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Paolo Rossi y Enzo Bearzot, la intrahistoria de tocar la gloria en el Bernabéu

Bearzot jaleó a la selección italiana en 1982 para ganar la Copa del Mundo en un estadio mítico. Una de sus arengas las dio ante la prensa, en la antesala de la puerta principal del estadio, para que la publicáramos. Tipo listo, este Bearzot

Paolo Rossi y Enzo Bearzot, la intrahistoria de tocar la gloria en el Bernabéu
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Tomás González-Martín el

Inolvidable Paolo Rossi, añorado Enzo Bearzot, el jefe de aquella selección que celebró el título en el Bernabéu. Con ellos vivimos aquel Mundial de España 1982 con dos colores. Primero, el de España. Y cuando caímos eliminados, quise que Italia se llevara la Copa del Mundo del Naranjito. Nunca pensé que los italianos conquistarían aquella corona. Pero Enzo Bearzot era como Vicente del Bosque, un padre para los jugadores, un sabio que enseñaba a jóvenes con talento a enfocar bien sus virtudes y no perderlas con acciones que no servían para nada en el césped.

En aquel Mundial era un crío. Trabajé para el periódico Ya y tras el adiós de nuestra selección me dediqué al conjunto italiano en cuerpo y alma, todo el día en la concentración del equipo. Paolo Rossi era un torbellino dentro y fuera del campo. Dicharachero, hablaba muy rápido y pedía a sus compañeros, con demasiado nervio, que le pasaran el balón con tres metros por delante, que lo cazaría en velocidad. Se lo decía antes de los partido y en pleno encuentro, cuando no le enviaban bien la pelota. Tenía quince metros de punta muy buenos y era un oportunista con técnica, remataba bien, certero. Era la época de la clásica Italia defensiva, que atacaba pocas veces y había que aprovechar esas opciones. Rossi las aprovechó como nunca en aquel Mundial.

Los días previos a la final fueron tan tensos como alegres. Bearzot, un maestro, conquistaba psicológicamente a sus hombres con la grandeza de ganar un Mundial en el Bernabéu, ese coliseo donde el Inter había sufrido tantas veces por culpa del ángel volador, Santillana. El seleccionador ítalo ensalzaba que ese estadio tenía que inspirarles para vencer y hacer de nuevo historia, porque la azurra no celebraba la corona desde los años 30.

El día antes de la final, en el entrenamiento en el Bernabéu, presenciamos cómo Bearzot habló con los jugadores al aire libre, en la antesala de la vieja entrada presidencial de Padre Damián, antes de entrar al vestuario. Dese donde les hablaba se veía la placa que decía que José Antonio Samaranch era socio del Real Madrid, con un número que no recuerdo bien, el mil cuatrocientos cincuenta y pico.

La familia Casabella, Efigenio Albadalejo, gran amigo de Santiago Bernabéu, los jugadores del siglo pasado y mitos como Pirri, Camacho, Del Bosque, Santillana, Gento, Santamaría, Buyo y la quinta del Buitre saben muy bien del sitio del que hablamos.

Bearzot hizo aquello para que escucháramos lo que decía. Estaban de pie y todo lo que expuso a su equipo lo publicamos al día siguiente. Fue una inyección de adrenalina con el arte de colocar al Bernabéu como el  epicentro de aquella lucha por la gloria.

Inteligente Bearzot. A la hora de la verdad, Italia jugó para triunfar en el teatro del fútbol mundial. Los italianos hicieron historia. Por la noche, hasta las seis de la madrugada del día siguiente, los aficionados italianos lanzaron bachettos a todas las españolas. Y reconozco que esa noche, ya de madrugada, cuando el trabajo en el periódico se acabó, salí a celebrarlo con la camiseta azurra que Bearzot me regaló unos días antes.

Fue Bearzot el que consiguió que Paolo Rossi, condenado durante dos años sin jugar por la mafia de las apuestas, rindiera al máximo. Lo seleccionó contra todo y contra todos. La prensa italiana le criticó con dureza y los tres primeros empates de Italia en la fase de grupos sirvió para endurecer esas críticas. La victoria de Italia sobre Brasil transformó los palos en elogios. Rossi fue el artillero de la Copa del Mundo.

Bearzot demostró una personalidad que pocos mantiene ante la ira general. Los grandes triunfan así, contra la corriente, demostrando que tienen razón.  Luego es fácil alabarles, subirse al carro del vencedor. Pero lo que han sufrido antes nadie se lo quita. Bearzot y Rossi fueron los culpables de la gloria de Italia en España. Y los italianos se enamoraron de España más de lo que ya estaban.

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