Emilio de Miguel Calabia el 02 mar, 2022 Su otra gran obra de contenido religioso y un tanto “especial” es “El diablo”, que escribió al final de su vida. Irónicamente, el Papini que se había convertido al catolicismo más de treinta años antes, da una vuelta de tuerca a su fe y recupera una herejía que hacía bastante que había quedado arrumbada en el catolicismo y cuyo principal representante había sido Orígenes: la idea de que la infinita Misericordia de Dios no puede condenar a ninguna de sus criaturas,- ni tan siquiera al diablo-, al fuego eterno. No, al final todos serán redimidos y contemplarán a Dios. Esta obra fue muy atacada por la Iglesia y sus medios de comunicación en Italia. Ahí es nada que un converso cuyo retorno a la fe celebraste con alharacas tres décadas antes, te desentierre de manera convincente una herejía que creías haber erradicado hacía mil quinientos años. La tesis de Papini es que si Dios es amor, sufre con los dolores de todas sus criaturas y eso incluye al mismo diablo. En el fondo, hay algo incómodo en la idea de que Dios es menos amoroso que cualquier padre normal, que perdonará a su hijo infinitas veces. El hombre ha de colaborar en esta suerte de redencion del diablo, entendiendo cuál fue su historia, cómo cayó y cuál era su relación original con él. El hombre ha de acercarse al diablo “con espíritu de caridad y justicia, no para convertirse en su admirador o imitador, sino con el propósito y la esperanza de liberarle de sí mismo y así liberarnos de él”. El diablo juega un papel en los planes de Dios. Pretender que pudiera escapar completamente al designio divino y “vivir por su cuenta” desdiría del poder del Dios. “El diablo, por tanto, es un agente de Dios, reconocido por Dios: algo así como un investigador y un fiscal. Parece, casi, un procurador del Rey del Cielo.” Aunque en su día “El diablo” causó mucho revuelo, yo creo que en el largo plazo las dos obras que han opacado a todas las demás de Papini son “Gog”, que ya mencioné, y “Juicio universal”. En “Juicio universal” trabajó muchos años y sólo fue publicada póstumamente. Es un empeño descomunal y más cuando Dante ya había hecho algo parecido y de una manera sublime setecientos años antes. Su amigo de infancia Ettore Allodoli da algunas pistas sobre Papini, que pueden explicar un poco la intrahistoria del proyecto. Allodoli calificó a Papini de “anárquico y revolucionario, despreciador de toda regla y disciplina, catador desaprensivo de toda suerte de drogas intelectuales, judío errante del saber, acuciado desde la más temprana edad por la quimera imposible de escribir una enciclopedia donde se reunieran todas las culturas.” Desde 1908 Papini tenía la idea de escribir un “Informe sobre los hombres”. En él iba a analizar las pasiones, las actividades, las condiciones… todo lo que atañe al ser humano. Este Informe, al que dedicó muchos años, quedó incompleto. Junto al Informe, otra idea que empezó a rondarle por esos años fue la de escribir sobre el juicio final y dejar que representantes de la Humanidad se justificasen; un poco como el Informe que había previsto, pero con personajes que encarnasen las pasiones que el Informe iba a abordar más abstractamente. Podemos imaginarnos Gog como el paso previo a “Juicio universal”. Allí Gog desmonta todas las ilusiones que la Humanidad se hace sobre sí misma, por medio de sus entrevistas con personajes contemporáneos. En “Juicio universal” Papini va más allá. Aquí pasa revista a la Humanidad entera. La diferencia es que en esta ocasión su juicio no es tan severo. Él mismo dice que entre sus tétricas verdades “hay también luz de fantasía y de esperanza”. Aunque la idea le hubiera estando rondando mucho tiempo, parece que no se sentó a escribirla hasta 1940. Él mismo dice: “No por casualidad he comenzado a escribir el “Juicio” a los sesenta años. Sólo a esta edad existe la seguridad y la amplitud de la experiencia humana…” En subsiguientes entradas en su diario se ve la importancia que tenía para él la obra, las vueltas que le daba a su redacción y a su estructura y su preocupación creciente por no dejar el libro acabado. Hay obras que obsesionan a sus autores, que les hacen sentir que si no las acaban habrán fracasado como escritores o incluso como personas, porque son obras en las que el escritor quiere poner todo lo que es y casi hasta justificar toda su obra. Algo así le sucedió a Giovanni Papini con “Juicio universal”. Durante años “Juicio universal” estuvo en la librería de mi padre. En sus tapas predominaba el color rojo y en su portada traía a un ángel concentrado en tocar una trompeta, me imagino que la del Juicio Final. Había algo en ese libro que me asustaba, como si abrirlo y ponerme a leerlo fuera a ocasionar el apocalipsis poco más o menos. Cuando finalmente lo leí, me encontré con una obra que tiene los ritmos de un profeta bíblico, a ratos amable y sabio y a ratos un pelín desquiciado. El inicio tiene una majestuosidad que me he encontrado pocas veces en la literatura: “Sobre la nueva tierra, bajo el nuevo cielo, el Juicio ha comenzado. El nuevo cielo está desierto. No hay sol, ni luna, ni estrellas. La luz no desciende ya desde la altura, sino que sube de la tierra para iluminar con igual esplendor el desolado giro. Luz inmóvil, inmutable (…) Luz abstracta, opaca, muda, sin color ni calor; luz de un crepúsculo que no tendrá fin. Desaparecieron los astros y ha terminado, por ello, el alterno sucederse de los días y las noches. El tiempo ya no es mensurable; se ha dispersado de nuevo en la eternidad. El Juicio ha comenzado. Quizá hace una hora, quizá hace siglos. La nueva tierra es una ilimitada llanura que dulce y uniformemente desciende hacia la remota línea del horizonte. Ni un hilo de hierba ni un árbol nace en ella. Parece un desierto de ceniza petrificada y luminosa…” En ese paisaje desnudo y gris los ángeles interrogan a los resucitados en espera de que Dios dicte sentencia. El primero de los varios coros que aparecen en la obra es el de los ángeles y transcribo su inicio por lo que tiene de conmovedor: “Ahora que se ha desvanecido el mundo como un sueño interrumpido y las estrellas se han apagado una a una como pobres candelas al término de un funeral; ahora que el sol, convertido en globo de hollín, se ha disuelto, polvareda negra en la oscuridad; y la luna se deshizo y cayó a manera de blanca rosa ya marchita; ahora que la vieja tierra, reblandecida por la sangre y el llanto, se ha partido como un blanco grumo de barro; por fin ha acabado, para vosotros, el terror del final. Todos habéis resucitado, todos sois eternos: sólo la muerte ha muerto para siempre”. Los antiguos tenían la idea de que una vida sólo puede ser considerada feliz o desgraciada, exitosa o fracasada en el momento del último suspiro. Toda la carrera triunfal de Julio César queda matizada por sus últimos momentos, cuando varios senadores,- a algunos de los cuales consideraba amigos-, entre los que se cuenta su propio hijo adoptivo Bruto (algún historiador apunta a que Bruto pudo haber sido incluso un hijo biológico de César) le apuñalan con saña. Sócrates revela su grandeza en sus últimos momentos, cuando bebe la cicuta para cumplir con su injusta condena y espera paciente y magnánimo a que haga su efecto. El militarote Vespasiano, que había vivido lo suficiente como para saber lo que valían las glorias imperiales, poco antes de morir musitó: “Creo que me estoy convirtiendo en dios”, en referencia irónica a la costumbre de deificar a los emperadores a su muerte. Dante retomó la caracterización de los antiguos. Sus personajes quedan definidos por toda la eternidad por un acontecimiento o por un rasgo de carácter. “…Vosotros los florentinos me llamabais Ciacco. Por el perjudicial pecado de la gula, estoy expuesto a la lluvia, como ves…” Este Ciacco, que parece que es un personaje inventado, queda definido por toda la eternidad por el pecado de la gula. “… Ese fue en el mundo un hombre soberbio, sin ninguna buena cualidad que dé honra a su memoria; de suerte que aún está aquí su sombra poseída de furor (…) Todas [se refiere a las almas encenagadas como él] gritaban: “¡A él! ¡A Felipe Argenti!” Y el colérico espíritu del florentino se volvía contra sí propio, despedazándose con los dientes.” Felipe Argenti era un florentino riquísimo y poderosísimo, que era famoso por su iracundia y su soberbia, que le llevaba a poner a sus caballos herraduras de plata. Podría parecer que todo lo que fue su vida se ha reducido a la mínima expresión, pero es esa mínima expresión la que sirve para expresar lo que fueron su vida y su carácter. Nos creemos que somos muy versátiles y polifacéticos, pero la verdad es que un par de adjetivos bien buscados sirven para definirnos. Papini no pertenece al mundo clásico, sino al siglo XX, donde todos queremos nuestros 15 minutos de gloria. Sus enjuiciados tienen derecho a un parlamento ante el ángel, antes de que Dios les juzgue. Las actitudes van desde la arrogancia del que no se arrepiente de sus pecados ni en ese último momento, hasta el humillado que los reconoce lleno de remordimiento, pasando por el que trata de justificarse como puede. Sade comparece renuente a arrepentirse, alegando que el mayor mal se lo hizo a sí mismo y afirmando que “no tengo otra defensa contra la venganza de Dios que mi inaplacada infelicidad.” Fidalma,- un personaje inventado-, sólo conoció la miseria y el sufrimiento y sólo se siente culpable de haber maldecido en su interior a los hombres y a Dios: “De estos pecados pedí entonces perdón a Dios y pido ahora perdón a Dios. Si mis llantos no los ha borrado aún de su libro, hágase su voluntad. Estoy acostumbrada a sufrir, he padecido siempre y seguiré padeciendo”. Himmler comparece orgulloso y desafiante; no creyó en Dios, sino que puso toda su fe en Alemania: “Si la causa de Israel es más grata a Dios que la causa de Alemania, condéname a pena eterna. Sabré, al fin, en qué consiste su famosa justicia y su decantada misericordia.” Julio II, el Papa renacentista al que representó perfectamente Rex Harrison en “El tormento y el éxtasis” y que prefería la espada a la Biblia, reconoce sus culpas y termina con un patético: “… ahora estoy aquí, después de tantas esplendideces y grandezas, como un gusano tembloroso que ni siquiere se atreve a pedir perdón a su Dios.” Podría continuar trayendo a colación a personajes y más personajes y no terminaría. La riqueza del libro y la capacidad de Papini para mostrar los recovecos y la variedad del alma humana es impresionante. Lástima que lo escribiera en un tiempo que posiblemente no sepa apreciarlo. Literatura Tags DanteDiabloGiovanni Papini Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 02 mar, 2022