Se conocieron de copas. Desde el principio hubo mucha complicidad. Ella no se parecÃa, a los ojos de él, a las demás. Pasaron años de risas, viajes, salidas nocturnas, amaneceres apasionados y besos largos y profundos. Y un buen dÃa se encontraron formando una familia y con hijos. Y entonces vinieron las discusiones y una frase que él le dijo a ella:
-¡No entiendo qué ha pasado pero discutimos desde que se te metieron esas ideas “feministas” en la cabeza!
Y ella se sintió desnortada, vacÃa, culpable, sola, incomprendida. Y entonces comenzó a vislumbrar otras luchas que la habÃan precedido y, gracias a las cuales, ella hoy dÃa podÃa conducir, votar, decidir, viajar, ser libre. Un ser humano con todos los derechos y todos los deberes.
Esto que acaban de leer es ficción (inventada por servidora) . Pero bien podrÃa darse en cualquier hogar español. No sé si será la maternidad que tanto me ha revolucionado por dentro. No sé si será que me ha hecho plantearme la vida desde otros huecos de mi alma, mucho más profundos pero mucho más limpios. No sé si será el momento vital que atravieso a punto de llegar a los cuarenta. No sé qué me pasa pero me llegan constantemente señales y estoy empezando a captarlas con la sensibilidad precisa de un pararrayos.
En el año 2006 yo era la directora de una editorial, Espejo de Tinta (ya desapareció aunque tiempo después de mi marcha) Y llegó a mi despacho, no recuerdo cómo, Paloma Pedrero DÃaz-Caneja, una de las mejores dramaturgas españolas. Me ofreció publicar un libro titulado, Una vida plena, ¿una cama vacÃa? Soy incapaz de recordar las especÃficas sensaciones que me causó aquél original pero sà sé que me movió algo por dentro. Entonces yo tenÃa menos edad, no era madre y tampoco era demasiado consciente de verdades que hoy considero palpables. El caso es que lo editamos y el libro se vendió razonablemente bien.
Hace poco nos volvimos a reencontrar ella y yo. Y sentà que, ahora sÃ, hablábamos el mismo idioma. Me sentà apaciblemente reconfortada escuchándola. Me sentà humanamente acogida por sus ojos y su mirada profunda. Me gustó su verdad. Me gustaron sus movimientos serenos y firmes, dulces y asertivos. Es verdad que ella ahora es mucho más sabia. Pero también es cierto que yo ahora estoy más serena. Ni mejor ni peor que cuando la conocÃ. Diferente y evolucionada. Al llegar a casa busqué el ejemplar y di un respingo de satisfacción al comprobar que sÃ, que lo tenÃa (el libro está descatalogado). Lo he vuelto a releer. Y entiendo muchas cosas que, probablemente a los 31 años no comprendÃ.
Y me siento confortablemente apoyada y arropada en sus páginas. Y siento los errores cometidos en el pasado que hicieron que dejara de poner un granito de arena en la lucha contra el machismo que nos rodea. No soy una feminazi. No soy una extremista. Sólo soy una mujer rebelde (¡qué osadÃa!) que ve las injusticias que esta forma de pensar atávica ha traÃdo y sigue trayendo. Mujeres maltratadas por sus parejas, por sus jefes, por sus propias madres, por sus suegras, por todo el mundo. Lo vemos a diario. ¿Tú no lo ves? Yo sÃ.  Mujeres que siguen aguantando los reproches tipo: tú aguanta por los niños, por la familia. Tú, cállate que de esto no entiendes. Tú cállate y pon la mesa. Tú cállate y vete a fregar. Porque ese discurso sigue vigente. La mujer que dice hasta aquà hemos llegado sigue siendo vista como una golfa, como la responsable de romper una familia. Y eso es inadmisible. Intolerable. Quiero dejarles unos párrafos de este  libro. ¿Algún editor que lo quiera publicar de nuevo, por favor? Es maravilloso.
“El conflicto surge cuando ese hombre al que conociste empieza a descubrir en ti a una mujer que tiene una opinión sobre las cosas,
que sabe lo que vale, que estima su propia tarea, que defiende su libertad como una leona. Y que, aparte de todo eso, saber ser cariñosa y se pone tanga y te come la orejta y te pide protección ante la violencia fÃsica de los brutos, y llega tarde porque tiene una reunión, y te manda un mensaje de gatita y…tantas cosas. Ahà empiezan los hombres a desconcertarse. Porque sienten que su papel está en entredicho, que ella no va a aceptar órdenes, que ella es diferente a lo que él vio en su casa. Ella no se parece a su mamá.Â
El conflicto surge cuando esa mujer viaja a congresos, come con compañeros, estudia libros y llega a la hora en que históricamente llegaba el varón. El conflicto surge cuando esos que se conocieron y se acariciaron deciden vivir una vida en común. Y ahà arde Troya. Los hombres no entran en el ámbito doméstico porque no les interesa. Sin embargo, necesitan creer que sÃ, que lo hacen, que, aunque quien ejecute es ella, él diseña las coordenadas de la acción.
Los hombres están desconcertados porque nostras sabemos a dónde vamos: para adelante. Sabemos lo que queremos: acabar con la desigualdad. Sabemos lo que hay que hacer: rebelarse y actuar en consecuencia. Ellos, sin embargo, ¿qué han de hacer? Lo que de momento hace la mayorÃa, aferrarse a su cota de poder y no soltarla ni a tiros, dejarse las uñas en defender unas ventajas históricas que les está costando el reposo del guerrero, hacerse los tontos y pensar que siempre habrá una mujercita “sensata” que le ate los machos y le cocine el oso.
Hoy, mujeres y hombres, queremos cazar el oso. Y al final, si el hombre no acepta que ha de ser asÃ, ambos nos quedaremos abrazados tristemente…al oso. Pero con una diferencia, la mujer sabrá asarlo bien asado y comérselo ricamente, mientras que el varón, tal y como están las cosas, se lo tendrá que comer crudo. No colegas, no. Es mejor avanzar, ir hacia alguna parte. Y tendréis que desandar un largo camino. Sólo asà encontraréis la mano, la habilidosa mano de una dama con la que abrazaros y compartir las noches. Y los dÃas”.
¿A dónde quiero llegar con todo esto? Siento la necesidad de poner mi grano de arena en todo lo que, todavÃa, me falta por hacer. Mi discurso, como el de tantas que me precedieron o me acompañan, es incómodo para muchos. Y lo que es peor, para muchas. Pero no me siento sola. Me siento muy arropada. Estoy convencida de que, además, es el camino. Y desde la paz, no desde la guerra. Poco a poco. Queda mucho por hacer, muchas mentes que necesitan darle vueltas a las cosas. Son miles de años pensando asà y no se cambia fácilmente. Pero tendremos que seguir intentándolo. Por nosotras, por nuestras hijas, por nuestras nietas. Y por ellos también.
Este post de hoy se lo quiero dedicar a mis dos abuelas, ambas llamadas Carmen. Porque siempre me impulsaron a estudiar, a ser económicamente independiente. A mi madre por animarme siempre a pensar, a leer, a ilustrarme, por regalarme libros en lugar de muñecas bobas. A las profesoras que tuve en el colegio EirÃs, que siempre nos indicaron el camino a seguir como mujeres de hoy en dÃa (¡eran unas revolucionarias feministas!) A mis profesores de la Universidad de Navarra por el amor que nos inculcaron a los estudiantes de Historia a pensar, a ser crÃticos. Muy especialmente a Jesús Longares, un profundo humanista y mi profesor de Historia del pensamiento contemporáneo, por enseñarme a no tener miedo a expresar mis ideas.
Por supuesto, gracias Paloma por re-aparecer en mi vida. A la princesa del guisante. A Carmen Amoraga por tanta charla cibernética, a Mireia Long, a mi Elenica.  A Marga Chiclana, por su tiempo.  A Irene GarcÃa Perulero por su fuerza interior. A Nu Brull por mostrarme un feminismo muy femenino y muy maternal, muy conectado con tantas cosas buenas (eres la bondad en la tierra, amiga) Y a tantas amigas que me acompañan desde hace tantos años.
Y, sobre todo a mis dos hijas que todavÃa están en pañales (literal). Para que crezcan libres en espÃritu (crÃtico) Y para que nunca acepten que nadie las mande callar y ponerse a fregar. Eso nunca, hijas mÃas. Eso jamás.
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