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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Entrar juntos de la mano en el atardecer de la vida

José Manuel Otero Lastresel

Dedicado a mis compañeros de la promoción 1964-1969 de Derecho de la Universidad de Santiago

Una característica de la vida en pareja de hoy es que, por lo general, la vivimos como queremos. Lo que pasa es que convivimos al mismo tiempo muchas personas con proyectos vitales diferentes. Por lo que advierto a mi alrededor, hay muchos de los más jóvenes que contemplan la vida en común a corto plazo. No piensan en lo que pueda suceder dentro de muchos años, sino en lo más inmediato, y si con la pareja se encuentran bien, conviven el tiempo que dure la relación sin que haya que plantearse lo que les deparará el futuro.

Entre mis coetáneos, en cambio, los más siguen viviendo con su primera y única pareja. Seguramente, habrá distintas razones para explicarlo y, tal vez, una de ellas es que somos de un generación acostumbrada al compromiso. No puedo, ni quiero, valorar qué es mejor lo de ahora o lo de antes. Solo me interesa reflejar lo que podemos llegar a experimentar los que estamos en la franja de edad entre los sesenta y los ochenta años y que estamos a punto de entrar en el atardecer de la vida.

Pero me van a permitir que me sirve de las palabras escritas por Gabriel García Márquez en la que para mí es una de las mejores novelas en lengua española de todos los tiempos. Me refiero a ese tratado del amor vivido que es “El amor en los tiempos del cólera”.

García Márquez relata los últimos años de la vida en común entre Fermina Daza y su marido el doctor Juvenal Urbino y escribe: “Acababan de celebrar las bodas de oro matrimoniales, y no sabían vivir el uno sin el otro, o sin pensar el uno en el otro, y lo sabían cada vez menos a medida que se recrudecía la vejez”. Tras describir esta mutua dependencia de la pareja y para dejar abierta la cuestión sobre el fundamento en el que descansaba, añade: “Ni él ni ella podían decir s esa servidumbre recíproca se fundaba en el amor o en la comodidad, pero nunca se lo habían preguntado con la mano en el corazón, porque ambos preferían desde siempre ignorar la respuesta”.

A continuación, el genial Nobel colombiano pone el foco solamente sobre Fermina, probablemente porque el peso de la pareja recae simpe sobre la mujer y nos dice que “Ella había ido descubriendo poco a poco la incertidumbre de los pasos de su marido, sus trastornos de humor, las fisuras de su memoria, su costumbre reciente de sollozar dormido, pero no los identificó como los signos inequívocos del óxido final, sino como una vuelta feliz a la infancia. Por eso no lo trataba como a un anciano difícil sino como a un niño senil, y aquel engaño fue providencial para ambos porque los puso a salvo de la compasión”.

Y remata estas bellísimas y acertadas reflexiones sobre la vida en pareja durante el otoño de la vida con una conclusión sobre dónde están las dificultades de la vida en pareja: “Otra cosa bien distinta habría sido la vida para ambos, de haber sabido a tiempo que era más fácil sortear las grandes catástrofes matrimoniales que las miserias minúsculas de cada día. Pero si algo habían aprendido juntos era que la sabiduría nos llega cuando ya no sirve para nada”.

¡Qué maravilla poseer el don y haberlo ejercitado de escribir con tanta sabiduría y belleza! Me van a permitir que concluya esta breve reflexión con algo que escribí en febrero de 2002 sobre los que yo llamo “escritores de sentimientos”.

Decía así: “Hay otras almas –las menos- que están hechas de sensibilidad. Por ello, están especialmente dotadas para captar todo tipo de impresiones y transformarlas en ideas. Cuando una de estas almas ama la escritura, puede construir puentes de palabras por los que transitan los más delicados sentimientos, que penetran hasta lo más profundo de nuestros sentidos, haciéndonos experimentar las más sublimes sensaciones. Para ser escritor de sentimientos es necesario tener un alma hecha de sensibilidad y amar las palabras. Pero no es suficiente. Falta el amor recíproco, el amor correspondido. Solo cuando las palabras aman también al escritor, es cuando se produce la más bella y plena impresión del alma en el papel. Porque cuando un alma sensible, que es amada por la escritura, desliza sobre sí el folio en blanco, queden impresas no solo las palabras amadas por el alma, sino otras, las más brillantes, que se despegan de ella incontroladamente para ir en busca de su amado”.

Sociedad José Manuel Otero Lastresel

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