Tras mi particular temporadita en el infierno, vuelvo a la palestra con dos serias preocupaciones: La primera y más gorda es que he de coger un algo de color en la cara para mi inminente reaparición en el vÃdeoblog aireando, que ahà no vale con escudarse tras una foto del año(s) pasado(s)… Claro que como esta semana trataremos el asunto de ‘Beowulf’, podrÃa hacer yo algo asÃ: digitalizarme. Creo que me beberé un zumo y me afeitaré. Y la segunda preocupación es que volvà a ver ‘Mystic River’, su pase por la televisión pública y principal, y se me abrieron las carnes al comprobar que son capaces de todo, incluso de meter una tanda publicitaria anestesiante en la crucial escena del epÃlogo. Hay que tener mucho ojo y odiar al cine o a Eastwood para separar lo inseparable: esa escena de la anterior… Parándonos un instante en la pelÃcula, y a pesar de las escabechinas, ‘Mystic River’ es de una oscuridad casi insoportable: qué tres o cuatro escenas entre Sean Penn y Tim Robbins; qué hondÃsima y humanÃsima traición la de Marcia Gay Harden; o la del hermano mudo; qué modo de contar mediante una cuña de madera nobilÃsima la oscura historia de un asesino múltiple (no se llega a aclarar a cuántos ‘tarados’ se cepilló el gran Robbins en sus salidas nocturnas como vengador infantil…); qué modo cÃnico de enjugar las conciencias en ese apéndice final que la televisión destrozó como hago yo con los sudokus. Quizá me rechine de ‘Mystic River’ esa historia callada y teléfonica del poli Kevin Bacon con su mujer, que no acabo de digerir, como ciertas especias. Y sólo una cosa más: ¡Qué actores!, ¡Cómo expresan el dolor, el veneno del dardo, sin caer en lo ridÃculo o lo obvio, que es lo fácil y lo que hacen casi todos!

Una de piratas
por
Oti Marchante
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