Generosidad, entrega, responsabilidad y compromiso son las cualidades que debe reunir una persona que dedique su vida profesional a la sanidad militar. Lo dice la cabo primero Raquel López Corrales, que lleva más de veintitrés años en el Ejército del Aire, doce de ellos en una unidad tan exigente como la Unidad Médica Aérea de Apoyo al Despliegue, desarrollando funciones de técnico en Emergencias Sanitarias y de Despliegue.
Ingresó en el Ejército del Aire en 1999 y su primer destino fue el antiguo Hospital del Aire de Arturo Soria. Dos años después se produjeron los ataques al World Trade Center del 11-S en Nueva York, lo que fue un acicate para que pocos meses más tarde se presentara voluntaria para ir a Afganistán, al hospital español de Bagram, “era la primera misión de la operación Libertad Duradera, una misión que marcó en mí la realidad de ese pueblo con una cultura estancada en la Edad Media. Una misión que hizo que creciera en mí, aún más, una vocación por servir a los demás”.
Considera que los hombres y mujeres de la sanidad militar “deben tener vocación y entrega a los demás, estar preparados para el trabajo en equipo y tener formación previa y años de experiencia en sanidad”. Formación y dedicación que te obligará a tener siempre una maleta preparada y estar dispuesto en todo momento a viajar a cualquier lugar del mundo, por remoto que este sea, para cumplir con la misión que se te encomiende.
Todo ello, en el caso de Raquel, intercalado con la participación en numerosas misiones fuera de nuestras fronteras: en Afganistán, Libertad Duradera en la base aérea de Bagram y varias veces en la operación ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad de la OTAN) en la base aérea de Herat; en Yibuti formando parte de distintas rotaciones del destacamento Orión en la operación Atalanta; en los países bálticos en la operación de la OTAN de policía aérea (Baltic Air Policing), ya sea en Lituania, Letonia o Estonia; así como en el destacamento Grappa en Sigonella (Sicilia, Italia), como parte de la operación EUNAVFOR MED. Un total de once misiones, media vida fuera de casa con la recompensa de “saber que has contribuido, dentro de tus responsabilidades como sanitaria, a la sanación o al intento de mantener hasta el último momento la vida de una persona”.
Y con la experiencia que te dan todas estas misiones fuera de España, no te puedes sorprender, por extraño que resulte, cuando te toca actuar en tu ciudad, en un momento excepcional de cobertura médica saturada. Nunca pensaste que algo así te llegaría a pasar, nada menos que en Madrid, pero tienes que estar preparada para ello.
El COVID-19 azota al mundo, llega a España y casi sin darte cuenta te ves inmerso en la operación Balmis. Se despliega un hospital de campaña en IFEMA. “El mismo día del despliegue me empecé a encontrar mal, tuve un cuadro de dos días con conjuntivitis y molestias en la faringe y tuve que retirarme por precaución. Para mí fue frustrante estar apartada de mis compañeros que estaban desde el principio de la crisis sanitaria dándolo todo y expuestos a una carga viral altísima en la UCI de ese hospital desplegado. Estuve unos días en casa y temía por ellos”.
Tras la recuperación llega el momento de volver. “Fui a la UCI muy nerviosa y pronto fui consciente de a lo que realmente me enfrentaba: un enemigo invisible. Esta vez no había ‘rocket attack’, ni sirenas como en la base de herat. No era visible, ni sonoro. Todo, absolutamente todo lo que tocase era susceptible de estar contaminado. Después de diez horas allí, aunque no estés en la parte sucia, todo es sucio. El estrés es descomunal. El miedo está ahí y tienes que trabajar con él, somos humanos. A medida que pasan los días lo vas controlando”.
Una mujer acostumbrada a ver el lado más atroz de la vida, personas desmembradas, calcinadas…, se da cuenta de que no puede mirar a los ojos a los enfermos de ese virus maldito, que se encuentran allí ingresados, solos, alejados de sus seres queridos. “Luego fui empezando a mirarles, aprendiéndome sus nombres, les sonreía pero ellos no lo podían ver detrás de mi mascarilla. Deshumanización absoluta”.
Después de viajar por todo el mundo, una de las situaciones más difíciles a las que uno se enfrenta tiene lugar aquí, en casa, en tu zona de confort. Al final, cuando todo pasa, experimentas sensaciones contradictorias: “satisfacción por el deber cumplido, pero no he sido la sanitaria que yo soy, ni el EPI me ha permitido ser la sanitaria que yo soy. Es frustrante tener la sensación de no haber dado el cien por cien de mi capacidad a pesar de toda mi experiencia. Porque me separaba una pantalla, un gorro, una doble mascarilla, una bata de quirófano, doble guante, un delantal de plástico. No sintieron que les sonreía, aunque lo hacía continuamente”.
Una vez, un militar americano que la observaba trabajar le dijo: “jamás vi a nadie que le brillaran tanto los ojos trabajando”. Esas palabras han estado en su cabeza cerca de diez años “y es lo que me ha dado fuerza para conseguir la permanencia en el Ejército del Aire. Sabía que este era mi sitio y quería quedarme”.
Vendrán nuevas misiones, nuevos viajes a los lugares más hostiles, está segura de ello. Aunque ahora toca una etapa más tranquila en el Centro de Instrucción de Medicina Aeroespacial. Eso sí, siempre aportando todos sus conocimientos y experiencia a la sanidad militar.
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