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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

El precio del oro

Pablo M. Díez el

Ahora que ha pasado la resaca de los Juegos de Londres y Estados Unidos ha superado a China en el medallero en una ajustada pugna con tintes nacionalistas, me gustaría repasar los esfuerzos que los atletas están dispuestos a hacer por lograr el oro olímpico. Los deportistas de élite entrenan desde niños hasta la extenuación, siguen estrictamente dietas y horarios demenciales, sacrifican sus estudios y, a menudo, se ven obligados a renunciar a sus familiares y amigos para pasar largas temporadas recluidos en los centros de alto rendimiento. Es el precio del éxito y lo saben, pero el caso de la saltadora china Wu Minxia ha vuelto a abrir el debate sobre los métodos, a veces inhumanos, de alcanzar la gloria.

Wu Minxia ha podido colgarse en Londres dos nuevas medallas que añadir a su colección. REUTERS

Para que no se distrajera de su objetivo en Londres, su familia le ocultó la muerte de sus abuelos durante un año y que, desde hace ocho, su madre sufre cáncer de pecho. Ajena a estos problemas, Wu Minxia pudo colgarse dos nuevas medallas de oro que añadir a su colección, donde ya lucen otros dos metales dorados, dos de plata y uno de bronce. A sus 26 años, es la mejor saltadora de su generación y la primera en haber logrado subir a lo más alto del podio en tres citas olímpicas consecutivas.

Cuando los periodistas le preguntaron si había merecido la pena el sacrificio, contestó con una broma: “Bueno, todavía no me he muerto”. Pero lo cierto es que, según confesaron sus progenitores al diario “El Correo de la Mañana de Shanghái”, hace tiempo que perdieron a su hija. “Sabemos que ya no nos pertenece”, admitió su padre, Wu Jueming, quien reconoció que “no nos llama a menudo porque esta muy ocupada entrenando”.

Cuando fueron a verla a Londres, ni siquiera se reunieron con ella en persona antes de la final para no desconcentrarla. “Sólo le enviamos un mensaje al móvil diciéndole que estábamos bien y que no se preocupara”, relató el padre, quien asegura que “nunca hablamos de asuntos familiares con nuestra hija”.

Llevado a un extremo, su caso demuestra la férrea disciplina a la que se someten los deportistas en general y, muy en particular, los chinos. Desde los tiempos de la extinta Unión Soviética, ninguna otra nación osaba disputarle a Estados Unidos el liderazgo del medallero. Para ello, China ha recuperado la vieja filosofía comunista de anteponer la gloria al servicio del Estado por encima de cualquier consideración personal.

La escuela deportiva de Shichahai es una auténtica fábrica de campeones.

Así se aprecia, por ejemplo, en la escuela pequinesa de Shichahai, la fábrica del oro de donde han salido 40 campeones nacionales y mundiales, entre los que figuran siete olímpicos. Desde los seis años, en este centro se forman las estrellas del mañana a base de durísimos entrenamientos en disciplinas tradicionalmente dominadas por China como ping-pong, bádminton o gimnasia. Colgándolas de los aros o suspendidas durante horas entre dos barras, en pocos países se puede moldear como en el gigante asiático a sus famosas “niñas de goma”.

Unos métodos que, a raíz de las controvertidas medallas de Wu Minxia, cada vez ponen más en duda muchos chinos. “Aparte de desquiciar a la gente, nuestra estrategia olímpica les hace perder su humanidad”, denunciaba una internauta en Weibo, el Twitter chino, que ha hervido en críticas a las “mentiras piadosas” de los padres de la saltadora.

Pero ellos no son los únicos, ya que la madre de Lin Qingfeng, medalla de oro de halterofilia, también se quejaba a “The New York Times” de que no le veía desde hacía más de seis años.

Para evitar que el clembuterol, tan habitual en las carnes chinas, les dé positivo en los análisis antidopaje, el equipo de voleibol siguió antes de los Juegos una dieta vegetariana de tres semanas que mermó su rendimiento. Sin cerdo, ternera ni pollo, los 196 deportistas del equipo acuático sobrevivieron 40 días a base de pescado y una papilla de proteínas con el fin de seguir copando el medallero y honrando el lema olímpico: más rápido, más alto y más fuerte. Pero también menos humano.

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