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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Capitán y Frodo

José Manuel Otero Lastresel

Permítanme que ponga un poco de humor en estos tiempos de tristeza 

Capitán y Frodo son dos perros de buena raza muy observadores que, de haber sido humanos, lo más probable es que fuesen escritores, detectives o espías. Sus dueños vivían en un mismo inmueble de la calle Alcalá y se vieron muy a menudo durante los últimos tiempos mientras salían a pasear por el barrio de Salamanca.

Debido a su buena relación hablaban frecuentemente y no tardaron en sorprenderse por lo que estaba empezando a pasar con los humanos. Lo primero que les llamó la atención fue que a partir de una determinada fecha las calles se vaciaron, fue como si todos los habitantes se hubieran ido a la vez de Madrid, pero sin que se supiera a dónde. Pronto cayeron en la cuenta, sin embargo, de que, lejos de haberse ido de la capital, estaban todos en sus casas. Llegaron a saberlo porque  todos los días a las ocho de la tarde empezaron a salir, cada vez más, a los balcones a aplaudir, al parecer, a los valientes sanitarios que se estaban enfrentado a una peligrosa enfermedad sin los imprescindibles medios personales de protección.

A medida que pasaba el tiempo y que los dueños seguían confinados en sus casas, Capitán y Frodo observaron que, aunque algunos salían a los balcones a cantar y tocar instrumentos musicales, en la mayoría aumentaba el mal humor, y que la convivencia entre los humanos se iba agriando progresivamente.

No sabían si el creciente mal humor se debía a que, cada día, salían en las teles tres o más sujetos delante de unos atriles, y, sin inmutarse, hoy les decían una cosa y mañana la contraria. Los sábados o los domingos salía siempre uno que parecía el jefe y soltaba unos rollos que parecían infumables para deleite de unos y cabreo de otros. El mensaje que repetía este humano una y otra vez era el mismo: es el momento de la unidad y ya habrá tiempo para exigir responsabilidades. Ante lo cual, unos estaban de acuerdo, otros reclamaban libertad para poder criticar y otros hasta salieron a las calles con instrumental para hacer ruido contra tal sujeto.

Pero lo que más les llamó la atención fue que a partir de un determinado momento los humanos empezaron a salir con bozal. Pero no como el que les ponían a ellos de cuero y todos más o menos iguales. Los bozales de los humanos eran de diseño, suaves, de telas de colores, y podían quitárselos y ponérselos con suma facilidad. La verdad es que  Capitán y a Frodo no les extrañó que acabaron con bozales porque hacía tiempo que los humanos ya no se abrazaban, solo se tocaban los antebrazos o los codos, era como si hubieran pasado de una relación fuertemente amistosa a otra muy fría y puramente gestual.

Por eso, no sabían si los bozales eran para que no se mordieran. Pero no podía negarse que ese fuera su finalidad. La crispación que había ido en aumento, los cambios de dirección cuando se cruzaban para separarse lo más posible, y los fríos saludos entre familiares, amigos y allegados eran nuevos signos reveladores de un comportamiento que parecía hosco y nada acogedor. Razón por la cual no tenía nada de extraño pensar que los bozales humanos, como los de ellos, solo pudiesen tener la finalidad preventiva de evitar que empezaran a darse dentelladas.

Hubo algún momento en el que a Capitán y Frodo dudaron de la finalidad preventiva de los bozales. Pero el dato que acabó de confirmarles que había pasado algo que indicaba que los humanos parecía que no se aguantaban fue cuando comprobaron cómo se comportaban en los bares y restaurantes. Ya no se juntaban en las barras, tampoco había gente en las mesas interiores, y solo consumían algo en las terrazas, pero muy separados.

Así que acabaron definitivamente convencidos de que los humanos habían entrado en el tiempo de los bozales, aunque, eso sí, no acababan de ver que hubiera razones suficientes para ello.

Sociedad José Manuel Otero Lastresel

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