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Blogs Quedamos en Zoco por María José Muñoz

Lágrimas en la lluvia.

María José Muñoz el

Las banderas de la Delegación del Gobierno comienzan a moverse rápido, sin tregua, y el sol de agosto se vuelve turbio y ceniciento, como si fuera el fin del mundo. De repente, un gran trueno retumba en el silencio de la Plaza de Zocodover y una cortina de agua nubla la vista tras los cristales. Momentos antes, al cruzar la tarde a 40 grados, como casi todos los últimos días de camino al trabajo, el sol es tóxico, y es duro caminar por las piedras ardientes de una ciudad transitada por tantas vidas desde hace tantos siglos.

Cada día, en la agenda, bajo los cumpleaños, en el periódico de papel adelgazado por el estío reflejamos los nombres de los que dejan este mundo, la mayoría de ellos próximos al siglo de vida, y una piensa que quizá tampoco esté tan mal sumergirse en el remanso fresco de la muerte.

Pero ha empezado a llover, y el aire del verano alivia un poco el alma con su antiguo olor a tierra mojada, mientras los ojos frente a la pantalla del ordenador se confunden con la lluvia que en ese momento inunda pueblos cercanos. Por sus calles, los contenedores de basura cobran vida propia flotando alegremente.

Pero hay otras muertes de agosto, esas que llegan a deshora, con las que el alma se rebela, y que impactan dentro con la fuerza de un puñetazo seco. Como la de esa joven toledana que hace unos días se arrojó al abismo del Miradero, o la del periodista de ABC Manuel Erice, muerto de cáncer a los 52 años. Le recuerdo entrando en la redacción de Toledo con su cartera, afable, educado, y discreto, sobre todo discreto, saludando amablemente a todos. Y su evolución profesional hasta llegar a la corresponsalía en Washington, de donde hace solo unos días ha llegado a España para morir. Ya en casa, mirando los cristales empañados por la lluvia y las gotas que resbalan ante el perfil distorsionado de la catedral, recuerdo que Federico García Lorca también fue un muerto de agosto; ochenta y dos años ya de aquella madrugada, a deshora, como todas las tristezas:

Una muerte y yo un hombre.
Un hombre solo, y ella
una muerte pequeña.

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