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Nacionalismo económico

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Resultaba necesario atender a las conferencias del CPAC, el evento conservador americano. Hablaba Bannon, del que se supone que manda mucho, pero del que sólo se sospecha la ideología. No tiene obra, solo algunas opiniones (Bannon, por cierto, tiene aspecto de llevar muerto varios días). En noviembre se comentó algo en este humilde blog a partir de una conversación suya en Internet. Era extravagante (en un sentido entre retro y refrescante) más que peligroso. Era sorprendente.
Esta semana habló y entre otras cosas fue interesante su énfasis en el nacionalismo económico.
El movimiento conservador trumpiano junta a conservadores, libertarios, populistas o nacionalistas americanos, dijo, y lo primero que llama la atención es que implícitamente, la asunción despreocupada de esos términos supone que se toman en algún sentido positivo.
Es decir, admiten ser populistas, y admiten ser nacionalistas y por tanto no admiten necesariamente el conjunto de significados negativos que esas palabras tienen en nuestro mundo.

Pero lo del nacionalismo económico parece fascinante. Es una de los tres elementos fundamentales en la agenda de Trump. Es algo que se analiza con horror, pero no es precisamente antiamericano.
Alexander Hamilton, padre fundador, fue uno de los pioneros del nacionalismo económico. Se oponía al libre comercio sin excepciones de Adam Smith por considerarlo colonialista, negativo para los intereses de una nación naciente (valga la redundancia). Hamilton no se oponía al libre comercio, pero sí consideraba que debía ser matizado con tarifas arancelarias determinadas (muy bajas, por ejemplo, en el caso de las materias primas).
Su “Report on manufactures” inspiró a Friedrich List, un economista alemán del siglo XIX (que visitó EEUU), y una figura importante en lo que nos ocupa. Es uno de los padres del nacionalismo económico y, en tanto defensor de la unión aduanera, uno de los héroes de la formación de Alemania.
List pasó a la historia por sustituir el punto de vista individual de los clásicos en el análisis económico por los objetivos nacionales. El objeto de su pensamiento era el futuro económico nacional. Pensaba en términos de nación como unidad económica.

List no negaba el libre comercio, ni mucho menos, pero tras un periodo de protección. Se parecía a Hamilton en la defensa de una “industria naciente”.

El proteccionismo de List era optimista. Era una protección dentro de una fase concreta en una economía de estadios. Un proteccionismo para el futuro. Porque el proteccionismo, contrariamente a lo que se dice habitualmente, tiene un fuerte componente de optimismo. Eso quiere transmitir también la Administración Trump. Proteccionismo puede ser, de algún modo, futurismo, potencialidad, proyección.

La nación como sujeto económico no es ninguna tontería. Ya dijo la economista Joan Robinson: la economía tiene raíz en el nacionalismo.

El proteccionismo hamiltoniano estaba destinado a una “industria naciente”. En la actualidad se suele defender en Sudamérica o en economías en desarrollo. Pero no solo. En las últimas décadas, el nacionalismo económico ha dirigido la economía en Japón y Corea del Sur: nacionalismo económico, integración estratégica (selectiva) en la economía mundial y proteccionismo complementario.

Es decir, que el nacionalismo económico se ha desarrollado con éxito recientemente en países capitalistas, además de entenderse como una forma de protección a las economías nacientes.

Pero volvamos al origen hamiltoniano y listiano del nacionalismo económico. El sentido económico de Hamilton prefiguró su constitucionalismo, y el arancel formó parte de la historia americana. Pero esto interesa por otra cosa. En el contexto actual, tras la crisis económica mundial, desechado el socialismo y ante las críticas al neoliberalismo, estas figuras se elevan como una fuente teórica. Como otro origen de legtimidad. Frente a la simplificación propagandística de Adam Smith, y al librecambismo hegemónico, Hamilton y List formarían un núcleo alternativo.
Bannon habla con fiereza de los globalistas e internacionalistas. List se oponía al colonialismo comercial inglés y a lo que él llamaba “pensadores cosmopolitas”.
Serían, por tanto, neolistianos, neohamiltonianos.
Gustará o no, pero no es antiamericano, y respondería a la necesidad de buscar “algo” al margen del socialismo y del neoliberalismo: el nacionalismo económico.
Sabemos que, para Bannon, en materia económica hay dos enemigos: el “crony capitalism” (clientelar) y el “globalismo”.
Su idea de frontera, por cierto, es profunda. No es solo el muro (el muro es un fetiche y una forma barata -ya estaba en parte construido- de cumplir una promesa electoral de impresionante rédito político y sentimental), la frontera no es solo barrera o impedimento, es membrana: parte del cuerpo nacional, delimitación, límite.
Hay una necesidad casi maniática en sus palabras por definir los límites: no se toman decisiones para un bienestar global, sino para el bienestar nacional. En eso son absolutamente listianos. Se oponen a una arquitectura económica de flujos abiertos, de dispersión, de difusos intereses planetarios y globales.
El nacionalismo económico está relacionado con uno de tipo cultural. Vinculados siempre en el riesgo de la retroalimentación.
Pero el nacionalismo es un motor de decisiones económicas. De cambio económico.

Todo esto tiene que ver mucho con el tiempo.
El nacionalismo económico asiático permitió definir objetivos a Largo Plazo. Según los expertos, esto será más complicado en una economía tan compleja como la americana.
También cambia el votante. Ya no vota en tanto consumidor, mirando el precio, la óptima asignación económica de los recursos, sino exigiendo trabajo y salario, dignidad salarial.

Otra de las cosas en las que el nacionalismo económico ofrece alguna ventaja es en la asignación de empleos nacionales, un asunto que adquiere una importancia más que económica, incluso política.
El empleo es casi como la familia. Institución que no puede dejarse enteramente al mercado.
La clase trabajadora y el votante es la que exige ahora su corto plazo. Se sustituye el cortoplacismo financiero (la realización de beneficios inmediatos) por un cortoplacismo populista.
Otra cuestión de tiempo será lo que tarde Trump en redefinir los acuerdos comerciales. Serán años, y se supone que mientras tanto habrá un estímulo economico interior, keynesiano (otro cortoplacista legendario).

No debemos olvidar, por cierto, que la regulación de la inmigración no es mercado, sino nacionalismo económico puro. Lo ha sido siempre. La entrada de numerosos contingentes de informáticos del Punjab presionaba a la baja el precio del trabajo especializado en la industria tecnológica, por poner un ejemplo.

En fin, que es un asunto complejo y estimulante. A veces con el trumpismo parece que la intuición, el movimiento o el carisma llegan antes que las ideas, pero apetece ver detrás de todo un pensamiento neohamiltoniano, superamericano, que beba también en fuentes culturales continentales y sobre todo germánicas, como respuesta a la temida globalización. Ni neoliberales ni socialistas, sino neohamiltonianos.

Mientras escribo estas palabras, encuentro unas declaraciones de Hollande de hoy mismo: “La agricultura francesa no es una cuestión electoral, es una cuestión nacional”. La Política Agraria Común europea, la PAC, de inspiración francesa, ¿qué ha sido sino proteccionismo, un proteccionismo económico destinado a mantener un sector, una economía, un paisaje y una forma de vida?

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