Pablo M. Díez el 21 nov, 2010 Un soldado norcoreano luce dientes desparejos y gorra de plato XXL ante el Mausoleo del padre de la patria, Kim Il-sung Compuesto por un millón de soldados, el Ejército de Corea del Norte, un pequeño país de 24 millones de habitantes, es uno de los más masivos y temidos del mundo. Conocido como “Inmin Gun” en coreano y dirigido por el “Querido Líder” Kim Jong-il, podría tener capacidad para desarrollar una decena de bombas atómicas, según los cálculos de los expertos internacionales. Desde que llevó a cabo su primer ensayo nuclear en octubre de 2006, el régimen estalinista de Pyongyang parece haber acelerado su programa atómico pese a los acuerdos rotos de las conversaciones a seis bandas de Pekín. Así lo prueban su segunda detonación de un artefacto nuclear en mayo del año pasado y las nuevas revelaciones sobre la central de Yongbyon y sus 2.000 centrifugadoras. Parecen los siniestros martillos dictatoriales de “El muro” de Pink Floyd, pero es el Monumento a la Fundación del Partido Gracias a la política “songun” de primacía militar, el Ejército de Corea del Norte es la niña de los ojos de Kim Jong-il y la verdadera base sobre la que descansa su tiránico poder. No sólo por la represión con que mantiene a su pueblo, sino también por el desarrollo de un programa atómico que esgrime como arma disuasoria contra Estados Unidos o utiliza como baza de negociación ante la comunidad internacional. Pero en Corea del Norte, donde años de hambrunas y penalidades han mermado la talla y el peso de las nuevas generaciones, ni siquiera el Ejército se escapa a la degeneración física de la población. Con los dientes desparejos, los jovencísimos soldados norcoreanos, apenas unos críos al empezar el servicio militar a los 17 años, son cada vez más bajitos y canijos. Viéndolos en las exposiciones de “kimilsungias” y “kimjongilias” de Pyongyang, cuesta creer en su fiereza empuñando un Kalashnikov. Más que guerreros, parecen “boy scouts” de excursión cuando visitan el Monumento al Partido de los Trabajadores: una hoz norcoreana que representa a los campesinos, un martillo que simboliza a los trabajadores y un pincel que encarna a los intelectuales. Tan kafkiana escultura no desentonaría, sin duda, en el “Muro” de Pink Floyd, pero es una de las principales atracciones turísticas de la capital norcoreana, una alienante ciudad de sombras. Los soldados más bien parecen niños que se retratan junto a su idolatrado Kim Jong-il como si fuera un astro del “pop” Mientras los norcoreanos malviven a duras penas con cartillas de racionamiento, el “Querido Líder” se gasta una fortuna en su programa atómico y destina al Ejército un presupuesto estimado de más de 4.300 millones de euros. Amén de lo que le cuesten las abundantes importaciones de coñac francés o langosta fresca con las que se deleita este auténtico “bon vivant” del comunismo. Pero, según me contaba hace pocos días en Seúl un desertor que había huido del Ejército para pedir asilo político en Corea del Sur, “el rancho es tan malo y escaso que no nos queda más remedio que robar en las granjas estatales para poder alimentarnos”. Para acallar su torturada conciencia, el refugiado se excusaba con el pretexto de que “eso no es robar porque, al ser cooperativas públicas, significa que nos pertenecen a todos y también podemos tomar nuestra parte”. Así son las temidas hordas de Kim Jong-il. Otros temas Tags atomicabombacoreaejercitoensayoguerrainmin gunjong ilkimkimilsungiakimjongiliamonumentonortenuclearprogramapyongyangsoldadossongunsurtrabajadores Comentarios Pablo M. Díez el 21 nov, 2010
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