En la última entrevista se resignaba a escuchar las preguntas respecto a sus duelos con Pedrosa y con Lorenzo. “Ya he perdido perdón”. Lo decía con esa voz dulce que contrastaba con un cuerpo grande, enorme. Admitía la crítica. Nunca se ofuscaba.
Quizá sabía que su pilotaje era peligroso y debía aceptar el contragolpe. Esa “democracia interna” para soportar el interrogatorio le hacía ganarse a la prensa. Fuera de la moto era un chaval bueno. Y comenzaba a serlo también sobre la Honda. Ya corría con mayor serenidad. El accidente de Pedrosa le hizo daño en su fuero interno.
La retirada del saludo del catalán fue un golpe para él. Porque Marco acudíó a darle la mano cuando el pupilo de Puig reapareció. Y le afectó el rechazo. Le tocó la fibra. Sus padres le educaron con unos valores de respeto a los demás que tenía muy asumidos. Papá y mamá le enseñaron al estilo antiguo, con virtudes hoy menospreciadas por la cultura del consumismo y el relativismo. El número 58 no tenía nada de relativo.
Era absoluto en sus convicciones. Sus progenitores le inculcaron la rectitud, la amistad con los demás y esas normas las aplicaba en su vida con un calor que todos apreciábamos. Era un buen hijo. Ahora ha muerto haciendo lo que más quería, correr en moto. Carlo Pernat, su representante, sabe que su “mamma” sufrirá en exceso. Simoncelli la adoraba.
Fausto Gresini, el directo del equipo, sabe que su padre soportará con dificultad este sufrimiento. Han sido dieciséis años dando trompazos con su “ragazzo” por el mundo, desde que competía en las minibikes con ocho abriles. Ahora, cada vez que haya una carrera, su madre pensará por qué no está ahí su Marco. Soñaba con ser campeón del mundo.
Su “mamma” le va a buscar mentalmente en cada gran premio. Se le va a imaginar ganando a su amigo Rossi, adelantándole. Le verá reflejado en otros bambinos. Ciao, Marco. Eras tan rápido que te has ido demasiado pronto.
deportes