Acabo de enviar una foto a José Emilio Santamaría, leyenda viva del Real Madrid de la leyenda eterna, en la que pasea junto a Muñoz, Di Stéfano, Gento, Marquitos y otros mitos de los años cincuenta y sesenta por los alrededores del hotel Arcipreste de Hita, donde el Real Madrid se concentraba antes de muchos partidos y especialmente en la pretemporada. El gran central me recuerda que esa imagen, todos vestidos con aquel chándal azul, fue posterior a una gran nevada que cayó en Navacerrada y que puso toda la zona de blanco, como el club.
Hablamos de Di Stéfano. Su amigo José Emilio, español y uruguayo, el mejor central de aquella etapa, me corrobora la conversación que he mantenido con Luis Miguel Beneyto unas horas antes.
Beneyto fue exjugador madridista en los años cincuenta, compañero de Santisteban, Casado y Antonio Ruiz, entre otros futbolistas de la era. Dejó el fútbol porque cogió otros caminos profesionales, hasta ser consejero delegado de Marqués de Riscal. Hoy es consejero de honor de la marca y sigue trabajando por ella, porque no puede quedarse quietecito. “El hombre de los vinos”, le llama Florentino Pérez.
Posteriormente, Beneyto fue directivo con Luis de Carlos. Tesorero. El hombre que viajó a Londres para fichar a Cuningham, entre otras muchas labores privadas y secretas dentro de la entidad.
Beneyto siempre me recuerda un viaje de cuatro horas en coche con Di Stéfano, camino del norte, donde acudían a un acto. En esa extensa charla, Di Stéfano le expuso una frase que Bernabéu y el vestuario blanco conocieron desde que llegó al Real Madrid en 1953. “Hay que ganar, ganar, ganar y che, volver a ganar”.
Alfredo era la ambición personificada y transformó, junto a Don Santiago, la idiosincrasia del Real Madrid. Le dijo a Bernabéu que había que hacer del club el mejor del mundo. Coincidía con el presidente, que ya había construido el estadio con esa meta y le contestó: “Para eso te he fichado”.
Bernabéu ya tenía esa idea en la cabeza. Por eso hizo el campo desde 1943 en un terreno de melonares y le llamaron loco. La historia era al revés. Don Santiago quería hacer el mejor equipo del planeta y contrató a Di Stéfano porque una vez levantada la carpa le faltaban los mejores actores.
Fichó al futbolista ideal. Di Stéfano tenía la misma ambición. Y ganaron la Liga en su primer año juntos. Luego conquistaron dos copas Latinas, preludio de las cinco Copas de Europa que transformaron al Real Madrid en una leyenda que hoy continúa con la repetición de aquellos ideales y de esas ambiciones hasta alcanzarlas trece Copas de Europa.
Ustedes dirán que esa frase de “ganar, ganar, ganar y volver a ganar”, sin el che argentino de por medio, la hizo famosa Luis Aragonés. Así es. Pero lo que pocos saben es que Luis la asimiló en su mente en su trato periódico con Di Stéfano.
Sepan que Luis fue un jugador que pertenecía al Real Madrid a principios de los años sesenta, cuando Alfredo era un líder desde 1953. El jovencito Luis conoció al mito Di Stéfano. Luego, los avatares del fútbol hicieron que Luis no jugara en el Real Madrid y acabara siendo un líder del Atlético. Mucho aprendió de Alfredo. Luis era muy listo y se convirtió en un verdadero jefe que se hacía respetar, en el campo primero y como entrenador después.
ABC compartió con Di Stéfano y Luis días inolvidables, tomando aperitivos o comiendo mientras se hablaba de fútbol durante horas. Y surgía ese lema que ambos comentaban. Estuvimos con ambos conviviendo en esas tertulias cuando uno era entrenador del Real Madrid y el otro del Atlético. Incluso les entrevistamos en esas charlas compartidas cuatro días antes de un derbi. Los dos eran muy amigos y se reunían igual, sin problema. Deberían aprender los profesionales de hoy, condenados a no ser amigos y no reunirse por este mundo cainita que se ha introducido en el planeta fútbol.
Beneyto y Santamaría me recuerdan ese secreto que Di Stéfano y Luis nos enseñaron sin tapujos, junto y por separado, en reuniones que comenzaban a las doce de la mañana y acababan a las doce de la noche.
Recuerdo una cita con Luis Aragonés que comenzó a las doce de la mañana, un 31 de diciembre en Helen’s. Eran las nueve de la noche y el dueño del restaurante dijo. “Míster, o nos vamos a tomar las uvas con nuestras familias o nos quedamos y lo celebramos aquí”. No levantamos de la mesa a las diez de las noche, justo para ir a casa y recibir la reprimenda de las damas, y amas, de cada casa ¿Y cómo le explicaba yo a mi esposa que venía, el 31 de diciembre, de una charla de diez horas con el gran entrenador? Ya la advertí, pero no se lo creía.
En esa extensa conversación de diez horas Luis explicó la filosofía psicológica de introducir en la mente de los futbolistas la idea de “ganar, ganar, ganar y volver a ganar”. Le faltó el che. Eso era patrimonio de su amigo Alfredo.
¿Ahora comprenden por qué Di Stéfano decía siempre, cuando alguien se pasaba de soberbio: y tú con quien has empatado? Porque la victoria era patrimonio de muy pocos. de los que llevan esa meta por bandera.
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