Caía la tarde, y un rebaño de ovejas pasó por delante de su ventana haciendo sonar sus cencerros. Escuchó ese sonido de metal hueco y caliente en medio del bullicio circundante, gritos, máquinas, móviles, el motor de los coches allá arriba, por la Cornisa.
Por un momento, creyó percibir un susurro de abejas que sonaba, y que se fue disipando conforme el pastor reunió al rebaño y marchó senda adelante camino del Puente de San Martín. A lo lejos, tañían las campanas de San Miguel.
Entonces, la realidad volvió como una bofetada y apareció ante sus ojos el río surcado de blancas espumas contaminantes que, pegajosas, se adherían caprichosas a las ramas sumergidas en el cauce.
Corrió los visillos para dejar de ver lo que hería sus ojos cada día, aquel río agonizante protagonista sin saberlo de las discusiones de los hombres, de la apatía política e institucional, del paso del tiempo…, un mes, otro, un año, cinco, diez.
Se celebró y nunca más se supo de aquel Foro del Tajo que reunió en Toledo a expertos españoles y portugueses, dos países preocupados por su río común, el padre Tajo, abriendo informativos en la televisión, en las emisoras de radio como un susurro de abejas que sonaba, hervidero de avispas, abejorros, ganado balando directo al matadero.