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Manuela Mena

Manuela Mena
Madrid, 09/10/2013. Entrevista a Manuela Mena, jefa del departamento de Goya en el Museo del Prado. Foto: Ernesto Agudo. ARCHDC
Jesús García Calero el

La historiadora y jefa de pintura española del siglo XVIII y Goya del Museo del Prado, Manuela Mena, recibirá en próximos días un homenaje de la Fundación de Amigos de la pinacoteca tras una vida de trabajo en el primer museo español

Cuando llega el final de la carrera de un especialista que ha dedicado tantos años y tantas horas a una especialidad como la Historia del Arte, todo se vuelven parabienes. Cuando esa persona pertenece a un museo importante, como el Prado, es lógica la expectación unánime. Cualquiera desearía que la elocuencia sirviera para enterrar ciertas hachas bajo los discursos hiperbólicos dedicados al estudioso en trance de jubilación, que la elegancia presidiera cada uno de los saludos de despedida de Manuela Mena, férrea guardiana de una visión de Goya, homenajeada por la Fundación de Amigos del Museo del Prado. Es ley de vida.

La hipérbole como ciencia menor es convención que se pronuncia con los ojos vendados, tal vez queriendo emular a los de la Justicia, que falta desde la finitud de una vida humana. En eso nos ganan los cuadros, espejos de una belleza que ni vimos nacer ni veremos acabada, colosos multiseculares: el arte nos sobrevive y nuestro limitado empeño está también representado en las telas del Prado. En su mejor impulso, inspirado por el ansia de profundizar en la verdad, vestida o desnuda. Como las Majas.

Al periodismo debe una parte muy humilde el homenaje, y por ello se suma con la misma justicia imponente y vendada de las hemerotecas. Proyectos, exposiciones, batallas y polémicas que fueron en su día hechos incontestables de una dedicación tan dilatada, de una hirviente trayectoria, se abren a nuevas posibilidades, puesto que el museo es sobre todo una galería de continuidades y correcciones transitadas, de idas y vueltas entre ideas que a la postre siempre nos elevan.

Hay atribuciones personales cuyo eco devolverá sin duda el conjunto de miradas. Si algo reflejan los postulados de tan señaladas personalidades es el espíritu de una época. A eso todas son fieles, desde Lafuente Ferrari y Glendinning a Vega, o desde Gassier y Willson-Bareau a Mena.

Por eso, en el homenaje de ese espíritu es donde hallamos el consuelo de la ciencia insobornable.

El Coloso y la Lechera de Burdeos, tal y como se contemplaban en las salas de Goya antes de la pérdidad de atribución respaldada por Mena
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