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Blogs Tiro al blanco por Tomás González-Martín

Quini, el mayor goleador de la Liga española, solo superado por Cristiano y Messi, pero nadie lo sabía

Tomás González-Martín el

Enrique Castro quiso ser de perfil bajo aunque su calidad era de nivel altísimo. Muchos hombres del fútbol se sorprendían ayer al decirles que Quini ha sido el mayor goleador de la Liga española hasta la irrupción de los dos grandes astros que hoy continuan extendiendo su liderazgo mundial, Cristiano y Messi. Leo suma 370 goles en la Liga española, Cristiano lleva 300 y Quini acumula 281. Nadie lo sabía. Superó a Telmo Zarraonaindia, tuvo tanta clase como el vizcaíno del pelo tieso. Pero Quini nunca presumió de nada. No tenía representante, ni se vendía mediáticamente, porque era muy cercano, llano, sin ánimo de lucro.

Quini se ha despedido desde El Molinón siendo el mayor goleador español en la Liga. Casi nadie lo sabía. Porque Enrique no quería promulgarse, no tenía apoderados de marketing que vendieran sus éxitos y su imagen. Era sencillo, modesto, un pan bendito, lleno de humor y alegría. Las desgracias de la muerte de su hermano Jesús y de su cáncer no pudieron con su felicidad interna, que hacía externa para todos nosotros. Quizá esos sufrimientos fueron una prueba de fuego para evaluar la resistencia de su bondad y la potencia de una actitud radiante ante la vida.

Quini te daba la mano y escondía un dedo hacia dentro con el fin de hacerte cosquillas, delante de cualquier personalidad, para que tuvieras una reacción extraña que provocara algún pequeño jaleo jocoso. Siempre era así y ya no le querías dar la mano, porque siempre te gastaba una broma.

Los niños le querían como un ídolo mundial. Nunca pudieron pensar que un futbolista fuera tan cercano. Hablamos muchas veces, le hicimos entrevistas y nos decía con orgullo asturiano: “Oye, que yo leo el ABC, me gusta, pero sobre todo leo El Comercio, que es de Gijon y también es vuestro (de Vocento)”. Lo afirmaba con el orgullo de tener un periódico importante en la ciudad donde vivían él y el Sporting, sin ser capital.

Siempre se reía. Le gustaba cómo hablaban de él, “un delantero bueno y un hombre aún más bueno”, aunque siempre recordaba que en 1974, cuando España venció a Alemania por 2-1 en el añorado Sarriá, le pusieron un cero en toda la prensa porque no marcó. “Nadie supo que el míster me puso como misión anular a Beckenbauer y lo hice perfecto, pero como no marqué todo fueron ceros para mí”.

Muchas veces no cogía el teléfono móvil porque cuando le daba al botón se apagaba y no sabía encenderlo. Para él no hay nada como un teléfono de góndola, las tecnologías le maltrataban y se reía. Ahora ya manejaba mejor “este trasto”.

En todos los campos de fútbol donde iba con el Sporting era recibido como lo que era: el embajador del fútbol y el embajador más humano del deporte rey. Los centrales que tantas patadas le dieron le querían como un hermano, porque era un santo, como Butragueño, como Gárate, como Santillana. Los cuatro recibieron todos los palos del mundo en el campo y nunca protestaron.

Ahora, Quini juega en el cielo con Jesús de portero, con Di Stéfano, con Luis Aragonés y con tantos otros grandes, dirigidos por Luis Cid Carriega, que murió unos pocos días antes que él. Fue el entrenador más importante de su vida. No le podía dejar solo.

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