Los diputados, senadores y miembros de los parlamentos de las comunidades autónomas son elegidos por la ciudadanía, como dice nuestra Carta Magna, mediante «sufragio universal, libre, igual, directo y secreto». Aunque nada se dice en la Constitución el voto parece tener un sentido positivo o de utilidad, o si se prefiere, de responsabilidad, en la medida en que se trata de que cada elector escoja la formación que considere mejor preparada para ejecutar el programa que más se aproxima a su manera de concebir la actuación política.
Sin embargo, el hecho de que el sufragio sea libre y secreto permite al votante adoptar la postura que desee, incluida la más irresponsable. La libertad de voto le permite, en efecto, hacer lo que quiera con él, incluso abstenerse de emitirlo, y hace posible que la decisión de cada elector tenga como fundamento cualquier razonamiento, inclusive la sinrazón. Por su parte, el secreto del voto es el que hace posible la verdadera libertad de decisión, hasta la más descabellada, ya que no se sabe el sentido del voto ni tiene que dar explicación alguna sobre este.
Pues bien, por razones tácticas, conectadas al sentido que anuncian las encuestas, según las cuales, parece que se reforzará el bipartidismo, el señor Sánchez, una vez que comprobó el fracaso en su intento de investidura, ha decidido fiarlo todo a unas nuevas elecciones que parece que tendrán lugar el próximo 10 de noviembre.
Ese día se sabrá si la estrategia de Sánchez fue acertada a no. Hasta entonces todas son especulaciones. Si las cosas siguen como ahora, o como decimos los juristas “rebus sic stantibus”, existe una fuerte probabilidad de que el PSOE mejore sus resultados electorales anteriores hasta el punto de llegar a alcanzar algo menos de 140 escaños.
Pero como dijo Pablo Casado “las elecciones las carga el diablo” y nunca se puede asegurar cómo va a reaccionar el pueblo. Un error más de Sánchez o alguno de sus colaboradores más estrechos o un acontecimiento imprevisible, como el las bombas en los trenes del 12 marzo, mal gestionado por el presidente del gobierno saliente José María Aznar como sucedió entonces, puede revertir las previsiones de las encuestas.
Y esto no es algo que digo gratuitamente. Recuérdese, en efecto, que la prensa publicaba el 4 de marzo que las encuestas daban una mayoría absoluta muy ajustada al PP. Y recuérdese también que 10 días después el partido ganador fue el PSOE con 165 escaños frente a los 148 del PP.
Y si de nuestra realidad venidera pasamos a otras votaciones populares como el referéndum sobre el Brexit en el Reino Unido o la aprobación del plan de paz con la guerrilla en Colombia los resultados no fueron los esperados por los convocantes de dichos referéndums.
Por eso, me parece un riesgo llamar de nuevo a las urnas a los españoles. Cuatro elecciones generales en cuatro años son muchas se mire por donde se mira y lo peor es lo que revelan: la incapacidad de nuestros dirigentes políticos para ponerse de acuerdo en torno a programas de gobierno sobre los intereses generales inaplazables. Lo cual podría provocar en un sector de la ciudadanía más amplio de lo deseable que haciendo uso del carácter libre y secreto del voto haya votantes que adopten la postura de votar en blanco o de abstenerse de emitirlo. En cualquier caso, los españoles no nos merecemos este desprecio por nuestros intereses generales y que los políticos los pospongan a los intereses “tácticos” y estratégicos de los partidos.
Política José Manuel Otero Lastresel