No es fácil situarse ante una película como “Blade Runner 2049”, porque es las dos cosas: una gran película y una película insuficiente. La de Ridley Scott lo fue todo, y desde luego un manual estético y artístico durante estas tres últimas décadas. La de Villeneuve, aun teniendo muchas virtudes, sospecho que no cambiará ni la estética ni el arte de los próximos años. Por condensarlo en un solo detalle, no existe en la secuela algo con tanta vocación de permanencia futura como el personaje de Rutger Hauer, esa mezcla de crueldad y poesía que tanta literatura ha provocado. Pero su relativo contacto con la eternidad no convierte a “Blade Runner 2049” en una mala película, y sería injusto no considerarla en todo lo que vale porque no alcanza los niveles de eternidad que la anterior. Por eso he titulado mi breve comentario sobre ella “Más que una secuela, menos que el original”, en un intento de equidistancia entre “un buen trabajo” y una obra de arte.
Siento decirlo, pero no acabo de entrar en el cine de Fernando Franco, ya me pasó en “La herida”, y me vuelve a pasar en “Morir”. No le veo el enganche, y aún siendo profundo y muy cuidado, no entiendo su interés entristecerme.
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