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Blogs Un poco de silencio, por favor... por Israel Viana

El «horrible sonido» de Lou Reed

Lou Reed, en un concierto de 1978
Israel Vianael

Cuando periódicos tan dispares como ABC, El Mundo y El País abren sus páginas web a todo trapo anunciando la muerte de un tipo que ha escrito canciones sobre la prostitución, la homosexualidad, la adicción a las drogas, el suicidio, la violencia, y que en sus discos ha contado trágicas historias de amor entre yonquis o su propio «mono» de heroína, es que algún poso importante ha dejado. Más sorprendente aún si tenemos en cuenta que este genio de la música del siglo XX (con mayúsculas) decía que para él «un acorde era suficiente, dos eran para empujarlo y tres ya eran jazz».

Pero a Lou Reed nunca le hicieron falta más de esos dos acordes y ese «sonido horrible», como lo definió Iggy Pop, para convertirse en una de las voces más influyentes que ha tenido la música popular a lo largo del siglo XX. Así de sencillo, dos acordes. Y ahí están «The New York Times», la BBC o «Le Monde» destacando en lo más alto de sus ediciones on-line la desaparición del hombre que fue capaz de escribir sobre inadaptados, chaperos, travestis y otros personajes sobre los que los letristas de la segunda mitad de la década de los 60 y principios de los 70 no hablaban.

Cuántas veces me habré percutido el oído con la sórdida y tenebrosa «Heroin» (Heroína), con la que Reed, con una única nota repitiéndose durante más de siete minutos, era (es) capaz de atraparme en ese sucio viaje hacia las alcantarillas. Siete minutos desde ese primer ritmo tranquilo e hipnótico, hasta ese final frenético y ruidoso, con el que no resulta muy difícil hacerse a la idea de cómo eran aquellos «viajes de caballo» a los que tanto se aficionó en los años 80. Cuánto con tan poco. Cuánto también con ese repetitivo arpegio de «All Tomorrow’s Parties», con la sencilla melodía de «I´ll be your mirrow», con el susurro de «Walk on the wild side» o con la poesía de «Perfect Day», en la que hacía una elegía de su adicción a la heroína.



A mí, desde luego, me atrapó desde el mismo instante en que, con 18 años, escuché y me compré «The Velvet Underground and Nico» (1967), con su mítica portada realizada por Andy Wharhol, que hoy se puede ver en las camisetas de millones de jóvenes en todo el mundo, más de 40 años después. Un primer álbum por el que algunos le dieron al «bueno» de Lou el apelativo de «el padrino del punk», dos años antes de que The Stooges grabaran su primer álbum y una década antes de que Sex Pistols hicieran lo propio con «Never Mind the Bollocks, Here’s the Sex Pistols». Y yo estoy de acuerdo.

Aunque esta última denominación será discutida por los punk que prefieren el lado más salvaje y callejero que la vertiente más poética de la que hizo gala Lou Reed, lo cierto es que el mismo Iggy Pop, el líder de The Stooges, la banda que para muchos alcanzó la distinción de ser primera verdadera influencia del punk, hablaba del primer disco de la Velvet como su máxima inspiración: «La primera vez que lo escuché el sonido me pareció horrible. Pensé: «¿Cómo puede alguien hacer un disco con esa mierda de sonido? ¡Es asqueroso! ¡Estos tipos me enferman! ¡Malditas sabandijas hippies! ¡Malditos beatniks, quiero matarlos a todos! ¡Menuda basura! Seis meses más tarde me atrapó. Era buenísimo. Aquel disco fue muy importante para mí, no solo por lo que decía y por lo bueno que era, sino porque ahí podía escuchar a unos tíos haciendo buena música sin ser buenos músicos. Me dio esperanzas. Como la primera vez que oí cantar a Mick Jagger. Solo puede cantar una nota, no hay ninguna tonalidad, se limita a hacer “Eh, nena, nena, puedo ser oeoeueue…” Todas la canciones están en el mismo tono, y el tío hablando. Con la Velvet pasaba igual. El sonido era chungo y atractivo al mismo tiempo», contaba Iggy en «Por favor, mátame: historia oral y no censurada del punk» (1999).

Desde aquel disco, y con aquella forma de tocar «chunga y atractiva», Reed se adelantó siempre a su tiempo en todo lo que hizo. Primero con las performance junto a Wharhol y, después, con la fusión de la música callejera con elementos vanguardistas de la música de europea. Siempre impredecible y desafiando a sus seguidores, que en España, ya por aquella época, empezaban a sumarse por miles a pesar del franquismo, que censuró algunas de sus canciones. Ahí iba él, por «el lado salvaje de la vida», cambiando de piel cada poco tiempo. El glam, el rock o el punk de hoy en día son impensables sin su aportación… ni sin aquellos «dos acordes». Cuánto con tan poco.

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