No sé a qué es debido, pero la España futbolística de hoy huele a fanatismo iracundo. Nuestro pueblo rezuma fanatismo porque defendemos nuestros sentimientos futbolísticos con apasionamiento y tenacidad. Nos convertimos en partidarios entusiastas de nuestro equipo no tanto con ayuda de la razón, cuanto de sentimientos impregnados de una emoción que adquiere a veces incluso caracteres somáticos. Y claro, el resultado es que cada vez se hace más profunda la división futbolística entre la ciudadanía, la cual no solo ama a su equipo sino que además odia a sus principales rivales.
La conversión de hincha del equipo al que se pertenece tiene lugar a través de un proceso intelectual, repleto de sentimientos, que generalmente nos son transmitidos por personas muy cercanas. Pues bien, a medida que se avanza en el camino de “seguidor futbolístico”, lejos de amortiguarse el sentimiento y convertirnos en “fans” tranquilos y pacíficos, van creciendo los comportamientos iracundos. No nos basta con querer a nuestro club, sino que hay que odiar a los rivales.
No diré, en modo alguno, porque faltaría gravemente a la verdad, que la gran mayoría de nosotros nos hemos convertido en hooligans violentos y agresivos. Pero sí puedo afirmar que, lejos de rebatir con tranquilidad el ideario deportivo de los rivales que nos rodean, tenemos tal carga de subjetividad que conformamos nuestros pensamientos arrumbando por completo la serenidad que proporciona la razón.
Por eso, en el fútbol es imposible convencerse los unos a los otros. Aquí la contienda no es racional, razón contra razón, argumento contra argumento, sino puramente sentimental, sentimiento contra sentimiento, emoción contra emoción, subjetivismo contra subjetivismo. En el fútbol, no hay un “equipo” que tenga más razón que otro, porque es un mundo lleno de irracionalidad. Razón por la cual, el hincha no cambia de colores, no le importan los mayores éxitos deportivos del rival, él sigue siendo de su equipo porque el grado de pasión por su club es prácticamente ilimitado.
El hecho de que el fútbol se articule a través de competiciones explica que pensemos que el club que hemos elegido lo es para que nos represente en las contiendas deportivas venideras, razón por la cual el grado de fidelidad hacia él es infinito, más allá de que gane o pierda. Y es que es tal la identificación de cada uno con su club que es uno mismo, y no el club, el que acaba perdiendo o ganando. De aquí que cuando perdemos, como quiera que todos somos muy indulgentes con nosotros mismo, preferimos creernos las disculpas que explican la derrota antes que reconocer el contrario nos ganó por sus propios méritos. Siempre será mejor atribuir la derrota propia y las vitorias ajenas a las injusticias arbitrales que a nuestros propios errores y a los aciertos ajenos.
Yes que el fanático siempre ve la paja en el ojo de los rivales y nunca la viga en el propio. Y el fanático iracundo es el que detrae de su corazón una parte del amor por su club y la rellena de ira por el máximo rival, olvidando que, como escribió William Shakespeare “la ira es un veneno que toma uno esperando que muera otro”
Sociedad José Manuel Otero Lastresel