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“Algunos de los que murieron por las heridas de la Batalla de Trafalgar yacen aquí. Una ceremonia tiene lugar cada año, en el Día de Trafalgar, para conmemorar la victoria de Nelson”.
Así presentan las autoridades gibraltareñas, en el mapa turístico que reparten nada más cruzar la Verja, el cementerio de Trafalgar, uno de los tantos puntos emblemáticos, si al lector le apasiona la Historia Militar, que el Peñón ofrece a los visitantes.
Otros de esos puntos cardinales de la geografía histórica-militar son los túneles del Gran Asedio (1779-1783), los túneles de la II Guerra Mundial -acogieron al general Dwight D. Eisenhower al mando de la Operación Torch-, el centro de patrimonio militar, el Castillo Moro construido en 1160 o el Nelson’s Anchorage, el punto exacto de Gibraltar donde fue trasladado el cuerpo sin vida del almirante Horatio Nelson tras arribar a puerto su buque insignia HMS “Victory” (cuenta la leyenda que su cadáver fue “embalsamado” en un barril de coñac).
Precisamente fue en la Batalla de Trafalgar, de la que se ocupa el cementerio de nuestra visita, donde perdió la vida el “Almirante de Almirantes de la Pérfida Albión” (vaya esto con cariño a los habitantes de la querida Union Jack). Y aunque el cuerpo del insigne almirante recalase en estas disputadas tierras, el lector tendría que dirigirse a la cripta de la londinense Catedral de San Pablo si quiere curiosear su lápida. Allí está Nelson.
Pero estamos en Gibraltar. En un camposanto sobrecogedor, lejos del ruido de la tan manida Verja y situado a escasos metros de ese mítico lugar donde fue a parar el cuerpo de Nelson y, también, por qué no decirlo, del teleférico que nos lleva a ver a los monos.
De funesto verdín, plomizo ambiente y petrificado rictus… leemos, grabado por siglos que desvanecieron algún marmol: “Teniente WILLIAM FORSTER. Difunto del Barco de Su Majestad “Colofsus”. Muerto por heridas que recibió en la gloriosa Batalla de Trafalgar, el día 21 de octubre de 1805. A los 20 años de edad”.
…Y así hasta unos 175 nombres propios con sus apellidos que si bien no todos son identificados en las tumbas, sí que hallamos una lista detallada de tan ilustres moradores.
El pequeño espacio que ocupa este cementerio militar fue utilizado por los miembros de las Fuerzas Armadas de Su Majestad y familiares entre 1708 y 1835, explican los llanitos en una de las inscripciones. Además de los fallecidos en Trafalgar, esta necrópolis que escupe salitre y pólvora a doquier esconde los restos de fallecidos en la Batalla de Algeciras (6 de julio de 1801), el Sitio de Cádiz (23 de noviembre de 1810) y la Batalla de Málaga (29 de abril de 1812), en estas dos últimas contiendas con sajones y españoles, hombro con hombro, batallando contra las huestes napoleónicas.
Otro de los secretos que guarda el sacramental de Trafalgar es un ancla de un navío que participó en la Batalla de Trafalgar, lid que enfrentó a británicos por un lado y a franceses y españoles en el otro (sí, España vivía tiempos difíciles de alianzas cambiantes… 1805 aliados de franceses contra ingleses y 1810 con los ingleses como compañeros de armas frente a franceses).
En la piedra en que se apoya el ancla hay una inscripción: el breve comunicado que el almirante Cuthbert Collingwood envió al general Henry Edward Fox, exgobernador militar de Menorca y en ese momento máximo responsable militar de las fuerzas británicas en Gibraltar.
Unas letras solemnes que dicen así:
“EURYALUS, en el Mar, 22 de Octubre de 1805.
A su Excelencia el Muy Honorable General H. E. Fox
Señor,
Ayer una Batalla fue librada por la Flota de Su Majestad, y una Victoria fue obtenida, que se recordará como una de las más brillantes y decisivas que jamás distinguieron a la Royal Navy. Nuestras pérdidas han sido cuantiosas en hombres, pero lo que es irreparable y la causa de un Lamento Universal es la muerte del Noble Comandante en Jefe en los brazos de la Victoria: no tengo más informes de los Navíos.
Tengo que felicitarle por el Gran Acontecimiento, con el honor de servirle. Su obediente servidor,
Firmado, C. Collingwood.”
Valgan unos momentos de silencio en este cementerio para captar la impresión del momento. Ese instante en que el general Fox leyó para sí el breve comunicado. Esos heridos: británicos, españoles o franceses yaciendo en hospitales de acogida. Esos muertos en combate de Mar: astilla, cañón y Océano. Trafalgar fue, Gibraltar conoció.
De los británicos solemos decir (no sin cierto recurso tópico) que siempre fueron engreídos, soberbios, piratas, ladrones, “pérfidosalbiones” y tramposos. Algunas lecciones de Derecho Internacional se saltaron en Gibraltar, por ejemplo.
Pero si hay algo que envidio y admiro de los británicos es su memoria por aquellos que un día derramaron su sangre por su patria. Aunque solo lo hicieran por salvar su pellejo, o el de al lado. Su capacidad para honrar en un ínfimo espacio de tierra a los que un día dieron su vida por la Union Jack. Sí, esa también es la Pérfida Albión. Quizás por ello Gibraltar nunca será español.
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