María José Muñoz el 26 nov, 2017 Se tumbó ahí en la acera, junto al escaparate de la óptica, cobijado entre una caja y un cartón que extendió para poder dormitar un poco. Eran las tres de la tarde de un soleado viernes de noviembre en Toledo. Ni un alma pasaba por la calle y, si pasaba, bordeaba aquel bulto incómodo que impedía acercarse a ver las suculentas ofertas del Black Friday. A miles y miles de kilómetros de distancia, en los famosos almacenes Macy’s de Nueva York, la multitud se agolpaba a las puertas preparada para entrar en tromba y atrapar lo que fuera. Comenzaban las rebajas después del pavo del Thanksgiving Day (Día de Acción de Gracias). Alcachofa en mano, los periodistas de las cadenas de televisión que retransmitían en directo aquella marabunta ansiosa eran literalmente engullidos por la masa. Pedro se tapaba la cabeza con el brazo mientras dejaba olvidada una mano suplicante sobre la caja de cartón, una mano que quizás antes hubiera estado más abierta en demanda de algunas monedas. Pero el sueño la convirtió en un pájaro dormido. Solo dos días había podido estar en el Albergue de Transeúntes, como marca la norma, y luego qué, dónde ir, qué hacer, dónde encontrar un plato de comida y una cama donde reposar los huesos cansados de tanta vida a la intemperie. “¡Corten! Ya está, tengo la toma”, dijo el cámara, escondido tras unos arbustos de la avenida de Barber frente a la óptica y al mendigo, que en cuanto lo oyó se levantó rápidamente, también cansado de tanto tiempo esperando mientras se hacía la grabación. “Joder, qué frío, tío. Oye, qué raro, ¿no? Nadie, pero nadie, se ha parado a echar unas monedas, es increíble”. “Ya, solo tenían ojos para el escaparate. ¿Te has fijado en esa mujer que ha frenado, se ha bajado del coche y ha empezado a hacer fotos? ¡Creí que nos descubría!”. Otros temas Comentarios María José Muñoz el 26 nov, 2017