No se me ocurre mejor manera de contaros la historia de L’Occitane en Provence, que a través de las imágenes de un viaje, ejemplo del buen hacer de un equipo de comunicación. Porque todos y cada uno de los momentos del mismo, estaban impregnados del ADN de la firma. E inevitablemente, éste se nos coló en la retina, y en el corazón.
Os invito a acompañarme en este recorrido por la historia de la marca, líder en cosmética natural.
…Érase una vez en la Provenza, sinónimo de montes bajos de romero y tomillo, de campos de lavanda y almendros, de valles de viñas y olivos y de aldeas (y gentes) encantadoras…
… dónde los viajes en globo son parte de la esencia del lugar!
Allí nació Olivier Bouson, un niño que soñaba con ser poeta, y acabó siendo el creador de un gigante de la cosmética.
Fue el azar quién le llevó a dejar los poemas (“aunque sigo haciendo poesía con las cremas”) por la cosmética. Un agricultor vecino que tenía un alambique en su garaje, se compró un coche y como ya no le cabían las dos cosas en el reducido espacio, se lo vendió a Olivier.
Éste metió el alambique en su coche 2 CV y se fue cerca de un río a probarlo, destilando romero con esa agua fluvial. Le gustó el aceite resultante, y decidió que se lanzaría a venderlo en los mercados de la zona. Era marzo de 1976, y así empezaba una historia que cumple ahora 40 años.
Guardaba esos aceites en botellas rellenables y reciclables, y como no había entonces basuras especiales, cuando el cliente ya no las quería, él mismo las recogía en el punto de venta y las llevaba personalmente a un lugar donde reciclaban. En sus etiquetas, se leía el siguiente mensaje: “Devuelvan el frasco al vendedor, y yo iré allí a recogerlo para reciclarlo”. Eran los primeros balbuceos de la ecología, que todavía prevalece en todos los embalajes, y en las eco-recargas de sus productos.
Corría el año 1980 cuando Olivier conoció a Jacques Remy, un señor de avanzada edad que veía que su vieja fábrica de jabones iba a desaparecer porque no tenía ningún heredero que se hiciera cargo de ella. El anciano, después de charlar un buen rato con este joven de 25 años lleno de ilusiones y ganas de comerse el mundo, se la regaló! Olivier se sintió “responsable” de este legado, y quiso devolver a la gente del pueblo ese obsequio que él había recibido, y puso en marcha la fabrica, en memoria de su ‘mecenas’.
Un día, pasó por allí un ingeniero, y le contó que formaba parte de un proyecto de FAO (Found Asociation Organization) que buscaba ayudar a los habitantes de Cabo Verde que, tras la independencia de Portugal, no sabían que hacer para sobrevivir. Quería enseñarles a hacer jabón, y pidió ayuda a Olivier que, sin pensárselo, se animó a irse para allá a instruir a esa gente. El azar (una vez más) quiso que en Dakar se estropeara el avión en el que viajaba, y allí conoció a una periodista que se dirigía a Burkina Faso, en África, uno de los países más pobres del mundo, donde las mayoría de las mujeres tenían que trabajar la tierra, y cuya única fuente de progreso era el karité. En vista de que el arreglo del avión se demoraba, se lanzó a acompañarla y allí empezó “la historia más bonita de L’Occitane”, como la llama Olivier. Da trabajo a 17.000 mujeres y 200.000 personas indirectamente implicadas, y compran su manteca a un precio 3,5 veces por encima del de mercado local, y esto supone generar 1,30 millones de euros de beneficios in situ (“Del producto que más orgulloso me siento es de la crema de karité porque resume toda la esencia de la marca”). También se enorgullece de haber sido pionero en añadir a sus etiquetas una explicación en braille (“la única vez que amenacé con dimitir de la empresa fue cuando quisieron quitar el Braille en los envases, por no ser rentable!”).
Pero las ayudas al agricultor no se limitan a los países subdesarrrollados. También apostó fuerte por su tierra, donde los productores de almendras estaban en riesgo de extinción, a causa de los precios tan bajos de otros mercados (“Ayudé a que la ‘leche de la Provenza’ siguiera dándonos de beber y comer”). Y da trabajo a familias enteras desde hace años, comprometiéndose a un volumen de compra, y a unos precios fijos, para que tengan la tranquilidad de que sus árboles den sus frutos, en todos los sentidos de la palabra.
¡Y lo mismo hizo con los campos de lavanda! Cuando se empezaron a crear moléculas sintéticas de lavanda para los perfumes, los agricultores tuvieron que reducir la producción, con el consiguiente impacto económico para la región. Olivier empezó a trabajar con el aceite esencial de la flor y descubrió sus múltiples beneficios para la piel, el pelo, la salud… (“Es cicatrizante, digestivo, bueno para los oídos, aleja a los piojos… Si tuviera que llevarme un aceite esencial a una isla desierta, sería el de lavanda”). Gracias a eso, sostienen varias plantaciones, que producen millones de flores, ya que para obtener 1 kilo de aceite esencial de lavanda se necesitan 150 kilos de flores).
Dentro del compromiso de L’Occitane con la región, estaba también el invertir dinero en la misma. El hotel Le Couvent des Minimes Hotel & Spa, enclavado en el pintoresco pueblo de Mane, es un claro ejemplo. Es propiedad de la firma, y transmite por todos los rincones los valores de la firma de autenticidad, tradición y amor por la naturaleza. Se trata de es un ex convento con 46 habitaciones, cargado de historia, parques y jardines aromáticos, además de una piscina exterior con unas vistas maravillosas, un SPA L’Occitane (con 6 cabinas de tratamiento, piscina cubierta de relajación, aquabiking, hammam y sauna), y un restaurante gastronómico y orgánico, con una estrella Michelin.
La palabra naturaleza se repite sin cesar en el “discurso” de Olivier. De hecho, el 95% de los ingredientes tienen origen natural. (“Si hasta me alimento a base de productos autóctonos, como cordero lechal criado en fincas de los alrededores, o quesos elaborados por alguna productor vecino, con la leche de sus cabras”).
Pera en algún lugar había que convertir todos esos dones de la tierra en alimento para la piel. En 1976, se crearon los laboratorios y el centro de Investigación Yves Millou (“es el nombre del ‘padre’ de la mítica fórmula de su crema de manos”), en Manosque, donde trabajan más de 100 científicos,. Por no aburriros con cifras, os doy solo una: en 2013 se desarrollaron 500 fórmulas, de las que desecharon prácticamente todas porque no alcanzaban la excelencia que se busca en la marca.
Para fabricar los cosméticos utilizan solo plantas y flores, que guardan en bolsas herméticas para su investigación, y cuando se retrasan usándolas, las congelan, “porque aquí no se desperdicia nada”.
La extracción se hace por maceración, al microondas, con ultrasonidos o CO2 (“10 toneladas de raíz fresca de Iris dan solo 1 kilo de aceite esencial; con 4 toneladas de rosa, salen 4.000 kilos…”). Se testan los activos sobre células miniaturizadas, después sobre piel reproducida, y por último, sobre piel natural procedente de la cirugía estética (“está autorizado”), donde se comprueba su comportamiento con luz, con el calor etcétera.
Las distintas especies que utilizan, están representadas en el jardín del hotel Le Couvent des Minimes (tienen una muestra de 75 variedades), constituido en terrazas, que era la forma de cultivar de entonces (“El perfume de las plantas no es para darnos gusto, sino para advertir a los animales salvajes de algo, o para atraer objetos. Igual que no nos gustan los sabores amargos, así rechazamos los malos olores y nos sentimos atraídos por los buenos”)
La “siempreviva” (L’inmortelle, en francés) es la flor favorita de Olivier y la base de toda una gama antiedad maravillosa (“lo que más me ha sorprendido del mundo de las plantas es lo genial que es l’inmortelle para preservar la juventud de la piel. ¿Qué si quita el 18 o el 28% de las arrugas? Me da igual. Eso es marketing. A mi, a la siempreviva, me llevó la poesía, no el marketing”). Esta flor es tan longeva que, aunque se arranque, no se marchita y por eso es tan valiosa a la hora de retrasar el envejecimiento (su aceite esencial biológico es capaz de multiplicar por 6 la producción de colágeno).
Pero no solo de la tierra vive esta firma. Su último gran descubrimiento ha sido un alga roja muy curiosa, que crece despacio (2 centímetros en 2 o 3 años) en las aguas mineralizadas del Golfo de Calvi, norte de Córcega, absorbiendo la luz a través de sus aguas extremadamente claras, porque están resguardadas de la polución y de la agitación del mar abierto. Jania Rubens –así se llama- concentra entre 20 y 40.000 veces más minerales que el agua de mar, y es dura como un coral. Para preservar la especie, han cultivado este alga “in vitro” dentro de un acuario que reproduce las mismas condiciones de su entorno natural.
Y, por primera vez, este extracto de Jania Rubens se ha fusionado con el aceite esencial de la Siempreviva Reserva, procedente de la mejor cosecha (sólo se producen al año entre 20 y 30 litros, 10 veces menos que de la siempreviva tradicional) para elaborar la crema y el suero Harmonie Divine, en “novamás” de la firma en cuanto a poder anti-edad
Todo esto, y mucho más, nos lo contó el propio Olivier Baussan, en un almuerzo en una preciosa casa provenzal en L’Oustaou d’Oulivié, Oraison.
Y no puedo terminar con un “Colorín, colorado”, porque todavía quedan muchas páginas que escribir en la historia de esta firma, que tiene muchas papeletas para convertirse en la numero uno de cosmetica natural.
Maquillaje