Emilio de Miguel Calabia el 25 jun, 2020 Suele decirse que Venus es el hermano de la Tierra. No sé si el hermano tonto o el que tuvo mala suerte. Los tamaños y densidades de ambas son similares. El radio de Venus es de 6.051 km y su circunferencia de 12.104; las cifras para la Tierra son 6.371 y 12.742. La masa de Venus es el 85% de la de la Tierra y su densidad de 5,24 gramos por centímetro cúbico, frente a los 5,52 de la Tierra. Si viajases a Venus, durante los 15 segundos que durarías vivo sobre su superficie, comprobarías que tu peso es el 90% del que tenías en la Tierra; en comparación, tu peso en Marte sería en torno al 38% de tu peso en la Tierra. Venus está a 108 millones de kilómetros del sol, frente a los 150 millones de la Tierra. Su año dura 225 días frente a los 365 días de la Tierra. Ambas tienen un nucleo central compuesto de hierro básicamente. Frente a estas similitudes, hay que señalar las diferencias que son enormes. Su campo magnético es el 0,0000015% del terrestre debido a su lentísima rotación: el día venusiano (243 días terrestres) es más largo que su año, aunque por efecto de su órbita retrógada, tiene un amanecer por el Este cada 117 días. Carece de tectónica de placas, que es el proceso que en la Tierra renueva la superficie terrestre y absorbe dioxido de carbono de la atmósfera; esa función en Venus la realizan los volcanes. Y tal vez la diferencia más importante de todas: la composición atmosférica. El 96% de la atmósfera venusiana es dióxido de carbono. En la atmósfera terrestre la proporción es del 0,04% y ya vemos el efecto invernadero que genera, pues imaginémonos en Venus. La temperatura en la superficie es de aproximadamente 460 grados centígrados, unos 60 grados más que Mercurio que está 40 millones de kms más cerca del Sol. Y para rematar, cuando llueve lo que cae es ácido sulfúrico. El pasado septiembre Michael J. Way y Anthony D. Del Genio presentaron un estudio en el European Planetary Science Congress en el que aventuraron la hipótesis de que Venus pudo haber tenido un clima estable y apto para la vida durante 3.000 millones de años. Hace unos 750 millones de años se produjo un fenómeno vulcanológico masivo que rehizo la superficie del planeta y proyectó a la atmósfera cantidades masivas de dióxido de carbono que generaron el Venus infernal que tenemos hoy en día. El estudio incluso afirma que Venus podría haber sido un lugar más idóneo para la vida que la Tierra en sus inicios, al gozar de un clima más estable que ésta. Si la vida hubiera surgido en Venus y hubiese seguido el ritmo pausado que siguió en la Tierra, en el momento en que se produjo el fenómeno vulcanológico masivo habría habido ya organismos pluricelulares, pero no animales. Se estima que, si no nos la cargamos antes, la Tierra aún podría albergar vida durante al menos otros 1.000 millones de años. No obstante, está por ver si somos tan sabios como para no cargárnosla. Si la hipótesis de Way y de Del Genio sobre Venus es correcta, podría sugerir que en un planeta capaz de albergar la vida, pueden desencadenarse procesos geológicos y climatológicos que hagan que deje de ser capaz mucho antes de que la evolución del Sol la haga imposible. Y esto me lleva al cambio climático y a una pregunta que me inquieta: ¿y si hemos desencadenado ya mecanismos que se retroalimentan y que llevarán a que el dióxido de carbono crezca ya sin control, hagamos lo que hagamos, haciendo la Tierra inhabitable mucho antes de lo esperado? Es el tipo de pregunta ideal para no dormir bien por las noches, para inspirar películas apocalípticas o para comenzar campañas buenistas y redentoras inspiradas por Bill Gates. Pero también es el tipo de pregunta que merece la pena hacerse. Primero, las malas noticias. Al inicio de la revolución industrial la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera era de 280 partes por millón. El pasado abril era de 416 ppm y subiendo. O sea, prácticamente un 50% más y la concentración va creciendo cada vez más rápido. En 2000 era de 370%, un 11% menos que en la actualidad. Algunas estimaciones señalan que, al ritmo que vamos para 2100 la concentración podría ser de 900 ppm y la temperatura entre 4,1 y 4,8 grados más que antes de la Revolución Industrial. Incluso si disminuyéramos ya todas nuestras emisiones, el CO2 que hemos expulsado en los últimos años aún permanecerá en la atmósfera entre 300 y 1.000 años más. Por cierto, que hablamos mucho del CO2, pero el metano, otro gas de invernadero, ha crecido mucho más rápido en los últimos 250 años: ahora un 150% más en la atmósfera; su efecto invernadero es 28 veces mayor que el del CO2, pero la buena noticia es que desaparece antes de la atmósfera, aproximadamente una década. Si somos buenos durante los próximos 80 años y respetamos nuestros compromisos internacionales el incremento de la temperatura podría limitarse a grado y medio, algo que sólo los muy optimistas comienzan a creerse a partir del tercer güisqui. Y ahora vayamos con las buenas noticias. La Tierra ha conocido momentos en los que la proporción de CO2 en la atmósfera era muy superior a la actual. En el Cámbrico, hace 500 millones de años, se estima que la proporción era de 4.000 ppm. Más cerca, hace unos 55 millones de años tuvo lugar el denominado Máximo Térmico del Paleoceno-Eoceno (MTPE), durante el cual se estima que la proporción de CO2 pudo ser de unos 900 ppm. El Máximo Termal ocurrió relativamente rápido; en el espacio de 20.000 años se emitió suficiente CO2 y metano en la atmósfera como para que la temperatura del planeta aumentase en 6 grados. La circulación atmosférica y oceánica se vieron alteradas. Probablemente no había hielo en el planeta y en las aguas del Ártico había una flora y fauna subtropicales. Hubo extinciones, pero no masivas. Los océanos se acidificaron. En fin, no parece demasiado dramático. ¿O sí? Al ritmo que llevamos, en 1.000 años (si para entonces seguimos vivos) habremos arrojado a la atmósfera la misma cantidad de CO2 y metano que procesos naturales arrojaron en 20.000 años. De hecho ahora mismo emitimos 5 veces más CO2 y 27 veces más metano al año que el que se estima que se emitió anualmente en ese episodio. Si no hacemos nada, para 2100 la temperatura global habrá aumentado entre 3 y 5 grados con respecto a la que había a finales del siglo XVIII. Durante el MTPE tomó 20.000 años que subiera en 6 grados. El escritor, geógrafo y antropólogo Jared Diamond, dice que no hay que temer que el proceso de calentamiento global se nos vaya de las manos y terminemos como Venus. Otra cosa es que el calentamiento global nos traiga un mundo donde vivir sea bastante más incómodo y donde descubramos lo poco sostenible que era nuestra sociedad. Como soy pesimista sobre la capacidad de los humanos de reaccionar rápido y con sabiduría, voy a asumir un crecimiento de la temperatura de 3,5 grados para 2100, que me parece más verosímil que el grado y medio que el Acuerdo de París se ha fijado como objetivo; y aun así soy más optimista que muchos científicos, que piensan que el crecimiento de la temperatura será de 4 grados. ¿Cómo sería vivir en un mundo 3,5 grados más caluroso? Los veranos serán largos y calurosos. En muchas partes del sur y centro de Europa no serán raros los 45 grados de temperatura durante varias jornadas. Los acontecimientos climatológicos extremos serían la norma. Unos pocos datos: siete de los diez incendios más destructivos que ha conocido California han tenido lugar después de 2015. Seis huracanes de fuerza 5 se han formado en el Atlántico en los últimos cuatro años. Inundaciones del tipo de “1 cada cien años” empiezan a hacerse tan frecuentes, que ya hay quienes sugieren que se redenominen “1 cada 20 años”… o menos. Y esto con una subida de las temperaturas que no llega aún a dos grados. No quiero ni pensar en 3,5 grados más. Los países lluviosos recibirán aún más precipitaciones, mientras que los que sufren sequías, verán cómo su régimen de lluvias cambia. Recibirán menos agua, pero cuando llueva, serán trombas torrenciales. La desertificación se agudizaría en varias partes del planeta, empezando por la Península Ibérica. Los océanos se acidificarían y posiblemente partes de ellos se viesen afectados por la anoxia,- la falta de oxígeno-, que no podrían albergar la vida. Los polos se estarían derritiendo a una velocidad alarmante y el nivel del mar habría subido entre 0,5 y un metro. Puede no parecer mucho, pero será preciso construir diques en muchas ciudades (Hong Kong, Kolkata, Yakarta, Ho Chi Minh City, Tokio, Nueva York, Miami, Barcelona, Dhaka…) El número de personas que se verían afectadas varía enormemente de unas estimaciones a otras, pero no bajaría de cien millones de personas. Varios pequeños Estados insulares no tendrían la opción de los diques y desaparecerían: Vanuatu, Kiribati, Tuvalu. Por cierto, si tiene ganas de conocer las Maldivas, más vale que se apresure, porque no está claro lo que quedará de ellas en 2100. Hay países como Bangladesh, que está en el delta de un río que no desaparecerán, pero verán cómo una parte importante de su territorio queda sumergida, lo que resulta bastante incómodo cuando tu población son 161 millones y tu superficie 148.000 kms2. En fin, como no quiero deprimir, omitiré lo relativo a extinciones masivas, problemas para alimentar a la población mundial, que para entonces se espera que ascienda a casi 11.000 millones de seres humanos, escasez de agua… En resumen. La buena noticia es que parece muy improbable que vayamos a seguir el ejemplo de Venus en los próximos siglos. La mala noticia es… que hay muchas malas noticias. Otros temas Tags Cambio climáticoDióxido de carbonoMetanoTierraVenus Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 25 jun, 2020