He estado a punto de ver “Misión imposible 4” esta mañana; pero ha sido misión imposible 5. Me he atravesado la ciudad en un viaje que no se lo deseo a Tom Cruise (o sí) y, tras esperar más tiempo que lo que dura la peli, no se ha podido ver porque se le ha roto la tapa del delco, o algo así, al aparato de “echar pelis”.
Y por qué cuento esto?
Pues porque me parece la mejor metáfora de los tiempos que vivimos, o que vivo yo, al menos. Se gastan requetemilmillones en publicidad y luego, a la hora de que la vean los que tienen que hablar de ella, les patina el bendis, se les dispara la junta la culata, pierde el autobús el que abre la ventanilla o se pilla un dedo el primo del proyeccionista y tiene que llevarlo a urgencias… Vivimos en la era de la superespecialización, pero no podemos pagarla y hay que llamar al becario para que se superespecialice sobre la marcha.
Adiós profesionalidad, hola diletancia. Ya podéis iros muriendo los que sabéis lo que hacéis, habláis, escribís o pensáis.
Aunque parezca otra cosa, estoy de un humor envidiable. Y creo que bien (o todo lo bien de lo que es capaz) de la cabeza.
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