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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

La batalla más inútil (y 2)

Guerra Civil Española,
Emilio de Miguel Calabia el

Los objetivos de la ofensiva que planeó Rojo eran dos. El primero, el militar, era aliviar la presión sobre el Ejército de Levante. Desde finales de abril el Ejército nacional había estado avanzando en dirección a Valencia. Las fuerzas republicanas, muy bien atrincheradas y muy motivadas resistieron encarnizadamente, pero lentamente fueron cediendo terreno. Las fuerzas nacionales las superaban en potencia de fuego, en número y en dominio del aire. En vísperas de la batalla del Ebro, el Ejército nacional estaba a cuarenta kilómetros de Valencia. El resultado final estaba cantado, pero la duda era cuándo. El segundo era de carácter político. Hacer ver al mundo que la República no estaba derrotada.

He leído en alguna parte que uno de los objetivos de Rojo era volver a enlazar los dos territorios en los que había quedado separada la República. No me lo creo. De Gandesa, principal objetivo de la ofensiva del Ebro, hasta el frente nacional al norte de Valencia había 140 kilómetros. Dudo que Rojo creyera que podría romper el frente y conseguir un avance tan fulgurante. Un poco más de esa distancia eran la que habían cubierto los nacionales en cinco semanas en marzo-abril con superioridad en potencia de fuego, dominio del aire, armamento y con un 50% más de soldados que un enemigo agotado y mal armado. Rojo, en caso de romper el frente en Gandesa, no iba a tener ninguna de esas ventajas.

Las tropas encargadas de llevar a cabo la ofensiva estaban integradas en el denominado Ejército del Ebro, compuesto 3 cuerpos de Ejército (el XV, el XII y el XVIII); en total 9 divisiones, 29 brigadas mixtas, 120 blindados y 200 piezas de artillería. Conseguir crear en tres meses una fuerza combativa de algo más de 80.000 soldados a partir de las fuerzas derrotadas y desmoralizadas de abril y de reclutas bisoños de 17y 18 años (la famosa “quinta del biberón”) es un logro que hay que reconocer. A ese logro contribuyó que entre mediados de marzo y comienzos de junio la frontera francesa estuvo abierta y entraron cantidades ingentes de material, que permitirían rearmar a estas tropas.

El plan de Rojo preveía un ataque por sorpresa en un frente de 60 kilómetros, que debía dirigirse como objetivo principal a la localidad de Gandesa, un importante nudo de comunicaciones. Tomada Gandesa, si las condiciones eran propicias, se continuaría la penetración. Además, habría dos ataques de diversión, uno por el que se cruzaría el Ebro entre Fayón y Mequinenza y otra en el que se cruzaría por Amposta. Rojo sentía debilidad por las fintas y los ataques de diversión destinados a distraer al adversario sobre sus objetivos y a desviar sus fuerzas. La realidad es que estos ataques secundarios lo único que conseguían era privar de recursos a la ofensiva general.

El cruce del Ebro sorprendió al bando nacional, que tenía indicios de que los republicanos podían intentar algo en el Ebro o en el Segre, pero que no se tomó la amenaza lo suficientemente en serio y no previó la magnitud del ataque. En las primeras veinticuatro horas de combate los republicanos consiguieron prácticamente todos sus objetivos iniciales, salvo Gandesa. Tagüeña, que mandaba el XV Cuerpo de Ejército, en sus memorias achacó el fracaso en tomar Gandesa a Líster y a Rojo. Las fuerzas de Líster, en lugar de apoyar a las de Tagüeña, se perdieron en la sierra de Pandols, por donde deambularon varias horas perdidas. A este respecto cabe decir que uno de los problemas del Ejército republicano es que muchos de sus oficiales no sabían leer planos y a menudo pensaban que no los necesitaban. En cuanto a lo que le toca a Rojo en el fracaso, Tagüeña le achaca que anuló su orden de que la 16ª división cruzase el río la primera noche, ya que prefería mantenerla en reserva. Para cuando Rojo lo permitió, ya era demasiado tarde. La 16º no pudo cruzar el río hasta el día 28, cuando todo el pescado ya estaba vendido. Una característica de Rojo era que mantenía sus reservas en la retaguardia demasiado tiempo por precaución y para prevenir contraataques y desaprovechaba ocasiones de lanzarlas al combate en momentos en los que hubieran podido cambiar el curso de la batalla.

Un punto que no toca Tagüeña es la influencia que pudo tener la ausencia de la aviación republicana en los primeros días. Parece que esta ausencia se debió a dos motivos principales: 1) Impedir que el traslado de los aviones del frente de Levante al del Ebro hiciera saltar las alarmas en el bando nacional; 2) La fuerza aérea republicana estaba completamente implicada en frenar la ofensiva nacional sobra Valencia. Es posible que las cosas hubieran sido un tanto diferentes si la aviación republicana,- inferior en todo caso en número a la nacional-, hubiese estado disponible desde el primer día. Tal vez con su apoyo los republicanos habrían conseguido tomar Gandesa el primer día, pero no creo que hubieran avanzado mucho más lejos.

La batalla del Ebro siguió el esquema tradicional de las ofensivas diseñadas por Rojo: sorpresa del enemigo, avance rápido en los primeros compases de la operación y fin del avance ante la combinación de fallos propios y de llegada de los primeros refuerzos nacionales. Ya en la noche del primer día de combate,- el 25 de julio-, los primeros refuerzos nacionales llegaron a Gandesa. Durante los días siguientes hubo combates encarnizados en el área de Gandesa, mientras seguían llegando tropas nacionales de refuerzo. El 1 de agosto Rojo acepta la realidad y ordena que se pase a la defensiva.

Si la batalla del Ebro hubiese terminado el 1 de agosto, podríamos decir que la República había conseguido un éxito estratégico, al forzar a los nacionales a interrumpir la ofensiva sobre Valencia, y un éxito táctico parcial; se habían conseguido casi todos los objetivos previstos para la primera fase, menos el principal, Gandesa. La cuestión es que la batalla del Ebro no terminó el día 1 de agosto, que habría sido lo lógico, sino tres meses y medio después. La pregunta del millón es ¿por qué?

Los tres meses y medio de batalla absurda e inútil es el fruto de dos testarudeces, la de Franco primero y la de Rojo después.

Franco se empeñó en recuperar el terreno perdido el 25 de julio, aunque para ello tuviera que reconquistar paso a paso la imponente sierra de Pandols, donde los republicanos ya se habían atrincherado. La decisión de Franco fue muy criticada en su día y lo sigue siendo. Hay una frase atribuida a Franco, que explicaría sus motivos, pero no he conseguido encontrar la fuente original, así que la transcribo con las debidas reservas: “No me comprenden, no me comprenden… en 35 kilómetros tengo encerrado lo mejor del ejército rojo.” O sea, que para Franco se trata de una batalla de desgaste, en la que hay que aniquilar a una de las mejores fuerzas del Ejército republicano. Von Clausewitz defendía que el objetivo primordial en una guerra es destruir las fuerzas del adversario. Lo que no estoy seguro que dijera es que en el proceso tengas que desgastar las tuyas. Por cierto que la batalla del Ebro fue la única en la que se produjo cierto malestar en la retaguardia nacional. Por primera vez el bando nacional asistía a una ofensiva que se eternizaba y que causaba muchísimas bajas, sin que se vieran compensadas por la ocupación de hitos significativos; viste mucho menos decir en los partes que conquistaste la cota 395 de la Sierra de Pandols, que decir que tus tropas entraron en Teruel.

Conociendo el carácter y pensamiento de Franco, me parece completamente verosímil que la destrucción del ejército enemigo, erre que erre, fuera su objetivo. No obstante, había maneras mucho más efectivas de conseguirlo. Por ejemplo, creo que atacar por los flancos de la bolsa en lugar de por la sierra de Pandols habría sido igual de eficaz y le habría causado menos bajas. Y si Franco no hubiese sido Franco, habría podido desarrollar planes más osados: cruzar el Segre y lanzar una ofensiva sobre Cataluña de oeste a este, que habría pillado al Ejército del Ebro con el pie cambiado; continuar con la ofensiva sobre Valencia, más fácil ahora que la aviación republicana había quedado quebrantada…

Lo que se explica aún menos es que el mando republicano aceptase el envite de Franco y se dejase arrastrar a una guerra de desgaste por unos kilómetros cuadrados yermos. A esas alturas de la guerra, era evidente que una guerra de desgaste sólo podía beneficiar a los nacionales, que disponían de más hombres, estaban mejor pertrechados y tenían más facilidad para procurarse armamento.

En distintos sitios he leído diversas explicaciones, pero ninguna me ha convencido del todo. Una es que la República quería prolongar la guerra para enlazarla con el conflicto europeo que se veía en el horizonte. Yo creo que había maneras de prolongar la guerra más eficaces que dejar que tu mejor ejército se desangre defendiendo unas tierras yermas. Por otra parte, el 30 de septiembre se firmó el Pacto de Munich, que podía hacer pensar que se había evitado la guerra en Europa. El Ejército del Ebro aún aguantó en la margen derecha mes y medio más. Otra posibilidad es que la República quisiera fijar a las tropas de Franco en esa zona, para impedir que lanzaran nuevas ofensivas sobre la zona centro. Si quería eso, lo consiguió, pero a un precio que no se podía permitir. Incluso he leído, que la resistencia se debió a un intento de mantener la moral alta en el bando republicano, que abandonar un terreno cuya conquista había generado tantas expectativas resultaría desmoralizador. Como quiera que fuese y por el motivo que fuese, la República se obcecó en aceptar una batalla de desgaste por unos pocos centenares de kilómetros yermos y sin poblaciones notables. Peor todavía: aceptó dar la batalla con un río a sus espaldas y con un enemigo que dominaba el aire y podía bombardear sus puentes y pasarelas a placer y que, además, al controlar los embalses de las cuentas altas de sus afluentes, podía provocar crecidas que dificultasen la comunicación entre las dos orillas.

El 16 de noviembre el Ejército republicano, quebrantado, volvió a cruzar el Ebro. Cinco semanas después los nacionales iniciaron la ofensiva sobre Cataluña, que en mes y medio conquistó la región. Tras esa conquista, que bien hubiera podido hacerse en la primavera de 1938, a la República le quedaban menos de dos meses de vida.

 

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