Al tiempo que Ron Lalá triunfa en el Teatro Fernán Gómez de Madrid con 4 x 4. Un viaje a las primeras cuatro obras, la editorial Antígona publica el primer volumen de las Obras completas. Son dos extraordinarios acercamientos a los inicios de una agrupación fundamental del teatro español contemporáneo.
Los amantes del teatro y del cómic tenemos mucho que agradecer a Ron Lalá, una compañía que revive en los escenarios un espíritu semejante al que presidiese los añorados ejemplares de Tiovivo, Pulgarcito o TBO. Si Escobar, Ibáñez o Vázquez recrearon un mundo imposible de violencia, sarcasmo y comicidad en las figuras de Carpanta, Rompetechos o las hermanas Gilda, esos excepcionales dramaturgos que son Juan Cañas y Álvaro Tato, responsables principales de los textos que se publican en este primer tomo, hacen lo propio con esta brillante sucesión de gamberradas y onomatopeyas escénicas que siguen con todo el rigor imaginable la lógica del disparate y el absurdo.
Cañas, tan cercano a esos otros maestros del humor visual que forman la compañía Yllana, es sobre todo actor y músico, al igual que el resto de miembros de Ron Lalá (fundamentalmente el director Yayo Cáceres y los intérpretes Íñigo Echevarría, Miguel Magdalena y Daniel Rovalher), mientras que Tato tiene una amplia y bien galardonada trayectoria como poeta iniciada mucho antes de que la primera de estas obras, Si dentro de un limón metes un gorrión el limón vuela, se estrenase en 2002. Lo curioso es tanto esta como las otras tres piezas –Mi misterio del interior (2005), Mundo y final (2008) y Time al tiempo (2011)-, tan aparentemente distintas a los poemarios de Tato, descubren tantas coincidencias con los mismos a poco que se estudian conjuntamente que no puede menos que sorprender la coherencia con que Álvaro Tato ha construido un universo creativo amplio y de sugestivas ramificaciones al tiempo que riguroso y cohesionado.
La unidad que se percibe en la lectura me ha sorprendido porque no la aprecié así cuando vi y disfruté en su momento tanto estas como el resto de las portentosas y regocijantes obras de Ron Lalá. Claro que se percibía la relación entre ellas, porque se trata de una compañía con un lenguaje bien construido, reconocible y audaz, pero su fuerza como espectáculos era tal que las amé desde un primer momento sin pararme a pensar en la riqueza literaria de las mismas; no, por supuesto, porque no la valorase, sino porque la entendía como un elemento más junto al impresionante ritmo, las fabulosas capacidades interpretativas y musicales de todos los miembros de la compañía y el delirante alborozo del conjunto.
Esta edición ayuda a estimar aún más la técnica de estos actores, capaces de dar apariencia de espontaneidad, de libertad creativa, a unas dramaturgias de enorme solidez: ¡Qué difícil es hacer que parezca fácil algo tan preciso! ¡Cuánto trabajo es necesario para que las locuras se vean naturales! ¡Cuán admirable es la voluntad de hacer accesible lo complejo!
Porque estas cuatro obras, que son de Cañas, de Cáceres, de Echevarría, de Magdalena y de Rovalher, lo son también de Tato, del autor que en el año 2000 había publicado esa reflexión sonora y socarrona sobre el Antiguo Testamento llamada Hexateuco. Allí hacía gala de un lenguaje rico en imágenes, que recurría al aroma clásico para ser ligeramente irreverente aunque jamás paródico. El gusto por vulnerar las formas y conceptos clásicos estaba ya en ese libro, aunque de manera muy suave, mucho más recatada que al volcarse en escena; pero ya en la biografía del autor que aparecía en la contraportada podía leerse: “Recita en diversos locales de Madrid con el conjunto poético musical Ron Lalá”. Hay, pues, un Ron Lalá anterior al teatral, uno dedicado a la palabra y la música, acaso a las fábulas breves que con el tiempo darían lugar a tramas más comprometidas.
En ese mismo año 2000, Tato publicó un segundo título, Libro de Uroboros, donde están más claras aún las claves del teatro inmediato. La más obvia quizá esté en el poema titulado “Rueda del viajero”. Allí escribe:
“Yo corté para mi ramo
la rosa de los vientos, las flores del azúcar;
la fruta del pecado, la verde enredadera
del jardín de Babilonia, el loto de Corfú,
el único nenúfar de la Estigia y el alado
limón de los suspiros”.
¿Se refiere Tato a los deliciosos suspiros de almendra, huevo, azúcar y limón? ¿Acaso a los escapados de una boca de fresa que ha perdido la risa y el color? No lo sé… Pero el caso es que el limón con alas reaparecerá enseguida, como escapado de alguna viñeta coloreada, cuando en la primera de estas obras se le meta un gorrión. ¿Se trata de un experimento fallido del doctor Bacterio o alguna invención improbable del profesor Franz de Copenhague? El Libro de Uroboros incluye el relato de la caída de un Faetón falto de alas, así como el de la danza de veinte alados cisnes en un lago; y también se permite citar a Stan Lee cantando el vuelo sobre el techo del mundo de Estela Plateada, y con él la evocación de otros héroes del cómic y sus derivados: Corto Maltés, los Cuatro Fantásticos, Robin sin Batman, Han Solo… Todos ellos son mitos; mitos contemporáneos estos últimos como los de Hexateuco son mitos clásicos. Mitos no entendidos como falsedades sino como invenciones, como relatos.
La poesía de Álvaro Tato comenzó preguntándose por el lugar del mito y, una vez estrenado como dramaturgo, encuentra ese lugar poético en el teatro. Cara máscara (2007) es su acto de amor por las formas y figuras del drama. Mantiene el entusiasmo de sus libros anteriores por el valor simbólico de las creaciones humanas pero ya no lo centra en las narraciones religiosas ni en las estrategias audiovisuales contemporáneas, sino en la antiquísima escena teatral. Conforme las nuevas obras de Ron Lalá nos iban ofreciendo una visión apocalíptica de un mundo reventado de podredumbre (que ni un limón alado convertido en superhéroe Lemon Man podrá salvar), Tato iba escribiendo acerca de los integrantes de este cabaret de autómatas donde perseguimos una personalidad -un carácter- inalcanzable.
El humor sarcástico y agresivo de las piezas de Ron Lalá (¿ron con limón?) se trasvasa aquí con menos agresividad pero con el mismo dolor. Porque en todas estas obras, lo mismo las teatrales que las poéticas, hay una angustia soterrada propia de la naturaleza de la risa trágica. Álvaro Tato y Ron Lalá son cómicos enormes porque son grandes trágicos dañados por la maldición de vivir bajo impenetrables máscaras amargas. Son formidables creadores teatrales. Son, sin duda, escritores mayúsculos.
@Pedro_Villora
ArtistasObras de Arte