo bueno es que al día siguiente asistirán a otro Día Nacional, escanerán a un Cónsul nuevo y se olvidarán de ti hasta el siguiente Día Nacional.
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