Pues parece que la vida sigue, que termina septiembre y no hemos muerto de angustia y hastío; que hemos vuelto al trabajo, y no hemos sucumbido al temido reencuentro. Que los días siguen a las noches, el verano al otoño, y siempre hay una lucecita lejana que nos acerca a un hogar, a la vida diaria, la monotonía, los niños que lloran, los ancianos que pronto ya no estarán, los adolescentes a punto de sanar o los jóvenes que se marchan lejos quizá para no volver.
Pues sí, parece que la vida sigue, que nada prevalece ante su ímpetu, que Cataluña podrá o no ser independiente algún día y seguiremos aquí, como si nada, porque qué importa eso si el eje de rotación del planeta un día nos traerá un nuevo invierno, otro más, a la ciudad de Toledo. Largo invierno cuyas lluvias llenarán los embalses y atenuarán quizá la indignación por los trasvases y tanta palabrería sobre los refugiados sirios que pronto vivirán en la casa de al lado.
La vida sigue, sí. Y cuando queramos darnos cuenta ya no estaremos en primera línea de fuego, o de hielo; serán otros los que tengan que dar un paso al frente y lidiar con lo cotidiano, con los hechos y las palabras. Y en las noches de invierno, la lluvia rozará la superficie de ríos y mares, y el viento soplará gélido tras las ventanas del mundo.
Pero, siempre, en los sueños de los hombres, danzarán las gotas doradas del verano.
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