Ha marcado 69 goles en 2013. Ha dado treinta y nueve. Y ha producido jugadas para anotar ciento noventa dianas en un año. El fútbol ha sido justo con Cristiano Ronaldo. Individualmente, ha sido el mejor jugador del planeta. El Balón de Oro ha aplicado por fin esa justicia, que premia al mejor, no al futbolista que consigue más títulos que es un mérito de equipo. El portugués ha brillado por sus remates con la cabeza, volando como Santillana. Recuerden el testarazo frente al Manchester United en el Bernabéu. Ha lucido por sus disparos desde lejos, de folha seca y de folha mojada. De todos los estilos. El luso ha destacado por sus lanzamientos de falta. Y ha sido superior a muchas defensas por su zancada, su velocidad y ese regate fácil que solo busca encontrar un hueco para exponer su tiro letal.
Lo impresionante de su rendimiento es que todos los rivales saben lo que va a hacer cuando corre como una gacela. Va a escorarse hacia la derecha para sacar su chut. Lo saben y no lo saben impedir. Es la virtud de un futbolista que juega por encima del resto. Su liderazgo lo consigue en el campo, no en el vestuario o ante la prensa, como otros. Es un jefe natural, como lo era Di Stéfano, porque lo demuestra a la hora de la verdad.
Lleva dos Balones de Oro en su carrera y aún puede obtener más. Pero CR7 pretende ganar Champions y Ligas, ampliar su palmarés con el equipo madridista. La Décima es su siguiente obsesión. Serena, sosegada. Quiere hacer historia en el Real Madrid con más títulos. Su balance individual ya es importante. Persigue todos los récords del club. Ahora falta ponerle más copas. Se siente “obrigado”. Y obligado a ello.
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