La forma política de un Estado es una previsión constitucional. Que una Nación adopte la forma política de monarquía parlamentaria o de república lo establece la Carta Magna de ese país y solo se podrá sustituir la elegida por la opción desechada mediante la consiguiente reforma de la Ley Fundamental. Viene esto a cuento porque en los últimos tiempos, como si no hubiera otros problemas reales y mucho más acuciantes, ha saltado a los medios el debate entre esas dos formas políticas del Estado.
Pero en España es un problema de papel mientras no exista una mínima posibilidad real de que prospere una reforma constitucional que instaure la república. A pesar de ello, y gracias a nuestra bendita libertad de expresión, cada uno puede hablar y escribir sobre lo que quiera. Y tal vez porque hay movimientos que están propugnando la implantación “mediática que no efectiva” de la república, se han levantado voces que bien ofrecen una panorámica sociológica del estado de la cuestión o bien su visión personal del tema.
Entre las primeras, cabe destacar la encuesta de la prestigiosa firma GAD3 que publicó ayer el diario ABC. Un 56,3% de los encuestados prefiere la actual monarquía parlamentaria frente al 33,5% que opta por la república. Entre los votantes de los distintos partidos el 89% de los del PP están a favor de la monarquía y solo un 7% de la república; en el PSOE 53% y 34%; en VOX 88% y 3%; en Podemos 19% y 75%; en Ciudadanos 81% y 17%; y en los partidos nacionalistas 13% y 74%.
Las conclusiones de Narciso Michavila, responsable de la encuesta, son que la sociedad no está en estos momentos para abrir nuevos debates sobre el modelo de Estado y que hay un cierre de filas en torno al actual modelo de monarquía parlamentaria.
En la óptica de las visiones personales, en el XLSemanal el reputado escritor Arturo Pérez-Reverte publicó un interesante artículo, titulado “Para qué necesito un rey”, del que me gustaría comentar los siguientes pasajes. El primero es cuando afirma “si he de ser sincero, dudo que la joven Leonor llegue a reinar algún día. Queda feo decirlo, pero es lo que pienso”. Alabo su acto de sinceridad, pero hacer pronósticos de ese alcance son muy arriesgados. Pérez-Reverte recordará perfectamente que al Rey Juan Carlos le llamaban al comienzo de su reinado “Juan Carlos el Breve”. Y no hace falta recordar lo que duró su reinado y lo fructífero que fue para los intereses generales de España.
También es digna de una doble valoración la siguiente reflexión “soy republicano, en fin, de la rama dura, jacobina cuando haga falta: ciudadanos libres, pero leña al mono cuando ponen en peligro la libertad. Y lo de monarquías hereditarias, pues como que no. Cuando pienso en Fernando VII, Isabel II o Alfonso XIII, se me quitan las ganas”. Por una parte, y al igual que Pérez-Reverte creo firmemente en la libertad y reacciono contra los que la ponen en peligro. Pero no creo que para eso haya que ser republicano. Se puede ser monárquico parlamentario y estar siempre del lado de la libertad. Y, por otra, que las monarquías fueran hereditarias era realmente grave cuando acaparaban todo el poder. Pero la opción combinada de monarquía y parlamentarismo solo es posible si la monarquía es hereditaria. Aunque esto sea hacer una ucronía ¿habrían sido como fueron los monarcas que menciona Pérez-Reverte si hubiera entonces una monarquía parlamentaria?
Finalmente, coincido plenamente con él cuando sostiene, de un lado, que “una república necesita un presidente culto, sabio, respetado por todos. Un árbitro supremo cuya serenidad y talante lo sitúen por encima de luchas políticas, intereses y mezquindades humanas” y que no hay un político, hombre o mujer, que en España encaje en esa descripción. Y, de otro, que Felipe VI es un hombre sereno y formado, irreprochable hasta hoy; una buena persona y un sujeto honrado; que ama a España y cree de verdad ser útil para preservarla en tiempos de tormenta. Y que es el único dique que nos queda frente al disparate y el putiferio en que puede convertirse esto si nos descuidamos un poco más.
Lo cual me lleva a plantearme si el posible “inconveniente” del carácter hereditario de la Corona en el modelo de la monarquía parlamentaria no queda compensado, o incluso con un saldo a favor, cuando tiene como contrapeso estar al frente de una Jefatura del Estado con un conjunto tan limitado de facultades como las de ser símbolo de la unidad y permanencia el Estado, arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones y asumir las más alta representación del Estado español.
Política José Manuel Otero Lastresel