La muerte de Diego Armando nos recuerda, por si a alguno se le olvida, que hasta los dioses del Olimpo del deporte son humanos. En este caso, Maradona era demasiado humano, porque cayó en todas las debilidades más vulgares de los homínidos. Los excesos con las drogas, la bebida, la comida, las mujeres y un tren de vida de un nivel superior a sus gastos le convirtieron en una estrella del fútbol a ras de tierra. Muchas veces acudía a programas de televisión para cobrar y pagar sus deudas. En este sentido fue la figura más grande tanto dentro como fuera del fútbol. Si solo hablamos del rendimiento con el balón, su adiós temprano, a los sesenta años, vuelve a abrir la caja de pandora: ¿Quién es el mejor de la historia, Pelé, Di Stéfano, Cruyff o Diego Armando, con permiso de Messi, que todavía está en activo?
Es imposible elegir, porque en esta votación influyen colores, equipos, nacionalidades y gustos. Y sobre todo porque no se pueden medir épocas tan diferentes, desde los años cincuenta (Di Stéfano y Pelé) hasta los noventa (Maradona), pasando por Cruyff (sesenta y setenta), con fútboles muy distintos, con preparaciones físicas incomparables, con marcajes al hombre que hoy no se utilizan y con tácticas que variaron desde el 4-2-4 al 4-5-1. Solo basta decir que Cruyff fumaba en el descanso de los partidos. Hoy sería impensable, aunque solo fuera por la imagen del gran deportista idolatrado que debe ser espejo para los jóvenes.
Los futbolistas que jugaron al lado de Pelé, de Di Stéfano, de Cruyff y de Maradona coinciden en este punto de vista. No pueden equipararse etapas tan distintas del fútbol. Ninguno de los cuatro tuvo las opciones de estudios de genética, ADN, alimentación y cuidados físicos al más alto nivel que existen hoy para cualquier jugador de medio pelo. Las que Messi hoy puede disfrutar. Sin esos avances, Pelé, Di Stéfano, Cruyff y Diego Armando destacaron en un fútbol con marcajes al hombre muy duros, incluso violentos. El astro argentino, por ejemplo, fue destrozado con una entrada de Goicoechea en un duelo entre Barcelona y Atlético. A Cruyff le decían los defensas que si pisaba el área le rompían la pierna. Eso lo podíamos escuchar los periodistas en el túnel de vestuarios, antes de saltar al campo ambos equipos. En aquellos tiempos se guardaban lo códigos de silencio y todo quedaba en el césped. Hoy, el jugador lo denuncia públicamente o las televisiones lo graban con sonidos o con movimientos de labios.
Sin poder compararlos, hay datos objetivos de las mejores virtudes de cada figura. Es indudable que Di Stéfano era el jugador más completo y el que más trabajaba. Incansable, fue centrocampista y delantero, bajaba a recibir el balón, creaba la jugada y la remataba. Nadie como él en esa labor de fútbol total.
Es incontestable que Pelé era un mago impredecible. Muy inteligente, tenía velocidad y regate, regateaba en un arranque de tres metros, disparaba desde cualquier posición y poseía un gran remate de cabeza.
Nadie niega que Cruyff era un líder en el campo y tenía la finta más espectacular, con una rapidez endiablada y una visión del juego que muchos no alcanzaban a seguir. Físicamente ha sido el mejor de los cuatro, a pesar de sus paquetes de cigarros.
Y Diego Armando ha sido el mayor artista. Técnicamente, su bota era un pie. Fue un maestro del balón. En sus mejores años desbordaba con primor, disparaba a gol de la manera más inesperada, hacía vaselinas y sus lanzamientos de golpe franco eran impresionantes. Ningún jugador, ni siquiera Pelé, que conquistó tres Mundiales, llegó a la belleza que Diego plasmó en la Copa del Mundo de México 86. Quien presenció aquellos partidos en directo, por televisión o en los campos, no ha visto nada igual. Algunos de sus compañeros recuerdan que cuando le parecía cogía una bola de tenis y daba más de 1.200 toques con ella en el vestuario, sin que tocara el suelo. Les dejaba anodadados. Di Stéfano relataba que un amigo suyo vio a Diego Amando dar más de 1.000 toques con una naranja. Irrepetible ¿Quién es mejor? Todos.
Para mí, Alfredo fue el mejor futbolista, porque aunaba trabajo, creatividad, jugada y un gran remate.
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