Quizás sea en su catedral de Santa María la Coronada donde el visitante de este insólito enclave -por lo geográfico y sociocultural- constate con mayor fuerza que Gibraltar comparte raíz común con España. Quizás sea en su seo donde los llanitos concedan ese momento de gloria a la memoria de España, más allá de las manidas elásticas de Real Madrid o FC Barcelona.
Leamos, pues, las palabras que nos llevan a ese argumento: “De día oraba a Dios y de noche me aprovechaba de sus tinieblas para llorar. Salía a recorrer las puertas de mi templo, llevando por compañeros el miedo y el dolor. Muchas veces barriendo los ladrillos de esta Santa Iglesia, regué el suelo con el sudor de mis ojos. ¡Oh patria mía! Yo no te dejaré y mis cenizas se confundirán con las tuyas“.
Estas palabras, que nos presenta la diócesis de Gibraltar en inglés, francés, italiano, alemán y español a la entrada de la catedral -situada en la Main Street de las compras- fueron pronunciadas por el padre Juan Romero de Figueroa: “Único sacerdote que permaneció en este templo en 1704 cuando los ingleses tomaron Gibraltar. Gracias a él se mantuvo el culto católico, y su grito de angustia al ver la destrucción que sufría su amada ciudad, fue profético”.
Al padre Romero de Figueroa se le debe pues que las estadísticas aún recen mirando a Roma: un 78 por ciento de católicos… ¡en un territorio de británicos! La misa del domingo aún da fe de ello, como en cualquier otro pueblo del vecino y gaditano Campo de Gibraltar. Un culto el católico que es seguido de un 7 por ciento de anglicanos, 4 por ciento de musulmanes (imponente es su mezquita en la Punta de Europa), un 3,2 por ciento de otros protestantes, 2 por ciento de judíos y otro 2 por ciento de hindúes.
Y es que precisamente tal día como hoy pero de 1462 fue consagrada esta iglesia cuya construcción se realizó sobre los mimbres de una mezquita anterior a la reconquista de Gibraltar, a cargo del primer duque de Medina Sidonia. Aquella toma tiene un segundo vestigio histórico que rinde gloria a la memoria de España: el escudo de armas de los Reyes Católicos tallado sobre piedra, cuando ya España era un “tanto monta, monta tanto” y Gibraltar uno de sus indisolubles puntos estratégicos.
Pero 1704 llegó y aquella flota anglo-holandesa se hizo con Gibraltar en el contexto de la Guerra de Sucesión española. Fue el padre Romero de Figueroa quien evitó su saqueo, siendo la única iglesia respetado por la turbamulta sajona. Y a él se debe que tallas del siglo XV de Santa María la Coronada, San Sebastián, San Roque y San José se conserven aún intactas en la parroquia que de igual nombre se erigió en San Roque, localidad gaditana donde se estableció la mayor parte de los 4.000 gibraltareños que huyeron del asedio anglo-holandés. Tan solo medio centenar permaneció. Gracias al padre Romero de Figueroa los algecireños veneran a la Virgen de Europa, cuya imagen original fue finalmente devuelta en el siglo XIX a los propios gibraltareños.
Concluimos la visita a la catedral advirtiendo que los feligreses locales conocen bien esa historia, no así los turistas españoles, a los que se les sorprende cuando el folleto le advierte que la inscripción de piedra es el sello de los Reyes Católicos.
Dejamos la seo de Gibraltar, con sus obispos Caruana, Scandella o Rapallo sepultados en su interior. Main Street, el trasiego turístico nos invade. Frente a la catedral, una estatua hallamos: el sargento Major Ince, miembro de la Compañía de Ingenieros Reales que salvó la britanidad del Peñón durante el Gran Asedio franco-español de 1779-1783. Volvemos a la memoria británica por doquier. Volvemos al grito de angustia del padre Juan Romero de Figueroa. Un lamento español en Gibraltar. Quizás por ello Gibraltar también siempre será español.
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