Un nuevo espectro nos acecha, una sociedad completamente mecanizada, en la que el hombre mismo, bien alimentado y divertido, aunque pasivo, ha sido transformado en una parte de la maquinaria total. El individualismo y la privacidad se desvanecen…
Esas frases, sin duda lúcidas, son una cita encubierta de La revolución de la esperanza, escrita por Eric Fromm hace 50 años: en 1968, mientras los estudiantes de un París surreal buscaban una playa bajo el asfalto, y exigían, como adolescentes, lo imposible. Y aparecen en el fabuloso ensayo del filósofo Rob Riemen, titulado Para combatir esta era (Taurus), que llega ahora a las librerías.
Este libro bueno y breve ilumina muchos de nuestros debates actuales: los neopuritanos autos de fe que confunden arte y depravación (Balthus, Allen). O los ataques gregarios orquestados, que las redes sociales alimentan en democracias de masas privadas de espíritu democrático. O -ya que nos ponemos- otros debates que los españoles cultivamos provincianamente y con dedicación cainita, como ese concepto de la memoria histórica que no tiene salida posible y ahora regresa como rumia de la Guerra Civil.
El peligro de que retorne el fascismo, que medra entre nosotros bajo nuevos nombres difíciles de disimular detrás del concepto de populismo -sea cual sea su perfil ideológico- o del intolerante separatismo -que desde las antorchas al supremacismo nos ha mostrado tics nacionalsocialistas-, es el tema del libro.
Un fascismo de nuevo cuño que brota como solía en nombre de la libertad…, para destruirla. Rob Riemen perfila de manera brillante el papel salvífico del humanismo -una materia de la que estaban hechos nuestros sueños desde la Grecia clásica-, que ha sido rechazado de facto en nuestra sociedad como si fuera un refugiado. Y demuestra lo necesario que será para salvar la democracia, la libertad y la civilización.
El combate del título del libro de Riemen, el combate de nuestra era, es la lucha concreta de un intelectual del siglo pasado: el combate de Leone Ginzburg, ampliamente referido en esta obra. Era un hombre libre que murió torturado por los nazis mientras le pedía a su esposa Natalia, en una de sus últimas cartas: sé valiente. Y ella lo fue. Y ahora nos toca a nosotros.