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De Di Stéfano a Cristiano, el origen y el resultado

Tomás González-Martín el

Tuvo que llegar Florentino Pérez en el año 2000 para que Di Stéfano fuera elegido Presidente de Honor del Real Madrid. Alfredo fue, es y será el origen del estrellato universal del club. Los profesionales de la casa se quedaron boquiabiertos en 1952 al ver jugar al argentino en un partido amistoso con el Millonarios de Bogotá. Aquel jugador era millonario en calidad, disparo, remate, visión de juego, colocación, lucha, sacrificio y mando. Había que ficharle. Bernabéu lo consiguió en 1953. Y el Madrid se transformó en una empresa de alto nivel.

Fue una revolución que la invención de la Copa de Europa en 1955, con el Real Madrid y el diario L’Equipe como protagonistas, consolidó a escala mundial. El equipo madridista miró a todas las puertas del universo para abrirlas de par en par. Había que convertirse en un ente deportivo de fama internacional. El triunfo de la primera Copa de Europa, con Di Stéfano y Gento al frente, fue el comienzo de una gran amistad con el balompié de todo el planeta. El inicio de la admiración de todos los aficionados de la Tierra. A esta bola redonda con dos polos había que hacerla blanca, madridista.

Así fue. Don Santiago fichó a Santamaría. A Kopa. A Puskas. Todos se subieron al barco dirigido por Di Stéfano. Ahí estaban Rial, Muñoz, Santisteban, los Atienza, Juanito Alonso. Ganaron cinco Copas de Europa. Era el mejor equipo del mundo. En aquella España limitada, el Real Madrid era el mejor embajador del país. Cierto. El club se había erigido en un modelo universal. Alfredo era el origen de esa explosión.

Di Stéfano dejó el Madrid en 1964. Recibió su partido de homenaje en 1967, frente al Celtic, que adujo que no tenía pantalones azules en sus maletas, que vestía calzón blanco y su camiseta verdiblanca, y obligó al Madrid a jugar vestido como el Zaragoza, con pantalón azul. Un año antes se había conquistado la sexta Copa de Europa, con Amancio, Pirri, Velázquez, De Felipe y Zoco como relevos de las estrellas de las cinco copas. Gento se mantenía, incombustible. Levantó la sexta. Es el único jugador que lo ha conseguido.

Todos esos jóvenes del Madrid ye-yé eran la primera camada de la revolución futbolística vivida por el Real Madrid once años antes. El club solo hacía fichajes para llegar a lo más alto, la Copa de Europa. Solo miraba a lo más grande.

Después llegaron Santillana, Breitner, Netzer, Stielike, antes del surgimiento de la Quinta del Buitre y de las adquisiciones de Hugo Sánchez, Maceda, Gordillo, Valdano y Buyo, que disfrutaron de dos Copas de la UEFA. Luego vinieron Raúl, Mijatovic, Hierro, Roberto Carlos, Morientes y Míchel Salgado, que celebraron la Séptima. Y la Octava.

Florentino Pérez llegó a la empresa en el año 2000 para devolverle el primer rango al club y no bajar nunca de escalón. Quiso evitar los vaivenes de etapas anteriores, siempre al límite de todo o nada. Hizo la misma política de Bernabeú: para ganar en Europa hay que tener a los mejores del mundo. Fichó a Figo, Zidane y Ronaldo Nazario da Lima. Y ganó la Novena, con Casillas como referente español. Y continuó con esa filosofía.

El presidente dimitió en febrero de 2006, admitiendo los errores cometidos con Eto’o, traspasado al Barcelona, y con su excesiva familiaridad con las estrellas, que se quejaban directamente a él para intentar manejar a los entrenadores. A su regreso, en junio de 2009, dio otro vuelco a la situación del Real Madrid. Ya no admitió que las figuras le lloraran a él. El entrenador mandaba. Vinieron Xabi, Benzema, Di María y Cristiano, que era el buque insignia de la nueva etapa.

Con CR7 se ha ganado la Décima, al lado de baluartes como Ramos, Pepe y Bale. El portugués es la figura de la época. Como Di Stéfano lo fue en los orígenes. El luso es el resultado, Alfredo es el pionero de esta política. Y Bale será el siguiente. Va por usted, Saeta.

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