Con sólo unos dÃas de diferencia, el cine japonés nos cuela en la cartelera dos obras maestras; la primera, ya, la de Yoji Yamada, Una familia de Tokio, y a la siguiente tanda de estrenos, la de Hirokazu Koreeda, De tal padre, tal hijo.
La de Yamada es una maravilla a la altura de la de Ozu, Cuentos de Tokio, con la que está unida argumental, estética y emocionalmente, y no ha terminado uno de verla cuando le vienen unas ganas irreprimibles de verla otra vez, o de ver la de Ozu, o todo Ozu…

Y la de Koreeda, está a la altura del mejor cine de este director magnÃfico. Su mirada a la familia es distinta a la de Yamada y también a la de Ozu, pero difumina las lÃneas de lo trágico con un sentido del humor y con un manejo de los sentimientos difÃcilmente superables.

Y ya enseguida, también, aparecerá Una vida sencilla, pelÃculita sublime de Ann Hui que completa un trÃo de cine japonés que está en los antÃpodas de lo que solemos ver.
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